Los timos funcionan bajo una premisa muy sencilla: aprovecharse de alguien que cree estar aprovechándose del timador. Desde la estampita a las elaboradas estafas de películas como El golpe o Nueve reinas, todos se basan en la falta de honradez de la víctima. Pero, naturalmente, para que exista timo debe existir alguien con voluntad de timar y que actúe en consecuencia. De ahí que lo sucedido en Tenerife el pasado día 8 no sea un timo, sino un intento de robo con todas las letras.
La Caixa se ha quedado con Banca Cívica, es decir, con todas y cada una de las cajas que la componían. Para poder engullirlas, sus informáticos tienen que trabajar como negros para integrar los sistemas de las cajas con el de CaixaBank. Enviar tarjetas nuevas, cambiar la numeración de las cuentas, cambiar el software que usan tanto los empleados como los cajeros para que sea el mismo para todos... Créanme que no es moco de pavo, y sin duda no es el trabajo más glamuroso que pueda buscarse un profesional de la cosa.
Cuando le llegó el turno a Caja Canarias, se avisó a todos los clientes de que durante un fin de semana no quedarían reflejados los movimientos en sus cuentas, pero que lo harían en cuanto terminaran la integración en los sistemas de La Caixa, lo que tuvo lugar el mismo sábado. Sin embargo, parece que alguien no se enteró y al sacar dinero vio que no cambiaba el saldo de su cuenta, así que pensó que el banco le estaba regalando el dinero por algún error. Lo difundió por las redes sociales y numerosos tinerfeños estuvieron haciendo cola para sacar cientos de euros gratis de los cajeros, muchos de los cuales se quedaron sin efectivo, lo que llevaba a la gente que hacía cola ante los susodichos a buscar otros.
Naturalmente, el lunes llegó, se actualizaron los movimientos y llegó el llanto y el rechinar de dientes.
Lo siento, pero no me dan ustedes ninguna pena. El banco ni siquiera les ha timado, pues avisó de lo que iba a suceder.
Esta gente acudió en masa a los cajeros con la intención de robar. Y no metafóricamente. Si hubieran entrado en una sucursal y le hubieran distraído un billete al cajero, el de carne y hueso, sin que éste se diera cuenta, el hecho tendría exactamente la misma calificación moral. La única diferencia es que en el primer caso cuentan con la simpatía de mucha gente y la comprensión de las autoridades; en el segundo, acabarían sin duda delante de un juez.
Eso es lo significativo. Nadie se escondió para cometer lo que, por mucho que lo escondieran bajo el eufemismo de "el banco regala dinero", sabían perfectamente que era un robo. Incluso fueron las teles a entrevistar a quienes hacían cola, sin que ni unos ni otros parecieran preocupados por el hecho de estar confesando un delito. Porque, sí, el hurto es un delito, aunque en este caso quede atenuado por haberse quedado en tentativa.
Luego nos quejamos de que la casta esto o la casta lo otro. De que si los políticos nos roban. De que si son lo peor de una sociedad modélica. Pero no, no somos modélicos. Si creemos que podemos robar sin que nos pillen, lo hacemos. Exactamente igual que nuestros políticos. Forma parte de nuestra cultura, de la que nacen también nuestras queridas élites. Incluso yo, liberal convencido, sabiendo que la propiedad debe ser respetada y el robo perseguido, me sentiría cuando menos incómodo si la Fiscalía abriera diligencias por esto. Tenemos difícil remedio.