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Emilio Campmany

En tono de presidente

Nos falta saber si Aznar sólo aspira a ser el mozo de estoques que le dice al matador cómo tiene que lidiar el morlaco o si está dispuesto a vestirse de luces.

Aznar ha pronunciado un discurso importante. Ha empezado haciendo un diagnóstico. No lo ha dicho con estas palabras, pero ha venido a acusar al PSOE, el de González y el de Zapatero, de dinamitar el régimen de 1978. El primero, por bloquear el camino abierto por la Transición y no ser capaz de adaptarse a los cambios, de España y del mundo. El segundo, por quebrar el progreso político, económico e internacional iniciado en la era Aznar. Dicho con las palabras del expresidente, la izquierda, "en lugar de adaptarse a un mundo distinto, decidió que era España la que debía adaptarse a la izquierda de siempre". Y para esta reaccionaria misión encontró como aliados a los nacionalistas. Y en 2011 los españoles decidieron que España debía reanudar el proceso de modernización interrumpido en 2004.

Este diagnóstico es en esencia certero. Es verdad que en la era Aznar podía haberse puesto freno a la voracidad nacionalista y no se hizo. Y no es menos cierto que pudo reformarse la Justicia y se renunció a hacerlo. Pero, en esencia, España se recuperó económicamente, haciendo posible el Estado del Bienestar, y logró una posición en el mundo acorde con nuestras capacidades. Y el PSOE de Zapatero se cargó todo eso. Aznar no ha criticado a Rajoy, pero, al describir los errores y horrores de la política del socialista, reprendió la del actual inquilino de La Moncloa en la medida en que es, en tantos aspectos, continuidad de la de su antecesor.

¿Qué hacer? Aquí el expresidente ha sido voluntariamente vago. Ha dicho que no puede estar abierta a discusión la Nación española, que quien rompe los pactos no puede esperar que se reconstruyan en los términos que ellos deseen, que hay que reformar la Justicia, que la democracia se basa en el Estado de Derecho, que hay que asegurar la igualdad de oportunidades, de derechos y la solidaridad de todos los españoles. Más concreto ha sido cuando ha dicho que el equilibrio entre unidad y diversidad no puede ser malbaratado por la gravísima deslealtad de algunos y que en nuestra Constitución hay suficientes resortes para evitarlo, o sea, una clara apelación al artículo 155. También ha sido relativamente preciso al propugnar una reforma fiscal al servicio del empleo y del crecimiento y no al de las Administraciones, que es tanto como reclamar una bajada de impuestos acompañada de un adelgazamiento del Estado.

Un discurso de presidente de Gobierno dado por uno que no lo es. La cuestión ahora es si este programa, todavía excesivamente indeterminado, está detrás del deseo de ponerlo en práctica haciendo cuanto en su mano esté para lograrlo o se limita a ser el consejo que se dirige a uno que se sabe que no sólo no desea escucharlo sino que es seguro que no lo va a seguir. En definitiva, nos falta saber si Aznar sólo aspira a ser el mozo de estoques que le dice al matador cómo tiene que lidiar el morlaco que le ha tocado en suerte o si está dispuesto a vestirse de luces, demostrar lo que sabe hacer con la muleta y sacar de los carteles al trompo que nos ha tocado en suerte y que no para de pinchar y recibir avisos. En poco tiempo tendremos la respuesta.

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