
Mal empiezan las negociaciones sobre un acuerdo transatlántico de comercio e inversiones –o Transatlantic Free Trade Area (Tafta)– entre EEUU y la UE. Las filtraciones sobre las supuestas prácticas espiatorias de la inteligencia norteamericana empiezan a ser inaceptables para algunos Gobiernos europeos. O eso dicen.
Todos los países espían, aunque cada uno en función de sus propios recursos. En el caso de la NSA de EEUU, sus prácticas estarían centradas principalmente en la lucha contra el terrorismo y en la recolección de metadatos, es decir, en saber quién, cómo, cuándo y dónde, pero no por qué (el contenido es lo de menos), gracias a los rastros que se dejan con las nuevas tecnologías de la información. Las primeras filtraciones de Snowden revelaban, en principio, unos programas de la NSA legales, limitados, y que permitían actuar contra ciudadanos no norteamericanos sin necesidad de una orden judicial (aunque cada vez es más irrelevante la distinción entre comunicaciones internas e internacionales).
Poco a poco, todo empieza a complicarse. La falta de transparencia hace sospechar que su recolección no tiene como único objetivo la lucha contra el terrorismo, y que no ha sido algo limitado sino más bien masivo. Y muchos se preguntan si espiar la burocracia de la UE en Bruselas es realmente fundamental para luchar contra la amenaza terrorista.
El timing también ha sido de interés. Las revelaciones se Snowden han coincidido con el viaje de Obama a Berlín y con el inicio de unas históricas negociaciones sobre un acuerdo comercial entre Washington y Bruselas. Por tanto, podía ser el momento adecuado para un gran fracaso económico y político, que no disgustaría a Francia.
París ha sido la que más se ha quejado de las escuchas. Y eso que la DGSE –los servicios de inteligencia franceses– llevan a cabo desde hace décadas efectivas operaciones de inteligencia en EEUU, como ha revelado Le Monde. Resulta por lo tanto bastante cínico que se quejen de algo que ellos hacen muy bien, por lo que detrás de todo esto sólo puede haber un objetivo: torpedear el Tafta.
Ya lo intentó Francia en vísperas de la reunión del G8, sacando a relucir la excepción cultural para proteger a su sector audiovisual del posible acuerdo transatlántico. Una minucia teniendo en cuenta la dimensión que podría alcanzar dicho acuerdo, y un paso erróneo, pues Washington ha puesto todo sobre las mesa de negociaciones sin condiciones. El antinorteamericanismo sigue corriendo por las venas tanto de la izquierda como de la derecha francesas.
Sin embargo, Alemania se lo va a poner difícil. Aunque se haya sentido molesta por las prácticas algo abusivas de la NSA, la irritación germana pasará. Entre otros motivos porque Berlín sabe que el Tafta puede ayudar a las economías de la Zona Euro a ser más competitivas y asegurar un buen crecimiento. Además, sería más que suficiente para seducir al Reino Unido a quedarse en la UE. Porque cuando de comercio se trata, lo demás poco importa.
