Estoy ante un cuadro informativo sobre los catorce pacientes de Ébola que están o estuvieron ingresados en hospitales de Estados Unidos y Europa. Y estoy, quién no, ante el cuadro informativo sobre el caso de contagio ocurrido en Madrid, España. Mis conclusiones a día de hoy son las siguientes.
A día de hoy, un profesional de la medicina, misionero o no, de nacionalidad estadounidense que esté luchando contra la epidemia en África Occidental tiene la plena seguridad de que si se infecta será repatriado y atendido en un hospital de su país. Lo han hecho con cuatro y con un cámara de televisión freelance. Los sanitarios franceses y británicos también pueden contar con ello, en vista de los dos casos de repatriados de esas nacionalidades. A Oslo acaba de llegar una cooperante noruega que trabajaba con Médicos Sin Fronteras. Alemania, de momento, no ha hecho esto con ciudadanos suyos, sino ajenos: ha acogido a dos médicos africanos que se contagiaron en Sierra Leona.
A día de hoy, un profesional de la medicina, misionero o no, de nacionalidad española que se encuentre luchando contra la epidemia del ébola allí donde está su más peligroso foco tiene la seguridad casi plena de que, si se infectara, la presión para que no se le traiga aquí va a ser tremenda. Insuperable. Esa oposición tendrá como causa principal el lamentable contagio de una enfermera que atendió a los misioneros en Madrid. Pero no será la única causa. Ya la repatriación de los dos misioneros despertó gran recelo. En algunos, el obvio motivo del recelo era que se trataba de dos curas, y según hemos sabido estos días hay gente para la cual un cura es menos humano que un perro. Pero esto, aunque llamativo, no deja de ser marginal.
El problema que no se acaba de entender, y a cuya comprensión no contribuye el Gobierno, es que la batalla contra el ébola en África es también la batalla contra la extensión del ébola a otras zonas del mundo y muy en especial a la nuestra. Proteger a Europa del ébola empieza por proteger a los africanos. Ante la falta de sistemas sanitarios mínimamente consolidados en los tres países más afectados, la presencia de médicos, enfermeros y cooperantes de otros países resulta imprescindible. Los profesionales sanitarios occidentales que están allí y sus colegas africanos son nuestra primera línea de defensa.
Entonces, ¿qué vamos a hacer si tienen la desgracia de infectarse? ¿Dejarlos tirados? ¿Dejarlos en unas condiciones que les privan prácticamente de toda posibilidad de curarse? Si esta es la actitud ante los que se juegan la vida para evitar la extensión de una epidemia, apaga y vámonos. Incluso por egoísmo es inconveniente: si el virus se descontrola totalmente en África, nos llegará más pronto que tarde. No podemos querer que vayan allí a frenar el ébola, entre otras cosas para que no nos llegue, y luego abandonarlos a una muerte segura cuando se contagian. ¿Hay alternativa, como enviar aviones medicalizados para tratarlos in situ? Si la hay, debe de haber buenas razones para que ninguno de los países citados optara por ella. ¿O es que todos han querido hacer operaciones de propaganda?
Ignoro si el Gobierno Rajoy repatrió a los dos misioneros para exhibir buenos sentimientos, pero es secundario. La repatriación de los profesionales y cooperantes infectados forma parte, al menos por ahora, de la respuesta global al ébola. A pesar del riesgo, sí, pero no sea cual sea el grado de riesgo. En España es preciso volver a calibrar el riesgo tras lo sucedido. Sin voluntarismos. Porque si no disponemos de instalaciones y equipos adecuados, si no somos capaces de cumplir con absoluta escrupulosidad normas y protocolos, entonces no podemos hacer lo que tiene que hacerse. De ser así, dígase. Y desaconséjese que vayan profesionales y cooperantes españoles a frenar la epidemia en África.