Es cierto que Churchill, Erhard, Reagan, Thatcher y otros estadistas desmienten la afirmación de Rajoy de que "los grandes políticos dejan a un lado una ideología para gobernar según las exigencias del momento". Con todo, es lógico que quien tanto ha traicionado el ideario y al programa de su partido trate de defender su acción de gobierno como si, en realidad, se tratase de una muestra de entendible pragmatismo, como una aproximación a la realidad sin prejuicios ideológicos, como una encomiable muestra de elasticidad, rasgo característico de la inteligencia, renuente a cualquier tipo de dogmatismo. No hace falta, sin embargo, haber leído a Berlin, a Popper o a Marías –o tal vez sí– para saber distinguir el saludable rechazo a todo tipo de fundamentalismo de lo que no es más que mera y nihilista carencia de principios. Y lo cierto es que Mariano Rajoy, bien por falta de principios o de lecturas, bien por su carácter y su acomodaticia pasividad a la hora de dar la batalla de las ideas, bien por carecer de un modelo alternativo de sociedad o bien por una suma de todo lo anterior, ha dado innumerables muestras a lo largo de esta legislatura de que sólo aspira a ser el buen gestor de un modelo estructuralmente insostenible, el que le dejó en herencia el anterior presidente del Gobierno.
Justificar esa deserción ideológica por "las exigencias del momento" hace el alegato de Rajoy más ridículo aún: con la enorme deuda pública que dejó Zapatero, ¿era momento de incrementarla y de dejar a un lado la batalla ideológica en favor de la reducción del tamaño del Estado y del gasto público? ¿Qué extraño "momento" fue ese que llevó a un partido como el PP a considerar que no iba a ser la bajada de impuestos sino su brutal incremento lo que nos ayudaría a salir cuanto antes de la crisis? ¿Acaso también son "las exigencia del momento" lo que justifica que Rajoy, con su mayoría absoluta, no se haya molestado en dar la batalla de las ideas contra el nacionalismo y haya incumplido su promesa de llevar a cabo una profunda reforma del modelo autonómico? ¿Qué “momento” justifica la persistencia de traductores de lenguas regionales en el Senado?
Justificar la continuidad del zapaterismo bajo las siglas del PP con la "mala herencia recibida" es una tomadura de pelo tan grande como la de Rajoy al anunciar, este mismo martes, que bajará los impuestos si gana las próximas elecciones.
Con todo, lo peor del desdén de Rajoy hacia algo tan decisivo como el poder de las ideas es el poco resultado práctico que puede mostrar en defensa de su nihilista y acomodaticia, que no pragmática, acción de gobierno. El paro ha subido por tercer mes consecutivo; los empresarios que integran el Instituto de la Empresa Familiar han dado un suspenso a la situación política y económica actual; la Comisión Europea ha dejado en papel mojado los presupuestos de Montoro al rebajar las previsiones de crecimiento español y pronosticar que volveremos a incumplir los topes de déficit... Eso, por no reparar sino en las noticias de este martes.
Decía Keynes con acierto: "Los hombres prácticos, que se creen libres de influencias intelectuales, acostumbran a ser esclavos de un economista difunto". A la vista de cómo este presidente se ha acomodado al paradigma socialdemócrata dominante, ese "economista difunto" bien podría ser el propio Keynes. A no ser, claro está, que sea cierto eso de que Rajoy sólo lee el Marca.

