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Pablo Planas

La primavera árabe y el invierno islámico

Que haya sido Túnez el escenario de la última masacre islamista refuta definitivamente el optimismo de quienes atisbaron una 'primavera árabe'.

Que haya sido Túnez el escenario de la última masacre islamista refuta definitivamente el optimismo de quienes atisbaron una 'primavera árabe'.

No todo el mundo tiene la fe necesaria para ser copto en Egipto, ni la gracia de un dibujante de cómics francés, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que en Occidente todos somos o hemos sido turistas. El último atentado en Túnez pone el acento en que no hace falta ser cristiano en el lugar equivocado, dibujar caricaturas de Mahoma o dedicarse a informar en Siria, como los reporteros Javier Espinosa y Marc Marginedas, para convertirse en un enemigo de Alá.

Se podrá discutir sobre qué tipo de respuesta armada se puede dar al terrorismo, pero es indiscutible que los yihadistas, como los demás terroristas, no se avienen al diálogo, sea de civilizaciones, interreligioso o político. El terrorismo sólo tiene consecuencias y sólo tiene una respuesta, la policial si se da en la escala local y la policial y militar si es global. ¿O es que la ETA dejó de matar antes de verse carcomida, infilitrada y reducida por la Policía, la Guardia Civil y el CNI?

En el caso del terrorismo islámico sucede lo mismo, y no es previsible ni sería sensato que John Forbes Kerry se sentara a parlamentar con el cabecilla de Boko Haram, el imán del Estado Islámico o el que se haya quedado al frente de Al Qaeda después del ajusticiamiento de Ben Laden, salvo si de lo que se trata es de que elijan entre la cadena perpetua o el arsénico por compasión.

Que haya sido Túnez el escenario de la última masacre islamista refuta definitivamente el optimismo de quienes atisbaron en la revolución tunecina de 2010 o en la plaza Tahir una primavera árabe. Se olvidaron añadir que sería como la de Praga, pero en una versión aún más sangrienta y probablemente más larga. Estaban ocupados en jalear al Estado Islámico contra Bashar al Asad en lo que iba a ser ya poco menos que el verano del amor sunita y chiita. Bashar, como dijo Franklin Delano Roosevelt de Anastasio Somoza, quizá sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.

Ojalá, que viene de Iaw sha'a Allah, algún día se acabe con el terrorismo islámico, pero no es factible que eso se vaya a deber a las cumbres de paz sino a los israelíes, los yankees, los pesmergas kurdos y las milicias cristianas de las que se informó por primera vez en este quinceañero diario.

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