
Edward Aloysius Murphy era el ingeniero aeroespacial que reformuló la ley de la gravedad. Si algo puede ir mal, irá mal, lo que en román paladino quiere decir que la tostada siempre cae al suelo por el lado de la mantequilla. Al pairo de Murphy rebrotó la corriente empírica del realismo trágico, basada en la inevitable propensión del hombre (y la mujer) a cometer estupideces como introducir recipientes metálicos en el microondas, comer melón con jamón o secar a la mascota con el programa del centrifugado en la lavadora.
La variedad de locuras que el ser humano es capaz de perpetrar es una de las razones del colapso de las urgencias, y no sólo las veterinarias o las venéreas. La informática, por ejemplo, es un amplio y fecundo solar para constatar que Murphy tenía razón. Valga como ejemplo que los antivirus siempre causen más problemas que los propios virus. "Su equipo está en riesgo", parpadea un mensaje en la pantalla. ¿Y qué o quién no lo está?
Podemos es el antivirus de la política en España y, de seguir el patrón murphiano, la diversión y el desastre están garantizados. Nadie se quiere perder el espectáculo de un disolvente al mando de la policía local de Madrid o el dos por uno de Colau en Barcelona: compre revolución y llévese la independencia. No llegará la sangre al río, pero tampoco el agua. Nos vamos a divertir como griegos, que se mueren de hambre, pero se parten de Tsipras.
Laurence J. Peter, otro sabio, formuló el principio de la incompetencia, cuya conclusión es que estamos en manos de cualquiera. Ni siquiera Arriola, que se llama Peter, sabe lo que ha podido salir mal, pero el caso es que la funesta combinación de la ley de la tostada y la regla de la insuficiencia de los cargos públicos nos depara poco pan y mucho circo. Y todo es susceptible de empeorar, tanto en Madrid como en Barcelona, lo que tiene un mérito añadido.
