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EDITORIAL

La comunicación no es el problema

El problema del PP no es de comunicación, sino el haber traicionado a sus votantes haciendo lo contrario de lo que siempre ha defendido.

Las reformas que Mariano Rajoy ha imprimido a su acción de Gobierno no pueden calificarse más que de meramente superficiales. El rejuvenecimiento de las caras visibles del PP puede ser un factor positivo, pero sus efectos tienen que ver más con la mercadotecnia electoral que con la profunda renovación ideológica que necesita el partido hegemónico de la derecha española. En ese aspecto, verdaderamente revelador del alcance de una reforma programática, Rajoy ha sido consecuente con su tesis, tantas veces defendida públicamente, de que el problema del Partido Popular es meramente de comunicación.

Según esta teoría, el Gobierno de Rajoy lo habría hecho razonablemente bien -de manera brillante, en materia económica- y sólo algunos casos puntuales de corrupción y la insistencia machacona de unos medios de comunicación intoxicados por la izquierda han impedido al PP reeditar un esplendoroso resultado en las pasadas elecciones autonómicas y municipales. Por tal motivo, el Partido Popular de Mariano Rajoy no necesitaría replantearse las decisiones que han llevado a gran parte de su electorado a abstenerse o votar a otros partidos, como sus medidas en política antiterrorista o las subidas brutales de impuestos aplicadas por el ministro Cristobal Montoro. Sólo hace falta explicarlas mejor.

El argumento ofende la inteligencia del votante tradicional del Partido Popular, mucho más informado y crítico que el de izquierdas. Por más explicaciones que el Gobierno y sus portavoces hubieran hecho llegar a la población, la excarcelación del etarra Bolinaga habría ofendido gravemente a los votantes populares. Otro tanto cabe decir de la decisión de hacer recaer el peso de la crisis en los contribuyentes y no en la clase política, fruto de lo cual la presión fiscal que soportan los trabajadores, las empresas y las familias españolas está ya en niveles confiscatorios. Por más que Montoro hubiera salido todas las noches en las principales cadenas de televisión, dando explicaciones en horario estelar, el votante popular seguiría considerando esta decisión una traición a los principios que el PP siempre había defendido.

No. El problema no es la comunicación. Lo demuestra el caso del PP de José María Aznar, probablemente el presidente del Gobierno más hosco y con menos dotes comunicativas de la democracia, cuyo desempeño en sus primeros cuatro años de Gobierno, aplicando a rajatabla un vasto programa de reformas políticas y económicas, le llevó a obtener una mayoría absoluta en contra de lo que muchos vaticinaban.

Mariano Rajoy tiene precisamente en una de las caras nuevas que ha incorporado a su equipo un ejemplo de lo que quieren escuchar sus votantes. El discurso de Pablo Casado en un acto de las Nuevas Generaciones de su Partido en 2008 quintaesencia magistralmente todo lo que hizo que el PP fuera visto como el único partido capaz de llevar a cabo con solvencia un programa de Gobierno, basado en la reducción del Estado y la defensa de la libertad individual. Pero para comunicar lo que el PP siempre ha defendido primero hay que creer en ello. Por desgracia para todos, Rajoy todavía está muy lejos de ello.

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