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Eduardo Goligorsky

Las escorias salen a flote

Una dosis saludable de miedo puede ser el mejor antídoto para combatir la amenaza truculenta que se cierne sobre todos los no nos sumamos a la cruzada del caos.

Una dosis saludable de miedo puede ser el mejor antídoto para combatir la amenaza truculenta que se cierne sobre todos los no nos sumamos a la cruzada del caos.

Sucumbió víctima del sida en 1996, a los 28 años de edad. Si no hubiera tenido ese temprano final, hoy quizás ocuparía un escaño en alguno de los ayuntamientos que han copado las alianzas de chavistas, antisistema y secesionistas. Las escorias salen a flote y ganan visibilidad y poder. Sobre todo poder. Y en este trance el Cojo Manteca habría exhibido suficientes méritos para figurar en alguna de las listas.

Gamberrismo crónico

Deben de ser pocos los actuales indignados que sepan quién fue aquel precursor suyo. Sin embargo, los veteranos guardamos la imagen de Jon Manteca Cabañes, apodado el Cojo Manteca, figura icónica en los telediarios, saltando con soltura acrobática sobre su única pierna y rompiendo con su muleta el cartel de la estación Banco de España del metro de Madrid, una cabina telefónica y cuanta farola encontraba a su paso.

Era el 23 de enero de 1987. Multitudes de estudiantes de secundaria y universitarios se movilizaban contra el gobierno de Felipe González y su ministro de Educación, José María Maravall -como si ensayaran lo que harían sus descendientes contra Rajoy y Wert-, exigiendo la reducción de tasas y la supresión de la Selectividad. Para confirmar las analogías con el presente, grupos violentos encendieron fogatas y destrozaron escaparates y mobiliario urbano. La policía disparó balas de goma y de las otras, una de las cuales hirió a una adolescente de 15 años, que afortunadamente se recuperó. Nada nuevo bajo el sol.

El Cojo Manteca, que no era estudiante ni nada parecido sino que pedía limosna en Cibeles, obedeció al estímulo de una combinación de alcohol y adrenalina y se sumó a la muchedumbre enardecida, sin imaginar que las cámaras captaban sus malabarismos con la muleta. Así inició una carrera de gamberrismo crónico que culminó cuando lo condenaron a prisión por irrumpir en la basílica de Nuestra Señora de los Desamparados, en Valencia, y proferir insultos contra las imágenes sagradas.

Bufón obsceno

Lo dicho, una escoria precursora, aunque sus sucesores no practican la mendicidad sino que son remunerados por el erario público. Es el caso de Rita Maestre. La Fiscalía había pedido un año de prisión para esta militante de Podemos y de movimientos feministas y alternativos, pero la idealizada exjueza y alcaldesa de Madrid Manuela Carmena la premió con el cargo de portavoz del Ayuntamiento. Para la exjueza lo suyo había sido una travesura sin importancia: evocar, en menor escala, los desmanes del Cojo Manteca y entrar el 10 de marzo del 2011, con un grupo de camaradas, en la capilla del campus de Somosaguas de la Universidad Complutense, desnudarse de cintura para arriba, corear "Vamos a quemar la Conferencia Episcopal" y "Menos rosarios y más bolas chinas", y blandir fotos del Papa con una esvástica. Peccata minuta.

La ostentación de la esvástica (o de la hoz y el martillo, tanto monta, monta tanto) habría estado justificada, eso sí, en las fotos de otro concejal de Podemos, Guillermo Zapata, el obsceno bufón escarnecedor de las víctimas del nazismo y de ETA, para el que la exjueza tenía reservada nada menos que la poltrona de Cultura. De allí -aunque no de la concejalía- salió despedido en menos de veinticuatro horas, acompañado por la solidaridad de la incorregible farándula progre y las condolencias de su impenitente protectora.

Ciudadanía desprotegida

Una escoria que no tiene inhibiciones para demostrar públicamente que, al salir a flote, ha optado por la alternativa más aberrante sin necesidad de recurrir a la esvástica es el concejal de las CUP (Candidaturas Unitarias Populares) de Barcelona Josep Garganté. Vayamos por partes. Garganté figuró en la lista de Iniciativa Internacionalista en las elecciones al Parlamento Europeo del 2009. Lista que la justicia ilegalizó por tratarse de una fachada de la proetarra Batasuna. Garganté, cuyo fingido internacionalismo no resiste el cotejo con su militancia en el núcleo duro del nacionalismo irredentista de las CUP, asumió la concejalía exhibiendo, junto a los otros dos electos de CUP, sendos carteles por la libertad del preso etarra Arnaldo Otegi.

Pasemos ahora a la consigna que Garganté ha utilizado para escupir a la sociedad su desdén por las normas más elementales de la convivencia civilizada. No le bastó con tatuarse en el antebrazo derecho el retrato del Che Guevara, el psicópata que exhortó al revolucionario a convertirse en "una fría máquina de matar". Para subrayar su fobia irracional recurrió a Harry Powell. ¿Y quién fue Harry Powell? ¿Acaso un oscuro ideólogo que adoctrinó a Bakunin o a Lenin, sentando las bases del anarquismo o el bolchevismo? Negativo. Harry Powell es un personaje de ficción, un falso predicador y asesino desalmado que en la prodigiosa película La noche del cazador (1955), magistralmente dirigida por Charles Laughton, interpretaba un memorable Robert Mitchum. Y Harry Powell llevaba tatuada en las cuatro falanges de la mano izquierda las letras de la palabra hate, o sea "odio".

El concejal Garganté, uno de los pilares que sostienen a la alcaldéspota Ada Colau, lleva tatuadas en las cuatro falanges de la mano izquierda la palabra odio, como cualquiera puede comprobar consultando internet. Hay que agradecerle su franqueza. Es imposible sintetizar con más concisión y claridad el programa de gobierno de las escorias. En Barcelona, la horda de okupas, piqueteros, escrachadores, carteristas, manteros, lateros y trileros se anota, cada día, un nuevo triunfo sobre la Guardia Urbana maniatada y sobre la ciudadanía desprotegida. Sólo falta satisfacer la vieja reivindicación que comparten anarquistas y mafiosos: "¡Los presos a la calle!". ¿Podrá complacerla Podemos… beneficiando a los presos etarras por los que se conduele Pablo Iglesias?

Amenaza truculenta

Las escorias salen a flote y ocupan el puente de mando en muchos ayuntamientos y comunidades autónomas. Como siempre ha sucedido a lo largo de la historia, deben una parte de su poder a la colaboración y desaprensión de los tontos útiles y compañeros de viaje. Quien desempeña ahora este triste papel es un PSOE desnortado, que cuando dice sumarse al cordón sanitario contra el PP lo que hace en realidad es colocarse del lado de la peste. La peste totalitaria.

Algunos de estos despistados se burlan de quienes advertimos el peligro y nos acusan de practicar la política del miedo. Les aconsejamos que antes de burlarse miren ese puño en el que está explícito el sentimiento que mueve a las escorias y lo que nos tienen reservado: "Odio". Y, para reforzar sus defensas, no dejen de ver a Harry Powell/Robert Mitchum en La noche del cazador. Una dosis saludable de miedo puede ser el mejor antídoto para combatir la amenaza truculenta que se cierne sobre todos los no nos sumamos a la cruzada del caos.

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