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EDITORIAL

Convención del PP: cambios superficiales para no tocar el fondo

La contradicción entre los intentos modernizadores del partido y el inmovilismo de su líder es la perfecta metáfora de los males que atenazan al PP.

La Conferencia Política del Partido Popular ha traído más cambios de los que cabría esperar con Mariano Rajoy al frente del partido, pero menos de los que necesita el PP y, desde luego, claramente insuficientes para afrontar los retos que se avecinan en el futuro inmediato.

En realidad, la novedad que surge tras este encuentro nacional de dirigentes populares se reduce a un cambio de imagen, necesario para adaptarse a los tiempos actuales, que no se ha limitado a la actualización de su logotipo, sino que ha afectado también a la puesta en escena con la que el Partido Popular aparecerá de ahora en adelante frente a la sociedad. Junto a esta modernización en las formas, la única aportación de fondo de esta convención ha sido el reconocimiento de la necesidad de introducir mecanismos democratizadores en la elección de candidatos aunque, eso sí, de aprobarse tendrán lugar el año próximo, cuando el destino político de Mariano Rajoy ya no dependa de esa circunstancia.

Este fin de semana hemos podido ver a los dirigentes del Partido Popular actuar sin los corsés estéticos que han sido tradicionalmente su seña de identidad. Como hacen Ciudadanos y su líder, Albert Rivera, los participantes en la convención han mostrado una imagen moderna tanto en el vestuario como en la propia escenografía. Sin embargo, este esfuerzo por abandonar clichés del pasado en unos tiempos en los que la política, para bien o para mal, tiene un alto componente de mercadotecnia, salta por los aires cuando el protagonista principal, Mariano Rajoy, comparece de orador ataviado con corbata y traje oscuro, como si en vez de un acontecimiento político de mediados de 2015 estuviera impartiendo una conferencia académica a finales del siglo pasado.

Esta contradicción entre los intentos modernizadores del partido y el inmovilismo de su líder es la perfecta metáfora de los males que atenazan al Partido Popular desde que Mariano Rajoy dirige sus destinos. Si el máximo dirigente político no abandera los cambios que preconiza su organización es evidente que todo esfuerzo habrá sido inútil. En el caso del Partido Popular, las contradicciones empiezan por la introducción de elecciones primarias para candidatos, que las bases del partido, a trancas y barrancas, han conseguido situar como elemento de debate inaplazable, a pesar de la desgana –por no decir el desdén-, con el que Mariano Rajoy ha recibido esta aspiración de la militancia.

Este pasado fin de semana hemos visto a un partido popular que quiere rejuvenecer su imagen y está dispuesto a mejorar su desempeño político para volver a ser el partido de referencia de los 3 millones de votantes que lo han abandonado durante esta legislatura. Para su desgracia, al frente del mismo sigue Mariano Rajoy, un político que esteriliza por sí mismo cualquier esfuerzo modernizador y que, en cuestiones de mayor calado, está dispuesto a impedir cualquier avance que pueda cuestionar su autoridad, cada vez más mermada entre sus votantes.

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