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El cupo vasco: otro error del PP

El concierto vasco y el convenio navarro son dos privilegios territoriales inadmisibles en una democracia moderna.

En tres días, el PP ha encadenado varios errores que a buen seguro harán aún más negras sus ya oscuras perspectivas electorales. Han tenido lugar en una región, el País Vasco, en la que Rajoy probablemente no contaba con obtener un gran resultado, pero que para muchos votantes –especialmente entre el electorado natural del centroderecha– tiene singular importancia, como también la tienen asuntos como la condena de ETA o el cupo vasco.

Justo es decir que, en lo relativo al concierto vasco, los populares no habrían dado un giro radical a su postura tradicional: el PP nunca se ha manifestado en contra de esta anomalía fiscal, pero en esta ocasión ha hecho gala de un nulo olfato político y de aún menos sentido de la oportunidad: mientras el PSOE estaba mostrando sus contradicciones internas ante los medios de comunicación y la opinión pública, Javier Maroto ha irrumpido en una cuestión en la que no tienen nada que ganar –pues aquel votante que tenga al concierto entre sus asuntos vitales seguramente se decidirá por partidos que aparecen más firmes en su defensa, como el PNV o incluso UPN– y sí mucho que perder: ceder más protagonismo a Ciudadanos y darle un perfil aún más nacional entre los segmentos del electorado que se disputan.

Entre bailes, propuestas disparatadas e incomprensibles defensas numantinas, lo que el PP demuestra es un desconcierto máximo, así como un pánico electoral que le lleva a desvariar políticamente, quizá porque en el fondo los populares sean conscientes de que la única salvación que podrían tener es que la actual dirección deje paso a alguien sin terribles taras como la corrupción, una gestión lamentable y el abandono de todo aquello que venía identificando al partido con su electorado desde principios de los 90.

El concierto vasco y el convenio navarro son dos privilegios territoriales inadmisibles en una democracia moderna compuesta no por regiones sino por ciudadanos que, en teoría, son libres e iguales ante la ley. Es hora, siempre lo ha sido, de dejar atrás privilegios que no tienen otra defensa que unos regímenes donde no había ciudadanos sino súbditos.

Y si esto es indiscutible como principio, aún lo es más cuando en la práctica el bastardeo político de la verdad económica y la sobrerrepresentación parlamentaria del nacionalismo han hecho que el cupo se convierta no en un intercambio justo sino en un regalo que, sin ser consultados, todos los españoles hacen a un grupo de muy acomodados compatriotas.

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