Lo que más me interesa de El grito de Munch, con el que espero verme la cara muy pronto, es lo que se parece al futuro de los españoles. No se trata del pavor adivinado en una cara y un cielo. Tampoco de lo que los ojos de ese hombre ven en tierra desde un embarcadero. Ni siquiera de la envergadura de las pinceladas, manchas amplias como desafíos de colores vírgenes, casi en carne viva. Se trata de su capacidad para ser robado. Ya es el cuadro más robado de la historia, al menos lo era en 2012. Exactamente igual que el futuro nacional de los españoles. En mi opinión, es el futuro más robado de Europa y, no lo sé, pero podría estudiarse, de la historia universal. No entraré en detalles pero tómese nota de la invasión musulmana, de la dilapidación de una hegemonía más que merecida tras la consolidación nacional en el siglo XV y no digamos nada de cómo fue robado el futuro de una España abierta y liberal desde 1812. Hay quien sostiene que hemos sido los propios españoles los que hemos machacado nuestro futuro como si fueran aceitunas aliñadas pero prefiero creer que nos lo roban porque me hace menos responsable de la tragedia.
Fíjense en nuestros días cómo, otra vez desde Cataluña y favorecido por las izquierdas populistas se está tratando de robar el futuro de la nación. Ya lo intentaron en 1934, cuando la Constitución era la de la II República que tampoco consentía, naturalmente, la independencia de las regiones. Su golpe de estado, con el auxilio de una parte del PSOE y del izquierdismo, propició que el porvenir de España fuera una guerra civil antes que una democracia en la que no creía nadie. Con muchos esfuerzos, algunos muy nobles, se intentó, por vez primera, hacer una Constitución que fuera de todos, no de unos contra otras como las sucesivas del siglo XIX. Pero ahí estaban los nacionalismos, el de los ricos burgueses catalanes y vascos y los de las izquierdas populistas y terroristas, para que el futuro de los españoles no descansara en su sitio, esto es, sobre la vida y las libertades de sus ciudadanos. Pero esta vez, oigan, con la complicidad de quienes, a derecha e izquierda, han consentido, financiado y hecho crecer su gangrena política por razones partidistas, esto es, mezquinas y miopes. Desde 1994, con tal de seguir gobernando, lo han perpetrado unos y otros. Los mismos que ahora se llevan las manos a la cabeza.
Por esto mismo, las elecciones de próximo 20 de diciembre tienen la obligación de ser el altavoz de un grito, casi como el de Munch. Es el grito de España, de muchos millones de españoles que lo único que pedimos a quienes se arrogan nuestra representación es que no nos roben otra vez el futuro. Sinceramente no sé a quién voy a votar porque lo que veo me pone los pelos de punta (hábilmente Munch hizo que su grito fuera calvo para que no se viera el horror en vertical, que sería casi pánico). Cuando tenía 18 años le pedía a la política utopías, milagros y paraísos porque creía que eran posibles e incluso me dejé jirones de la vida en alcanzarlos. No sabía entonces que tales leyendas proceden de la ignorancia y la inexperiencia. La política no puede sustituir nuestro esfuerzo personal, individual y familiar, en erigir nuestra biografía.
Hoy no le pido más que libertad –ese bien por el que merece la pena arriesgar la vida– tranquila –maldita violencia– y compartida con los demás españoles en igualdad de oportunidades –es insoportable éticamente que un ciudadano no pueda llegar a ser lo que es capaz de ser por haber nacido donde y cómo nació–. España no puede ser un sitio donde no haya luz, como se lamentaba el bueno de Valls Arango. Tampoco puede ser lugar en el que "el cielo se revuelva en turbonada", cielo que en el cuadro de Munch exhibe los colores de la bandera española. Pero para eso necesitamos que no se nos vuelva a robar el futuro. Griten conmigo el próximo día 20 de diciembre porque necesitamos que el futuro de España vuelva a ser lo que debe ser. Sencillamente, el nuestro, el de la mayoría que calla demasiado.

