No parece razonable lo que el ansia de poder es capaz de producir en el ser humano. También aunque se trate de un poder efímero y tan nimio que sólo podría satisfacer a la egolatría, sostenida por una fachada que se desmorona ante la observación más ingenua.
Nunca lo vimos como un líder carismático, ni siquiera como un líder a secas, pero tampoco suponíamos que un personaje notorio, cualquiera que sea su talante y entidad, que por las circunstancias está llamado a entrar en la historia de una comunidad estuviera dispuesto a mendigar sin necesidad, a doblegar su personalidad, a defraudar a los que en él confiaron, arrastrándose en actitud suplicante para conseguir el plácet de quienes debería preferir tener lejos.
Una única razón para ello: la de alimentar su ego de encabezar un proceso sin cabeza. Soy de la opinión de que cuando una persona está dispuesta a despreciar el valor de su propia dignidad lo está también a despreciar cualquier otro componente vital, sea éste económico, político o social. Es más, hay que preguntarse qué queda de la persona, entendida en toda su grandeza.
¿No se le ha ocurrido al Sr. Mas que hay un momento en la vida en el que uno tiene que decir "ya basta" o "por ahí no"? ¿Puede el candidato a presidente de la Generalidad erosionar tanto su figura, la de su intimidad –con familia y amigos más cercanos– y la institucional –con quienes vieron aupada su persona a la presidencia del ejecutivo catalán–? En un momento en el que el espacio de lo secreto se ha reducido hasta casi desaparecer, ¿puede una persona pública dar voz a los regateos del mercadeo más vil, buscando simplemente permanecer en el puesto en el que quizá nunca debió estar?
Hace muchos años que a los amigos que acceden a puestos relevantes no les felicito en el nombramiento sino al término de su mandato, tras comprobar su reacción ante el cese. Es en ese momento cuando la persona muestra claramente lo que es, sin paliativos. Es en ese momento cuando se muestra su entereza, el aprecio por su dignidad y cuando merece el reconocimiento de propios y extraños.
Aferrarse a lo efímero más allá de lo tolerable, desnudarse ante el mundo mostrando lo que, con frialdad de juicio, jamás habría descubierto es el exponente del desprecio de uno mismo, de la renuncia al honor personal y del menosprecio al valor de su dignidad. Todos comprendemos el viejo dicho de que "la pela es la pela", pero hay cosas que, entre los humanos, no tienen ni deben de tener precio; una de ellas, la dignidad personal.
Llegado el momento, la persona tiene que pronunciar su veredicto de "por ahí no". Un rechazo, y otro, y otro, no pueden terminar en un acuerdo parlamentario de compartir con quien sea eso que los minúsculos llaman poder. No hay poder que justifique esa humillación.
¡Cataluña/Catalunya merece otro trato!

