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Jorge Soley

11 + 1 razones para entender al ascenso de Trump

No basta con decir que los americanos están locos o que son irracionales.

EFE

A la espera de las primarias republicanas en Florida y Ohio, que pueden traer cambios significativos, no parece un mal momento para echar una mirada a la figura de Donald Trump y lo que algunos ya llaman el trumpismo. De hecho, si algo prolifera estos días son dos tipos de artículos: los que proponen estrategias para detener a Trump y los que intentan explicar su éxito. Por el momento, las primeras no han tenido mucho éxito: ignorarlo, ridiculizarlo, desacreditarlo... lo cierto es que no se ha encontrado aún el antídoto contra Trump. En cuanto a lo segundo, entre muchos lugares comunes va apareciendo un cuadro que ayuda a comprender la irrupción de este millonario bocazas y provocador en la escena política estadounidense.

No basta con decir que los americanos están locos o que son irracionales. Ésta es mi lista de los factores relevantes que he encontrado, entre los diferentes análisis que se suceden estos días, para explicar la carrera triunfal de Trump, las tendencias más profundas de las que, de modo muchas veces instintivo, se aprovecha aquél. Nos dejaremos algo en el tintero, pero me parecen un buen punto de partida:

1. La cuestión de la inmigración

Existe un consenso entre los establishments de los partidos demócrata y republicano acerca de la naturaleza sustancialmente positiva y en cualquier caso imparable de la inmigración. Pero lo cierto es que la inmigración tiene costes en la vida de la gente ordinaria que los políticos profesionales ni huelen. Aquellos sobre quienes recaen esos costes, hasta ahora minimizados o incluso negados en público, están dando su voto a quien ha roto el tabú y dado dimensión pública a sus quejas. Son los que ya no se sienten en casa en su propio país, y son más de los que imaginábamos. Que Trump no tenga propuestas realistas para solucionar esos problemas no parece importarles demasiado.

2. La cuestión económica

El discurso tradicional republicano insiste en la libertad de mercado como medio para conseguir prosperidad para todo el mundo, pero lo cierto es que, desde los años 80, la clase media estadounidense no deja de perder poder adquisitivo. Es lo que ha señalado, entre otros, Charles Murray. Les han explicado que liberalizando más los mercados saldrán ganando, pero muchos saben que al final les dan gato por liebre, en este caso dosis más o menos fuertes de crony capitalism, capitalismo de amiguetes, y ya han escarmentado. Sencillamente, muchos estadounidenses ya no confían en el discurso oficial del partido y se dejan seducir por alguien que les dice que la solución a sus males no está en una mayor libertad económica, sino en una especie de proteccionismo. Sí, es difícil adivinar una política económica coherente en Trump, pero, una vez más, esto parece importarles poco a quienes reciben con alborozo su desafío al discurso establecido.

3. Impotencia política

Pero no se trata solo de descontento económico. Tras el desencanto generado por las expectativas incumplidas de Obama, son muchos los que se sienten políticamente impotentes, meros espectadores de un curso que se decide muy lejos. Trump, y en esto también se parece a Sanders, ha conseguido que muchos votantes republicanos recuperen la ilusión y la sensación de que su voz va a ser decisiva para configurar el futuro. A esos votantes frustrados, Trump les está diciendo que van a ser protagonistas de algo muy importante. No se trata de que realmente lo sean (yo, personalmente, estoy convencido de que no), sino de que muchos crean que así es. El número de votantes en las primarias republicanas, mucho más alto que en las primarias de hace cuatro años, parece confirmar este fenómeno.

4. Trump es políticamente incorrecto

Impulsivo, dice cosas que se supone que un político con aspiraciones no debería decir. Esto le hace atractivo para mucha gente harta de sentirse juzgada y humillada por la omnipresencia de lo políticamente correcto. Gente normal que ha sido acusada de racista cuando han expresado sus preocupaciones y que ven con regocijo a alguien que dice lo que ellos dicen. Como escribía R. Reno,

no nos hemos dado cuenta de cuánto ha humillado y silenciado lo políticamente correcto a la gente ordinaria.

5. El resurgir del chauvinismo

O lo que algunos han calificado como el regreso de los Know Nothing. El movimiento nativista, que se dio a conocer bajo el nombre de los Know Nothing y que dio lugar al American Party, tuvo sus años de gloria a mediados del siglo XIX y luego sus partidarios se integraron en el recién nacido Partido Republicano. Rechazado por la mayoría de los líderes republicanos, entre ellos Lincoln, nunca ha dejado de estar presente del todo entre su electorado. Su rechazo a una inmigración reputada excesiva y ligada al aumento de la criminalidad, su crítica a la corrupción del establishment e incluso su desconfianza hacia los católicos han sido elementos minoritarios pero siempre presentes en la política estadounidense. Ahora, en un ambiente de desesperanza, vuelve a salir a la superficie.

6. Su halo de ganador, de tipo de éxito

A pesar de no alcanzar el 40% de los votos en casi ninguno de los estados en los que se ha votado y de un historial empresarial donde abundan los fracasos, Trump ha sabido presentarse como el hombre capaz de sacar las castañas del fuego, el hombre providencial. Es simplista, pero muchos lo ven así.

7. El 'exitismo'

Escribía Andrea Salvadore que en América el éxito es la religión más difundida. Trump lo sabe bien y se ha erigido en una especie de sacerdote de este culto, al que se le añade la idolatría del gigantismo. Trump está obsesionado con ganar y ganar a lo grande. Sus discursos insisten siempre sobre el tamaño, a veces cayendo incluso en un infantilismo que produce sonrojo, como cuando declaró lo siguiente:

Vamos a ganar en cada nivel. Vamos a ganar tanto que me tendréis que suplicar. Me diréis: Sr. Presidente, estamos tan cansados de ganar que ya no podemos más. Por favor, no gane más. Sr. Presidente, por favor, tenga una o dos derrotas. Y yo diré: no, no lo haré. No lo haré porque vamos a hacer América grande de nuevo. El sueño americano está muerto, pero vamos a hacerlo más grande y fuerte de lo que nunca fue.

Es una visión que conecta con lo que se conoce como la teología de la prosperidad y que ayuda a entender el éxito, que a muchos ha sorprendido, de Trump entre ciertos grupos protestantes, con quienes a priori no comparte una misma visión de lo que es la vida ni del modo de comportarse en ella.

8. 'Make America great again'

Un eslogan sencillo y directo, que conecta con los anhelos de quienes sienten que, durante las últimas décadas, han ido a peor. Simplista, pero eficaz.

9. El voto hispano

Cuidado con dar por descontado que Trump va a ser castigado por los hispanos por sus declaraciones contra la inmigración mexicana. Los resultados indican que puede incluso ganar a sus rivales entre ese sector del electorado. Trump ha conseguido diferenciar, en su discurso, entre inmigrantes ilegales y aquellos que han pasado por el proceso y son legales. Estos últimos, sencillamente, no se sienten amenazados por Trump e incluso pueden sentirse atraídos por un mensaje que promete más trabajo y bienestar para los habitantes de los Estados Unidos.

10. Cansancio de ser el policía del mundo

Desde el 11-S, los republicanos han apostado por una política exterior intervencionista y eso tiene un coste, en vidas y recursos. Trump supone un resurgir del aislacionismo, de la negación del excepcionalismo norteamericano: Estados Unidos no es el faro moral de todas las naciones ni está llamada a ejercer ninguna hegemonía global. Bastante tenemos con ocuparnos de nuestros problemas. Un mensaje que cala entre muchos, descontentos con el curso de las cosas en su propio país. No es de extrañar que los principales intelectuales neocon, empezando por Robert Kagan, hayan manifestado que votarán a Hillary antes que a Trump.

11. Trump es un hombre de nuestro tiempo

Si los políticos reflejan el aire de una época, Trump encarna a la perfección la era de los reality shows. Una gran cantidad de nuestros contemporáneos están encantados de consumir vulgaridad y comentarios soeces en los mil y uno reality shows con que nos obsequian las cadenas televisivas. Disfrutamos también con los tweets más hirientes y no tenemos tiempo ni ganas de seguir complicados argumentos. ¿Podemos sorprendernos del éxito de quien encarna estos rasgos a la perfección?

En definitiva, Trump es un populista que promete el oro y el moro sin explicar cómo lo va a conseguir, pero los problemas que utiliza como palanca existen. Su éxito, como también el del candidato demócrata Bernie Sanders, no radica en sus propuestas irrealistas ni en consideraciones ideológicas, sino en la sensación de que las fórmulas aplicadas para mejorar la vida de los norteamericanos no están funcionando adecuadamente. Al menos para una gran parte de la clase media blanca. La esperanza que vendió Obama se ha desvanecido y son cada vez mas quienes sienten que les han arrebatado eso que llamamos el sueño americano. No es sólo una sensación, es un hecho: la movilidad social, una de las claves del sistema norteamericano, no hace más que reducirse desde hace décadas y se encuentra hoy en día por debajo de la de algunos países europeos. Como explicaba David Goldman, la movilidad ascendente se ha bloqueado y la gente tiene la percepción de que este bloqueo no es accidental, sino que ha sido provocado por las élites.

Como colofón quiero añadir una explicación de Dwight Longenecker que me ha llamado la atención y que osa comparar el ascenso de Trump con el de Julio César:

La revolución que lideró contó con el apoyo del ejército y de vastas hordas de gente pobre o que se sentía pobre. Fue un dictador, pero un dictador popular. La gente ya no quería una república porque la república se había corrompido. La república se había quebrado y a la gente no le importaba si César era conservador o demócrata. No les importaba si era pro vida o pro muerte. No les importaba si se iba a convertir en un dictador despiadado. Estaban dispuestos a arriesgarse a lo que fuere con tal de derrocar a las familias súper ricas que controlaban el senado, la riqueza y que detentaban todo el poder.

A la gente les gustaba porque era el tipo de hombre que conseguía que las cosas se hicieran. ¿Entregaban su libertad al dejar caer la república? En su pobreza no se sentían muy libres, así que no les preocupaba mucho. Desde su punto de vista, la "libertad" era algo que poseía la gente rica. Sus vidas estaban hechas de monotonía, miedo y desesperanza.

¿Por qué los americanos están buscando un emperador? Porque se sienten impotentes ante la corrupción de Washington, los lobistas, el gran gobierno, los grandes negocios y los grandes bancos.

¿Estamos a tiempo de que aparezca un Bruto, esta vez incruento?

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