Don Tonto y Juego de Tronos
Ahora que estamos en el inexistente homenaje al autor del más reconocido libro de la literatura española en el cuarto centenario de su muerte, bueno será que recordemos que llamó "don Tonto" a su Quijote. Reconozcamos que esa denominación forma parte radical de los tontos españoles, porque todos ellos, nosotros, además de tontos, quieren – queremos -, ser considerados como "don", un señor, un alguien, además, claro, de un regalo y un bien para la humanidad.
Del resto, los que se creen no tontos, diré lo de Unamuno, otro enorme, en el comienzo de su Don Sandalio, jugador de ajedrez: "El hombre más tonto es el que se muere sin haber hecho ni dicho tontería alguna." En román paladino, en España hay tontos y más tontos, pero es difícil encontrar a alguien que sea medianamente listo. Confieso que sobrevivo entre los tontos del montón aunque de vez en cuando, muy de tarde en tarde, se me enciende alguna lucecita que nunca sé si alumbra una sombra de inteligencia u otra brillante tontería. No es un recurso literario. Soy más tonto que Pepeleches, que se decía en Jerez de la Frontera cuando yo era un tonto creciente. Algún día les contaré por qué. Pero hoy centrémonos en una dimensión de mi tontería.
Confesaré que me he cascado Juego de Tronos, sus cinco temporadas. Es decir, he empleado cincuenta de las horas que me quedan de vida en tragarme la serie que obnubila a uno de nuestros tontos más egregios. Lo hice porque quería saber qué podía residir en esa historia que entusiasmara, hasta el punto de aporrear en público unos timbales y obsequiarle capítulos a un Rey de verdad, a un "ético de la razón pura" (Kant aún se desternilla) que, seguramente. no ha leído al ingenioso hidalgo de la Mancha, algo mucho más difícil de lo que parece y que, por eso, en nuestro tiempo apenas lee nadie.
Cuando terminé de deglutir el magma de guiones y directores, personajes y situaciones, se me encendió algo en la sesera que, seguramente, será otra necedad. Lo expondré, pues, tontamente:
1.-Es una historia donde no hay cristianismo, esto es, no hay Dios buen, ni obras de misericordia ni amor al prójimo. Es más, el crimen, el genocidio, el asesinato caprichoso, la arbitrariedad, la injusticia, el robo y la guerra, están por encima de la limpieza de corazón y la buena voluntad, lo único a lo que realmente podía llamarse "bueno" en la ética kantiana. Cuando aparece una religión, al final, es fanática y homicida, sacrificial e impía.
2.-Es una crónica de la competencia entre castas hasta que quede sólo una - adivinen cuál -, donde no hay pueblo en tanto que conjunto de ciudadanos libres e iguales. Hay siervos, esclavos y salvajes que no tienen derecho sino fuerza y poder, espada y muerte sobre ellos.
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