Un ataque terrorista contra la sede de la peña madridista en la ciudad iraquí de Balad, situada a unos 80 kilómetros al norte de Bagdad, ha dejado 16 muertos y al menos 20 heridos, algunos de ellos en estado muy grave. Ziad Subhan, presidente de la agrupación madridista, relataba así la tragedia: "Un grupo de terroristas de Estado Islámico entraron en la sede empuñando varios fusiles de asalto AK-47 y dispararon al azar contra todos los que estaban allí".
Este atentado mortal es un nuevo episodio de la campaña terrorista del Estado Islámico contra Occidente que, en esta ocasión, ha puesto en su punto de mira un símbolo de nuestra cultura como es el fútbol, espectáculo de masas al que no son ajenas ni siquiera las muy férreas sociedades islámicas.
Precisamente esta condición cosmopolita del fútbol, que mueve masas de seguidores a lo largo y ancho del planeta, es una de las características que los islamistas ven como una gran amenaza. El radicalismo islámico, a cuyo dictado no escapa ningún aspecto de la vida cotidiana, necesita erradicar cualquier influencia occidental, para lo cual va a seguir atacando a sus emblemas característicos -y el fútbol lo es en gran medida-, con la intención de ejercer en el seno de las sociedades sometidas a su dictado ejemplar escarmiento.
La influencia cada vez mayor del gran espectáculo del fútbol de élite se pone de manifiesto en el interés creciente de países islámicos como Qatar o Emiratos Árabes Unidos, cuya clase dirigente mantiene ya importantes inversiones financieras en clubes de las principales europeas. En el fondo no hacen más que responder a la pasión futbolística que contagia a los sectores más jóvenes de estos países, como hemos podido ver incluso en momentos desesperados como los inmigrantes que tratan de llegar a Europa, muchos de ellos llevando la camiseta de algunos de los clubes más conocidos.
La masacre terrorista de Irak contra la peña madridista de Balad es el reflejo del odio que los islamistas tienen a esta manifestación de la cultura occidental que, para su mentalidad fanática y asesina, es un gesto de idolatría que debe ser castigado con la peor de las muertes.
El Real Madrid, objeto de ataque por el terrorismo islamista, debería unir a sus condolencias una declaración firme en defensa de los derechos y libertades de sus seguidores en todo el mundo, también, y muy especialmente, en las sociedades musulmanas. El primer club del planeta tiene la responsabilidad de representar al fútbol mundial y ejercer de baluarte de los valores que siempre ha preconizado a lo largo de su historia. Bueno sería que sus dirigentes no desaprovecharan esta ocasión.

