De nuevo las encuestas. Otra vez los sondeos flaqueando. Y una vez más, a los analistas les ha faltado ir al fondo de la cuestión. Y es que la tendencia al alza es que el votante medio no acaba de revelar sus intenciones si considera que éstas se alejan de lo políticamente correcto. O lo previamente establecido, lo que toca, vamos. O lo que los medios de comunicación han decidido que debe ser lo adecuado.
La cuestión es que Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos. Ignoro si por el rechazo absoluto que suscita Hillary Clinton en buena parte de la sociedad americana o por sus propios méritos. Probablemente sea una combinación de ambos factores.
Ben, amigo de Vermont, me repetía una y otra vez: la sociedad media americana odia el perfil intelectual de Hillary. Odia la burocracia que representa. Odia el establishment en el que ella nada tan a gusto. Pero ganará, a pesar de ello.
Se equivocó también. En buena parte por no poder desprenderse de la corriente y la fragancia de los blue berries que tapizan los campos de cualquier rincón de New England, cuyos 6 estados han mantenido el voto demócrata, como era de esperar. El americano de Massachusetts, Connecticut, Vermont, Maine, Rhode Island y New Hampshire, ha mantenido el espíritu azul.
Pero Nueva Inglaterra no es como el resto de los Estados Unidos.
Leeremos, a partir de ahora, sesudos análisis y ensayos al respecto del por qué ha ganado alguien como Trump. Algunos más atinados que otros. Pero me da que las causas no responden a un único patrón. Ni vamos a poder clasificar a su votante. Como tampoco adivinar sus profesiones, gustos, o la opción por la que se decantarían en otras elecciones.
Porque resulta que un alto porcentaje de mujeres blancas con estudios le ha votado. Como la mayoría de la clase media trabajadora. Y es que cada votante, de manera individual, sabe sus propios motivos. Sus circunstancias y su radio de acción inmediato acaban, en definitiva, determinando la orientación de la papeleta.
Ahora bien. Más allá de lo que haya podido funcionar mejor o peor a uno y a otro candidato, hay una serie de elementos que son comunes y son los que hacen grandes al pueblo americano. Los principios básicos funcionan. Con cualquier electorado.
El Back to Basics que reivindicaba Thatcher lo tienen perfectamente interiorizado en cualquier pueblo remoto desde Alabama a Oregon.
La apelación a la Libertad, a la defensa de los Derechos Humanos, a la igualdad de oportunidades, pero no de resultados, a la no discriminación, al orgullo de sentirse parte de la grandeza de un país, con sus derechos y sus deberes, y el espíritu, en definitiva, que encierra su Constitución, es una constante en cada uno de los discursos de los candidatos.
"Después de las elecciones, ya no hay demócratas ni republicanos, solo hay americanos", decía Obama tras la victoria de Trump.
Y es que estas palabras, y no otras, encierran mucho más de lo que aquí muchos alcanzan a comprender. Porque es donde reside la nobleza del pueblo americano.
Engrasarán los mecanismos de control y pondrán en marcha la maquinaria. Veremos cómo evoluciona todo, pero hay un cimiento demasiado sólido como para que se venga abajo tan fácilmente.
Y qué bien cierra ese God bless America. Casi mejor que nunca.

