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Miguel del Pino

Envenenadores

Intoxicaciones accidentales o enfermedades digestivas solían ser la verdadera razón, pero a veces era preciso reconocer la autoría de una mano criminal

Intoxicaciones accidentales o enfermedades digestivas solían ser la verdadera razón, pero a veces era preciso reconocer la autoría de una mano criminal
Perro boxer | Pixabay/CC/twistedFrog

Resulta difícil de creer, pero a nuestro programa Jungla de asfalto llegan denuncias de casos de envenenamiento de perros en zonas urbanas, en este caso concretamente de Asturias. Algunos ciudadanos han llegado a organizar patrullas para descubrir a los autores y entregarlos a las autoridades.

Por si no tuviéramos bastante con la plaga del veneno en el medio rural, parece cierto que han aparecido en algunas zonas urbanas del Principado cebos consistentes en bolas de carne que contienen helicidas, es decir veneno contra caracoles, y también artilugios formados por bolas cárnicas con alfileres u otros objetos similares.

No solemos dar crédito a noticias sensacionalistas, pero en este caso parecen fidedignas; es propio de un pasado negro aquello que se escuchaba con cierta frecuencia hace décadas: tuve un perro pero "me lo envenenaron".

La mayor parte de las veces no era cierto que la muerte repentina de un perro que había campado por sus respetos en el parque o en cualquier otro medio urbano se debiera a envenenamiento premeditado: intoxicaciones accidentales o enfermedades digestivas no diagnosticadas a tiempo solían ser la verdadera razón, pero a veces era preciso reconocer la autoría de una mano criminal, porque así se puede calificar a quien pone veneno a disposición de un perro.

Está claro que ninguna razón lógica puede amparar a quienes así actúen: la "cinofobia" puede deberse al rechazo por la suciedad que provocan los perros con amos irresponsables que no recogen las heces, también al miedo a la posible agresividad de perros sueltos en zonas inadecuadas, o a verdaderas patologías mentales que 'haberlas haylas'; pero es necesario proceder de inmediato si se detectan casos de envenenadores como los que nos denuncian nuestros oyentes.

Algunas campañas de desratización, o el empleo de fertilizantes basados en purines de granja para el tratamiento del césped de los jardines urbanos han podido en ocasiones ser causa de muertes de perros que juegan en los parques. Por descontado que los envenenamientos con intención criminal son mínimos, pero no hay que descartarlos.

Suelen ser los veterinarios quienes detectan el peligro en primer lugar, cuando llegan a sus consultas perros que han muerto de manera repentina después de jugar en libertad, y está claro que ellos darán la voz de alarma ante las autoridades. Muchas veces se trata de hechos aislados, pero en algunas pocas ocasiones el envenenador, sin duda un peligroso demente, repite su actividad delictiva.

Decimos delictiva, porque desde hace pocos años este tipo de conductas revisten calificación de delito en sí mismas, no sólo por la condición de peligrosidad para las personas, sino también, y esto es lo novedoso, por implicar una crueldad con los animales absolutamente detestable.

No suele ser fácil poner ante un juez a estos peligrosos dementes, sobre todo por la dificultad para conseguir pruebas. En el medio rural el Seprona está consiguiendo reducir la presencia de cebos envenenados gracias a una dedicación y a un celo verdaderamente ejemplares. En la ciudad hay que pedir ayuda a las respectivas policías municipales, y en los parques añoramos la figura del "guarda", un entrañable personaje lamentablemente casi desaparecido.

Se dirá que los perros no deben correr sueltos por dichos parques, incluso en algunos lugares la legislación prescribe hasta el uso permanente de bozal, pero hasta paseando con correa el animal puede ingerir el peligroso cebo en un descuido de su amo. Es complicado luchar contra la mala intención, de manera que, ante denuncias como la que recibimos, es necesario no bajar la guardia.

Tampoco se trata de sembrar el alarmismo. Se trata de hechos verdaderamente aislados y excepcionales, pero no por ello debemos dejar de prestar atención cuando las sospechas son fidedignas.

En el campo la colocación de venenos en cotos de caza es uno de los mayores problemas ecológicos, hasta el punto de que las principales asociaciones ecologistas españolas (las de verdad, claro), tuvieron que reunirse para formar el llamado "proyecto antídoto", cuyo éxito en buena parte se viene basando repetimos, en la entusiástica colaboración de la Guardia Civil a través del Seprona.

Nos gustaría extraordinariamente no tener que volver a hablar de este tema en muchos años, ni tampoco de organizadores de peleas de perros, ni de maltratadores o de quienes abandonan a su propio animal de compañía. La Sociedad será mucho mejor cuando se consiga desterrar a los autores de estos hechos tan lamentables.

En Tecnociencia

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