El pasado día 21 nos juntamos un grupo de amigos desperdigados por el mundo para celebrar la fiesta de Santa Cruz, que la mayoría no había vivido desde la infancia. Pero no en el vergel de viñedos y olivares donde correteábamos de pequeños, sino en Santa María de Palautordera, un enclave bucólico de la Cataluña profunda, una de tantas tractorias de fachadas esteladas, lazos amarillos y supremacismo sofocante.
A veces sobran razonamientos y datos para explicar lo evidente, basta una anécdota sencilla y cierta complicidad.
"¡Estoy cada vez más harta!", nos comenta con los ojos humedecidos de rabia e impotencia la dueña de un restaurante de Castelldefels de cuyo nombre no quiero ni puedo acordarme. "Alguna vez he tenido que dejar el comedor y refugiarme en la cocina para llorar de rabia".
Clientes que vienen a desayunar cada mañana, amigos de años ante los que te has de morder la lengua. Y tú allí, como si fueras transparente, como si fueras un cero a la izquierda; siempre con "¡la puta España!" en la boca, sin importarles un pimiento lo que pensamos los demás. Y con la matraca del procés y los presos políticos y el facha del juez Llarena. ¡Dicen cada barbaridad! A veces te dan ganas de contestarles, alguna vez lo he intentado. Nada, no te creas, sólo decirles si están tan seguros… pero enseguida te miran mal… y son clientes de toda la vida.
Respira enfurecida.
¡Como si Cataluña fuera suya! Y saben que no soy independentista, pero les da lo mismo, parece que disfrutan. A veces no aguanto más y he tenido que ir a la cocina a llorar de rabia, de rabia, porque cada vez que se cagan en España me duele, porque España no es una cosa, ¡España soy yo!, es mi hija, es mi familia, son mis amigos! ¡Y me están insultando!
Se le nublan los ojos, está indignada. Se hace un silencio, la emoción le embarga, podemos tocar la impotencia. ¡En un instante nos ha dicho tantas cosas!
Para los que en el resto de España no vean la violencia, el acoso, la exclusión del separatismo, y no comprendan el silencio de tantos, han de reparar en situaciones diarias como ésta. Callar para sobrevivir. No olvidemos que el catalanismo domina desde 1980 gobiernos, presupuestos, contratos públicos, instituciones, medios de comunicación y cada una de las organizaciones sociales. La presión a que están sometidos los no nacionalistas es desoladora. Hasta las fuerzas del orden y sus familias se sienten agobiadas por este clima supremacista. Actúan como si Cataluña fuera suya, como si los ofendidos fueran ellos, como si nosotros fuéramos carceleros.
Al final, anécdotas cotidianas como ésta dan más cuenta de la maldad del procés que todos los razonamientos juntos. Escuchen en este enlace los insultos y el tono rabioso con que se expresan a propósito de la retirada de cruces amarillas de la playa de Canet de Mar y comprenderán lo que les digo.
Por eso mismo, el coraje que están demostrando las Brigadas de Limpieza enfrentándose a este supremacismo ambiental es ejemplar. Su actitud está dando la vuelta a España y obligando al separatismo a mostrar su verdadera naturaleza fascista. La intervención de Els Segadors del Maresme deja al descubierto la estrategia subversiva por acumulación de incidentes con cruces y viacrucis envenenando almas, satanizando al opresor, infectando playas y mentes. Son las bases donde se construye la rebelión en espera de la tierra prometida. Los jueces alemanes deben de tener una idea de la rebelión muy anticuada. Ahora, aquí, el catalanismo la construye, paso a paso, socavando todos los fundamentos de la legalidad y la legitimidad.
Están enfermos de victimismo. Y el Gobierno dejando a los ciudadanos a la intemperie, como si no tuviera leyes ni fuerzas del orden para garantizarles su seguridad y su libertad. Dejación de funciones, prevaricación, cobardía.
¡Con lo fácil que sería resolver todos los grandes problemas de Estado si PSOE, PP y Cs se pusieran de acuerdo!

