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EDITORIAL

Mal final para un pésimo gobernante

La última decisión de Mariano Rajoy, su propia dimisión, ha llegado como tantas otras en su larga carrera política: tarde y mal.

Durante su larguísima trayectoria política Rajoy ha tenido muchos momentos en los que podría e incluso debería haber presentado su renuncia: el primero y más obvio es tras la derrota electoral de 2008, cuando obtuvo un resultado muy digno que le habría permitido irse con la cabeza bien alta pero demostró que no era suficiente rival para Zapatero.

En lugar de eso Rajoy no sólo montó el congreso búlgaro de Valencia para mantenerse en el poder, sino que además decidió cambiar radicalmente el propio PP, vaciándolo de todo contenido ideológico y convirtiéndolo en lo que es hoy: un partido sin ideas ni principios en el que los arribistas campan a sus anchas y el oportunismo es la única doctrina.

Sin entrar a valorar el rosario de flagrantes incumplimientos electorales que fueron sus primeros meses en el Gobierno, Rajoy también podría haber dimitido tras el estallido del escándalo Bárcenas y, muy especialmente, cuando sus indefendibles mensajes aparecieron en la portada de El Mundo en julio de 2013. Ese sí habría sido un momento en el que habría hecho un gran servicio a España y su partido, permitiendo al PP y al gobierno afrontar las dificilísimas circunstancias que aún estaban por llegar sin el enorme lastre político y moral que la corrupción ha supuesto desde entonces y quién sabe si impidiendo -o al menos mitigando- el peligrosísimo surgimiento de un populismo que aún supone un enorme riesgo para el futuro de España.

No menos oportuna habría sido una dimisión tras la debacle electoral de diciembre de 2015: perder un tercio de tus votos y de tus diputados parece motivo más que suficiente para irte y facilitar la llegada de un sustituto con menos hipotecas y mayores posibilidades de lograr una investidura que para Rajoy era evidentemente imposible. E incluso habría sido, probablemente, una apuesta electoral más eficaz que el propio presidente, que a pesar de su relativo éxito en las elecciones de junio se encontró -y ahora tenemos la prueba evidente- con una mayoría tan exigua que ha hecho prácticamente imposible cualquier acción de gobierno y que ha colocado a todo el país en una posición de dramática debilidad ante el desafío separatista.

Precisamente este desafío separatista dio otro motivo inexcusable para la dimisión: la celebración del referéndum ilegal del 1-O, tantas veces negada en las semanas anteriores es un error con un coste tal para España que el presidente que lo ha permitido no debería haber seguido ocupando su cargo.

Con la única excepción de los crímenes del GAL probablemente ningún gobernante ha tenido sobre sus hombros una responsabilidad política tan grave e inabilitante como el 1-O, pero Rajoy ni siquiera lo ha encontrado digno de mención en su despedida.

Finalmente, para demostrarnos que se puede estar mal hasta prácticamente el último momento Rajoy dimite sólo cuatro días después de haber facilitado la llegada del ‘gobierno Frankenstein’ que este mismo martes ha descrito como una peligrosa "aventura de futuro incierto" en la que el PSOE se embarca acompañado de los separatistas y de Bildu.

La dimisión de Rajoy no habría sido inútil como desde el jueves tratan de convencernos sus voceros en el PP y en los medios: Sánchez habría tenido muy complicado reunir para una investidura el apoyo de 180 diputados que, como muchos han reconocido, votaron el viernes no tanto a favor del socialista como en contra de Rajoy. El escenario más probable era una investidura fallida y elecciones en otoño, y en cualquier caso se ganaba tiempo.

En su discurso de este martes Rajoy no ha respondido a la pregunta que se estarán haciendo ahora muchos españoles: ¿por qué lo mejor para España es irse ahora y no hace cuatro días? Sin embargo, sí ha dado una pista al comentar en un aparente lapsus que había tomado su decisión "por dos razones: es lo mejor para mí y para el PP", por ese orden en el que sólo después ha añadido que también lo hacía "por España", eso sí, en tercer lugar.

La trayectoria de Rajoy termina, en suma, con un gesto de total coherencia con lo que han sido sus muchos años en el poder en los que se ha guiado por su propio interés político, las circunstancias electorales de su partido y, siempre en tercer lugar, el interés general de España.

Esas han sido sus motivaciones y junto a ellas vemos ahora su legado: un PP demolido intelectual y políticamente, una España en su peor crisis política desde 1975 y un gobierno Frankenstein en Moncloa.

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