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Santiago Navajas

Jurar por Dios o por Snoopy

No hay nada medieval en jurar ante un símbolo religioso, ya que lo malo sería si fuese obligatorio.

Cuando Pedro Sánchez juró el cargo sin símbolos religiosos, la tropa progre le hizo la ola. Así, Pepa Bueno, locutora de la Cadena SER, aplaudió en Twitter:

Solo cuatro presidentes norteamericanos que se sepa no han jurado el cargo sobre la Biblia. Franklin Pearce (que afirmóen lugar de jurar sobre una Biblia por una crisis de fe), John Adams (lo hizo sobre un ejemplar de la Constitución), Theodore Roosevelt (juró rápidamente tras el asesinato de William McKinley)y Lindon Johnson (sobre un misal católico, en el Air Force One, tras el asesinato de Kennedy). De otros presidentes en épocas primeras de la Unión no hay datos ciertos. Sin embargo, tanto Trump como Obama sí usaron el libro sagrado. Obama usó de hecho ¡dos! para su segunda toma de posesión, la de Lincoln y la de Martin Luther King. Ha debido de ser la única cosa que haya copiado Trump de Obama, ya que el último presidente de los Estados Unidos también usó dos biblias en su juramento, la suya propia y la de Lincoln. Y es que, junto al ejemplar original de la Constitución norteamericana, pocos libros más icónicos en los EEUU que la Biblia que perteneció a Abraham Lincoln. Lo que llevará a Pepa Bueno y otros laicistas totalitarios a comparar los Estados Unidos de Obama y Trump con el Irán de los ayatolás. También Felipe VI, que fue quien eliminó ese requisito a la hora de prometer o jurar los cargos, subió al trono sin ningún símbolo religioso.

El significado de jurar o prometer significa vincularse ante los demás por algo que se considera de una importancia más allá de toda duda e interés torticero. Es algo que obliga con una fuerza que vincula a unos valores superiores, de una trascendencia mayúscula, que concierne de una manera que pone en cuestión el valor mismo como ser humano de quien lo hace. Puede ser la Biblia o cualquier otro libro que se admire por su densidad moral y que sirva de símbolo de la importancia que se concede al compromiso moral y político. También podría ser el Bhagavad Gitao el Tratado Teológico-Político de Spinoza (algunos presidentes norteamericanos lo han hecho sobre la Biblia masónica que usó Washington). No es por casualidad que se ponga como ejemplo de una personalidad frívola, y de la banalidad de una promesa, el juramento por Snoopy.

En los cursos online de las universidades norteamericanas se pide a los estudiantes que firmen un código de honor por el que se comprometen a hacer los ejercicios y exámenes del curso. Esto quizá les parezca trivial e incluso estúpido a los estudiantes de otras latitudes y otras culturas, pero es esa creencia en que las personas tienen palabra el valor moral fundamental a la hora de cimentar sociedades liberales, prósperas y abiertas. Porque el valor de la palabra de honor no tiene precio (entre personas decentes).

Sin embargo, en España hemos visto cómo se deja estar en cargos institucionales a gente que jura "por imperativo legal". Es decir, nada. Es un juramento que respeta solo el texto de la ley pero no su espíritu. Que el Tribunal Constitucional admitiese dichos juramentos fraudulentos fue no solo un error sino una imprudencia y una muestra de la poca estatura intelectual y moral de los jueces que lo componen. Porque lo que no se permite en un tribunal de justicia, el perjurio, lo estamos incentivando en las sedes de la soberanía nacional. De Herri Batasuna a Puigdemont, pasando por Podemos, los enemigos de la nación y la Constitución españolas pueden hacer todo lo posible por destruirlas sin que se les haya aplicado el primer filtro democrático, el del compromiso metamoral hacia los valores fundamentales que posibilitan cualquier diálogo, ese método minusvalorado de tanto manosearlo.

No hay nada medieval en jurar ante un símbolo religioso, ya que lo malo sería si fuese obligatorio. O, como querrían los laicistas totalitarios al estilo de Pepa Bueno, prohibirlo o denigrarlo como algo obsoleto. Siguen la tradición, tan del siglo XX, de la izquierda más simplista y sectaria: la del desprecio y la condescendencia hacia las religiones. En el fondo, las consideran competencia de su propia secta ideológica.

En España

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