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José García Domínguez

¿Dónde está el Trump del PP?

Lo del PP, me temo, va a quedar en otro morboso espectáculo de enfrentamiento algo marujil entre esas dos señoras que tanto se odian y sus respectivos cortejos.

Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, en una imagen de archivo | EFE

Tras la espantá de Feijóo en la mejor tradición de Curro Romero, lo del PP, me temo, va a quedar en otro morboso espectáculo de enfrentamiento algo marujil entre esas dos señoras que tanto se odian y sus respectivos cortejos, con los sufridos Casado y Margallo haciendo las veces de teloneros ocasionales. En cuanto al famoso debate de ideas, no parece que esté ni que se le espere. Perdamos otra vez toda esperanza, pues, de que en en seno de la derecha española, siempre tan castiza y provinciana ella, pudiera irrumpir algo remotamente emparentado con esos dos dirigentes del establishment, Trump y Macron, por lo demás dos hombres tan distintos entre sí, que hoy marcan la línea de actuación de los sectores de orden en Occidente. Porque cuesta algo más que trabajo imaginar en la Secretaría General del PP (o de cualquiera de los otros tres grandes partidos españoles) a alguien, como el presidente de la República de Francia, que todavía tiene muy claro lo que significan las formas y el principio de autoridad. Alguien que supiera poner en su sitio, y de forma espontánea, al primer petimetre maleducado que se dirigiera a él tratándolo como a un colega de discoteca, eso mismo que aquí hacen por norma el 90% de los presentadores de televisión con los ministros y las ministras en circunstancias parejas.

Porque entre nosotros, ya se sabe, cualquier atisbo mínimo que recuerde la existencia de las jerarquías sociales significa volver al más negro autoritarismo franquista. Pero mucho más trabajo cuesta aún vislumbrar a un alter ego de Donald Trump al frente del PP. Alguien que, al modo del presidente de Estados Unidos, tenga también muy claro que la única manera de que la economía de un país pueda devenir estable a medio y largo plazo es que su balanza comercial tienda al equilibrio. Trump tiene clarísimo, por ejemplo, que no se puede permitir que China recurra a la manipulación permanente del tipo de cambio de su moneda, al trabajo esclavo de sus súbditos, a la ausencia de ley alguna de protección medioambiental, al robo impune de la propiedad intelectual y, por si aún fuera poco, a la intervención directa de su Gobierno para favorecer a sus empresas frente a la competencia exterior. Y todo ello para inundar los mercados occidentales con manufacturas de mínima calidad que van destruyendo a su paso miles de puestos de trabajo bien pagados y estables. Llámenle si quieren proteccionismo o como les venga en gana, pero eso no se puede consentir.

¿Dónde está el Trump del PP que defienda frente a Alemania un principio similar de reequilibrio de los saldos comerciales entre los socios de la Unión Europea? ¿Qué opinan de ese asunto, si es que algo opinan, el señor Casado o la señora Santamaría? Sospecho que nunca lo sabremos. Pero hay otra cosa que también tiene clarísima Trump y a la que ninguno de los candidatos a presidir el PP es probable que haya dedicado ni un minuto de atención en toda su vida. Trump tiene clarísimo que generar puestos de trabajo ya no es necesariamente sinónimo de reducir el nivel de paro. Porque en un mundo como el contemporáneo, el de las migraciones masivas e incontroladas de mano de obra a través de los continentes, la oferta de trabajo se ha convertido en infinita. En el siglo XXI, cuantos más empleos mal pagados sea capaz de generar un país, más inmigrantes dispuestos a cobrar una miseria se embarcarán en lo que sea para entrar en ese país. Trump, como el Brexit en el Reino Unido, no es más que la reacción inquieta de los trabajadores locales frente a esa nueva tendencia global. ¿Y qué opinan, si es que algo opinan, la señora Cospedal o el señor Margallo sobre ese espinoso asunto? Tampoco lo sabremos jamás, sospecho. En fin, preparémonos para la eclosión de la nada. Otra vez.

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