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Enrique Navarro

La madre de todas las batallas y Pablo Casado

Las convicciones de Pablo Casado le hacen cercano a la democracia cristiana, pero sin renunciar al gen esencial, el liberalismo.

Las convicciones de Pablo Casado le hacen cercano a la democracia cristiana, pero sin renunciar al gen esencial, el liberalismo.
Pablo Casado | Archivo

Creo que podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que en los últimos cuatro años hemos vivido los momentos más apasionantes de la política española desde la proclamación de la Constitución hace ahora cuarenta años; las dobles primarias del PSOE, los recurrentes referéndums en Podemos, al ascenso naranja; y solo nos faltaba ver al PP con media docena de candidatos a la vez; más que en toda la historia del partido desde 1977.

Pero a pesar de la notable concurrencia de candidatos, toda esta contienda se resume en una batalla cruenta, anunciada desde la llegada de la actual dirección al partido. Las duelistas estaban condenadas a enfrentarse, pero lo que no esperaban es que tendrían que hacerlo en campo libre sin el paraguas del registrador de Santa Pola.

Esta elección es la más importante de la historia del partido y en consecuencia los militantes y los compromisarios, que no deberían torcer la decisión de los primeros para no incurrir en un pucherazo o apaño que desvirtuaría todo el proceso, deben elegir al próximo presidente con dos objetivos a corto plazo: una limpieza profunda y sin miedo a aflorar las prácticas corruptas y en segundo lugar un rearme ideológico que supere el Marianismo.

Porque no nos engañemos, estos años de Rajoy en el gobierno han sido un constante enfrentamiento con la forma de entender la vida y la política de la mayoría de los militantes y votantes. Cuando éstos demandaban adelgazar el estado, el PP lo engordaba y llevaba la deuda a extremos insostenibles; cuando pedían reducir impuestos, Montoro nos pegaba el hachazo fiscal; cuando se reclamaba limpieza se liaban con los sueldos en diferido; cuando se imploraba reafirmar al estado en Cataluña, se masajeaban con Oriol Junqueras y cuando se reclamaba respeto a las víctimas, Bolinaga se iba de rositas. Habrán sido muy eficaces las medidas, que tampoco, vistos los que se han quedado en el camino de la crisis, en particular los más desamparados, autónomos, desempleados, mujeres; pero es que para este viaje no hacían falta tamañas alforjas. Ahora no sé cómo nos extrañamos de que Pedro Sánchez sea más de lo mismo; es que no eran tan diferentes.

La madre de todas las batallas no va a dejar vencedores ni vencidos, porque ambas quedarán vencidas. Pretender utilizar al Partido Popular, su historia y principios para subordinarlos a una lucha de personalismos y ver quien es más poderosa, es de una corrupción mayúscula. Las dos personas que han acompañado al presidente Rajoy en este éxodo ideológico, no pueden ser parte de la solución cuando son parte del problema. No dudo de su gran capacidad y de su dedicación y devoción, pero sólo un gran salto adelante puede poner al centro derecha en condiciones de pelear en unas elecciones a la estrella ascendente Sánchez, un ejemplo de tesón y confianza que nadie debería olvidar en esta contienda.

Feijoo ha hecho una vez más de Fraga, dejar que los demás se quemen para luego venir a romper cartas de dimisión y otros shows que forman parte del pasado. Este es el último tren que le queda al PP, y el presidente gallego se bajó antes de que saliera de la estación por el vértigo que produce llegar a Ponferrada y por ende a la Meseta.

Estas elecciones tienen también sus figurantes, dispuestos a tener algo que ofrecer para no perder también el tren, pero no nos engañemos esta pelea va de tres, y mejor harían en despejar el camino para no liar a todos, con todo el respeto a su decisión.

Y lo más curioso es que en las eternas luchas entre el aparato y los recién llegados, que se lo recuerden a Borrell, Zapatero, Pedro Sánchez, el primero representaba la pureza ideológica y los advenedizos, la renovación. Aquí, además, es al contrario porque si alguien representa al centro derecha español en su estado más puro es Pablo Casado.

De su honestidad, a pesar de que salgan muchas informaciones, interesadas, no pongo dudas, aunque ya se sabe, como decía Oscar Wilde, que la importancia de un hombre se mide por el número de enemigos que tiene. El joven Pablo es liberal en lo económico y cree que hay que adelgazar el estado, rebajar impuestos a las familias y autónomos y poner orden en este complejo estado descentralizado, que no supone recentralizar, sino un adecuado proceso de eficiencia en la gestión de competencias. Representa el espíritu liberal conservador que los tories llevaron en sus genes durante años como los republicanos en Francia. Es decir, cree firmemente en la nación española y en el reforzamiento de las políticas de estado, con una política exterior alineada firmemente con nuestros aliados de Occidente y del Medio Oriente y una política de defensa solidaria con nuestros socios en la Alianza Atlántica y en la Unión Europea. Sus convicciones morales le hacen extremadamente cercano a la democracia cristiana, pero sin renunciar al gen esencial, el liberalismo.

Es joven, sí; pero ya vemos cómo se mueve la política en estos tiempos; necesitamos líderes que movilicen el voto de menos de 40 años que es el más desafecto a la democracia; este es un déficit que España no se puede permitir, y por eso ese es el objetivo de todos los partidos. Sin duda, también en esta contienda asistimos una vez más a un conflicto generacional de indudable interés.

Para los que hayan venido leyendo mis artículos ya saben que de vez en cuando adivino el futuro, y esta vez creo que no me equivocaré diciendo que, si Pablo Casado aguanta hasta el final, será el presidente del PartidoPopular; tiene detrás a los valores y a la esencia del partido que hizo posible una transformación enorme de la sociedad española que nos permitió acceder al privilegiado club del Euro y la victoria del estado sobre el terrorismo; no es poco bagaje. Creo que tenemos unos líderes nuevos de indudable valía y sobre todo que representan un nuevo tiempo; Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera son dignos representantes de esta nueva era, todos muy capaces y con una decidida voluntad de transformación, cada uno desde sus postulados políticos; el Partido Popular no puede quedar como una reliquia del pasado y debe apostar por los nuevos tiempos y por la regeneración, porque eso es lo que demanda la sociedad española, superar el pasado de una vez para siempre y mirar al futuro con optimismo.

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