Antes de que Albert Rivera pidiera al presidente Sánchez, en el Congreso, que hiciera pública su tesis doctoral, el interpelado se mostró compungido por la dimisión de la ministra de Sanidad. Era su amiga. Estaba haciendo una labor extraordinaria. Y, como para coronar esa conducta intachable, había seguido "el camino de la ejemplaridad" al asumir responsabilidades políticas. Ni una mención hizo el presidente a los hechos que motivaron la dimisión de Carmen Montón. No es que una esperase que Sánchez entrara al tema del copia, pega y plagia en el que básicamente consistió el trabajo de fin de máster de la diputada. Pero bien se podía haber permitido una alusión, un distanciamiento, una crítica hacia esa clase de trampas. ¿O no?
El empeño del presidente por darle la vuelta a la dimisión de Montón para que pareciera un nuevo acto virtuoso de su Gobierno, en lugar de un nuevo acto inevitable al descubrirse otro comportamiento inapropiado de un ministro, hizo de la dimisión un acto incomprensible y contradictorio. Tesis y antítesis. Una ministra que era un portento, dimitiendo por nada. Una ministra que dimitía por nada para dar ejemplo. Pero la realidad que Sánchez quiso encubrir es que Montón sólo emprendió el "camino de la ejemplaridad" cuando se descubrió que antes se había metido por el atajo de la estafa intelectual.
Al intentar el trastrueque, al hacer pasar una dimisión obligada por un modelo de virtud, el partido del Gobierno quiso, seguramente, poner a Pablo Casado bajo presión. Pero olvidó el asunto de la tesis. La tesis doctoral del presidente. Y así fue cómo, a preguntas de Rivera, Sánchez se enfangó. Respondió que su tesis está publicada en internet y no lo está. Hay que ir hasta la biblioteca de la Universidad Camilo José Cela para consultarla previa petición y en condiciones especiales: no se pueden hacer fotos ni fotocopias. De secretos oficiales parece la cosa. En síntesis: el efecto imprevisto de la dimisión de Montón es que el foco periodístico se ha desplazado al lugar que guarda la única copia de la tesis de Sánchez. Hay cola.
La maniobra gubernamental por hacer un "y tú más", como han hecho típicamente los dos grandes partidos con los casos de corrupción –de la otra corrupción–, muestra que en Moncloa no captan las razones de fondo que dan impulso a la exposición de las irregularidades de másters o tesis de cargos políticos y hacen que resulten inadmisibles a ojos de la opinión pública. Porque hay morbo periodístico, como hay maniobras en la oscuridad, pero también hay una creciente y comprensible intolerancia hacia los que se saltan las reglas y reciben trato de favor en la universidad. Los que cumplen las reglas se ven perjudicados por quienes las inclumpen, y un incumplimiento sistemático devalúa los títulos y la universidad.
Las familias españolas han seguido invirtiendo mucho en educación, con resultados cada vez menos satisfactorios. Sólo faltaba para completar ese cuadro de calidad decreciente, y para hacerlo más lacerante, que sea norma que los que disponen de contactos políticos puedan conseguir títulos sin otro esfuerzo que el de copiar de la Wikipedia, plagiar o subcontratar el trabajo. Hace unos años, cuando en Alemania un ministro tuvo que dimitir porque su tesis doctoral era un plagio, se denunciaron aquí falseamientos de currículos de cargos públicos. No tuvo ninguna consecuencia. Eran pecadillos sin importancia. ¿Quién no tunea su currículo? ¿Quién no mete de matute unos párrafos copiados en la tesis? La indulgencia se ha acabado.