Cuando se tuvo conocimiento de que el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero se había reunido el pasado 8 de setiembre en el caserío guipuzcoano de Txillarre con Arnaldo Otegui, lo primero que me vino a la cabeza fueron unas palabras, llenas de angustia, de Pilar Ruiz Albisu, la madre de los Pagazaurtundúa. "Patxi, harás y dirás cosas que me helarán la sangre", le dijo al entonces líder del PSE, Patxi López, en una carta que le escribió en mayo de 2005, cuando todo apuntaba a que Zapatero había puesto en marcha un proceso de negociación política con ETA. El 6 de julio de 2006, López, junto con Rodolfo Ares, mantuvo una reunión en un hotel de San Sebastián con dirigentes de la ilegalizada Batasuna, entre los que se encontraba Otegui. Evidentemente, la madre de los Pagazaurtundúa había acertado.
Lo que quizás no pensara Pilar Ruiz en aquel momento es que, trece años después, el que fuera presidente del Gobierno de España de 2004 a 2011 tuviera el cuajo de reunirse con uno de los líderes más importantes que ha tenido el entramado etarra. Algo que sólo puede explicarse porque Zapatero es mucho más "bobo solemne" –en acertada definición de Rajoy– de lo que se pensaba, o porque su concepción de la decencia democrática y del respeto a las víctimas del terrorismo, empezando por las de su propio partido, es manifiestamente mejorable. Aunque, bien pensado, alguien como Zapatero, que en 2006 dijo que Otegui había hecho un "discurso por la paz", ¿por qué iba a negarse a reunirse con él en un caserío y disfrutar de los buenos productos gastronómicos que a buen seguro degustaron?
También puede haber una razón más de fondo que explique, aunque no justifique, la reunión en el caserío de Txillarre. Con el proceso de negociación política con ETA, Zapatero perseguía no solamente que la banda terrorista dejara de matar, sino empezar un camino que condujera a la segunda transición, es decir, a la demolición del régimen constitucional del 78. Si para eso tenía que negociar políticamente con ETA; arrinconar a las víctimas del terrorismo; prometer a Maragall que apoyaría en Madrid el texto del nuevo estatuto que llegara de Cataluña; sancionar el cordón sanitario contra el PP y expulsar al centroderecha del espacio político, lo haría.
Que, catorce años después de llevar a cabo todo ese proceso, Zapatero acceda a reunirse con Otegui en un caserío tiene su sentido. ¿Para celebrar los logros mutuos alcanzados en este tiempo? Es posible. ¿Para hablar del presente y futuro de España, de Cataluña, de Euskadi? No tengo la menor duda de que así sería, y no tanto por Otegui, sino por la absoluta inanidad y falta de principios de su interlocutor, como ha quedado demostrado con creces en los últimos tiempos, con su actuación en la Venezuela de Maduro.
Retomando las palabras de la madre de los Pagazaurtundúa: ¿a cuántos socialistas de a pie se les habrá helado la sangre al conocer la reunión de Zapatero con Otegui? ¿Cuántos socialistas de a pie habrán sentido vergüenza? Hablo de socialistas de a pie, porque los otros, los que van en coche oficial, no han dicho esta boca es mía, seguramente porque piensen, con razón, que al actual líder del PSOE no le habrá parecido mal esta reunión. Al fin y al cabo, bienvenido sea todo lo que suponga ganarse complicidades para seguir en el poder, aunque vengan de quienes han formado parte del entramado de una organización terrorista como ETA.
Qué bajo ha caído el PSOE, y que pocos resortes morales quedan en un partido que no es capaz de desautorizar públicamente a un expresidente del Gobierno socialista que accede a reunirse con un individuo como Otegui.