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Un descanso, por favor

Señor Sánchez, déjenos descansar; márchese y siga con sus recuerdos, aunque mejor que sea sobre vivos.

Ya sé que los españoles estamos acostumbrados a sufrir, y que lo hacemos con cierto estoicismo, pero también que todas las cosas tienen un límite que no debe sobrepasarse, aunque sólo sea por estética –no menciono el límite ético por si molesta– y, en última instancia, por un sentido de la dimensión.

Desde que se nos castigó con el Gobierno o los Gobiernos del presidente Sánchez, las valoraciones fueron muy diversas; como suele ser el caso. Había ministros que permitían ciertas esperanzas y los había que la desesperación era su principal imagen.

El presidente mismo era motivo de gran contradicción. Empezó no cumpliendo lo prometido en la moción de censura: "Convocaré elecciones cuanto antes". De hecho, todos creímos que el Gobierno era un Gobierno de transición, porque el objetivo prometido era, simplemente, apartar al presidente Rajoy para convocar elecciones.

Pero el Palacio de la Moncloa debe de estar muy lejos del chamizo en el que uno puede encontrarse incómodo. Por eso el presidente, allí, con colchón nuevo, un coche blindado, con su conductor y escolta a la puerta de casa, y un Falcon asistido por un helicóptero de las Fuerzas Armadas, encontró gusto a eso de viajar sin hacer colas y sin preocuparse de qué puerta es la de embarque.

Ha viajado a troche y moche, sin duda más de lo necesario, incluso de lo conveniente, asistiendo a conciertos en los que no hacía falta alguna, y cuando no encontraba destinos tan apetecibles se desplazaba por el universo mundo, sin saber muy bien por qué. De hecho, nunca se ha dado cuenta a los españoles de los frutos de cualquier viaje, más allá del socorrido muy positivo.

Muchos españoles, no quiero decir todos, nos hemos visto ofendidos y humillados por actitudes suyas que denigran a un país y a sus gentes. Pero todo fuera por la aprobación de los Presupuestos. Seguro que pensaba, aunque no recuerdo habérselo oído, que estaba dispuesto a arrastrarse cuanto fuera necesario para mantenerse en el poder.

Pero llegó el día de la verdad, y los presupuestos no se aprobaron. Eso ponía en peligro la Moncloa, el Falcon, el coche blindado, la escolta… ¡Hay que convocar elecciones! Aquello que había prometido y olvidado casi al tiempo, o quizá fue antes el olvido que la promesa; no puedo asegurarlo.

Desde ese momento, él y su Gobierno parecen haberse tratado con anabolizantes, desarrollando una actividad frenética –probablemente estéril y seguro que nociva– que nos asombra; en los meses anteriores, aparte de millas recorridas, no se recuerda un sólo proyecto con sentido.

Yo, tengo que ser sincero, estoy agotado. Y lo malo es que cuando tengo un momento de lucidez me pregunto: ¿cansado, para qué? No veo ninguna utilidad a mi cansancio; por lo que pienso que lo que estoy no es cansado sino harto. Sí, señor Sánchez, déjenos descansar; márchese y siga con sus recuerdos, aunque mejor que sea sobre vivos. Los muertos necesitan oraciones y descansar en paz.

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