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Cristina Losada

La derecha unida jamás será vencida

Si 'la derecha' se ha fragmentado es por algo. Si hay espacio político para varios partidos que tienen coincidencias –pero no son similares– será porque hay razones de fondo.

Si 'la derecha' se ha fragmentado es por algo. Si hay espacio político para varios partidos que tienen coincidencias –pero no son similares– será porque hay razones de fondo.
Albert Rivera, Pablo Casado y Santiago Abascal en la concentración de Colón en Madrid. | Cordon Press

"La izquierda tiene el gran problema de que está fragmentada. En cambio, la derecha…". No sé cuántas veces habré oído este lamento de labios de tertulianos y comentaristas de izquierdas, en vísperas electorales, pero han sido muchas. No ya después del surgimiento de Podemos, sino antes, cuando no había otra pieza suelta que Izquierda Unida, se recitaba la letanía de la fragmentación como el definitivo impedimento para la victoria electoral y consiguiente llegada al Gobierno de la izquierda. Eso, claro, cuando no estaba en el poder. Pero se recurría a ese comodín, por comodidad, valga la redundancia. No era una explicación, sino una justificación.

La fragmentación no explicaba ni podía explicar que la izquierda perdiera elecciones o gobiernos, pero lo justificaba. Se evitaba, así, toda crítica al desempeño de la izquierda. La derrota no tenía nada que ver con lo que hacía o dejaba de hacer, porque era culpa de la fragmentación. La función que cumplía aquella letanía era exactamente la que parece: escamotear la responsabilidad de los partidos de izquierda en sus propios reveses electorales por la vía oblicua de endosársela a la fragmentación, factor objetivo sobre el que no se podía actuar. Bueno, salvo en aquel año 2000, cuando el PSOE e IU se presentaron juntos y sufrieron un descalabro histórico, en cierto modo anticipado por su elección de la música de Novecento para la presentación de la alianza electoral, y por la compañía de las habituales fuerzas de la cultura.

En estas vísperas, pasa lo mismo, pero del otro lado. Y eso que no ha desaparecido Podemos del mapa. Aún. Pero los lamentos por la fragmentación de la derecha van in crescendo, e irán. Se multiplican los avisos de que no podrá sumar a causa de la fragmentación y se presenta esa dramática división, más que como inconveniente, como absurda y estúpida. Incluso como el producto de la miope ambición de algunos por apalancarse con unos cuantos escaños en el Congreso. Y es que, en general, los profetas del desastre de la fragmentación tienen en mente al partido Vox, al que desde su entrada en las elecciones andaluzas ven como el tercero que sobra. Lo cual muestra, de paso, que instalan a Ciudadanos, sin más, en los lares de la derecha, cosa discutida y discutible.

Lo obvio hay que decirlo, por si acaso. No es cierto que la derecha unida jamás será vencida. Cuando el partido de referencia en la derecha, aquel al que podía votar toda la no izquierda, carecía de rivales en su campo, perdía elecciones como cualquiera. Algunas derrotas, como la de 2008, fueron especialmente sonadas, al producirse a pesar de una gran movilización contra la política del infausto ZP. Pues no sumó. Se podrá vaticinar que, dado nuestro sistema electoral, una derecha dividida –igual que una izquierda dividida– no tendrá mayoría de gobierno en el Congreso. Pero la unidad de la derecha tampoco la garantiza. Aunque nada de esto va a lo esencial.

Si la derecha se ha fragmentado es por algo. Si hay espacio político para varios partidos que tienen coincidencias –pero no son similares– será porque hay razones de fondo, porque responden a una demanda. Del mismo modo que hubo motivos para que al PSOE le surgiera un rival como Podemos, aunque de entrada lo que le hizo crecer fue más su populismo que su izquierdismo. Estos movimientos profundos, todos con origen en la gran crisis económica, que han acabado con el duopolio de los grandes partidos no se detienen con llamamientos al voto útil. Quizá se frenen en algún momento, como le pasa ahora a Podemos por sus extravíos, pero no antes de que se haga la experiencia.

Ni con llamadas al voto útil ni con pronósticos tenebrosos. El efecto disuasorio de las predicciones es limitado. O se percibe en ellas carga de intencionalidad o se da por hecho que fallan más que una escopeta de feria. Hace seis meses, varios expertos demoscópicos consultados por El Mundo auguraron, por ejemplo, que Vox no debía preocupar al PP y que iba a conseguir, tal vez, un escaño en unas generales. Ni siquiera los que auscultan regularmente la opinión pública son capaces de adelantar lo que va a ocurrir a la vuelta de la esquina. Después de las elecciones andaluzas, ya no opinaron lo mismo. Supongo. Y es posible que, tras haber infravalorado a Vox, la demoscopia empezara a sobrevalorarlo. Sólo sabemos que no sabemos. Peor aún: no sabemos qué es lo que no sabemos.

Los lamentos por la fragmentación de la derecha serán tanto más inútiles cuanto más proliferen. Cuanto más sirvan para eludir las causas del fenómeno. Y cuanto más se limiten a utilizar sus posibles efectos electorales como único argumento de peso.

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