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Cristina Losada

Las 'bestias' queman a Puigdemont

La exageración tremendista tiene un propósito, y ese propósito está en directa relación con los actos de violencia que se están perpetrando en Cataluña contra los partidos constitucionalistas.

La exageración tremendista tiene un propósito, y ese propósito está en directa relación con los actos de violencia que se están perpetrando en Cataluña contra los partidos constitucionalistas.
Twitter / Martbe

Coripe, pueblo sevillano de poco más de mil trescientos habitantes, ha pasado a formar parte del bestiario mitológico del separatismo catalán. Quién lo iba a decir. Allí queman todos los años, al acabar la Semana Santa, un monigote que representa a Judas, y para darle picante de actualidad o aire de moralina social lo personifican en algún antihéroe del momento. Por esa quema en efigie han pasado, según cuentan desde el pueblo, gentes como Urdangarín y Rodrigo Rato, el Pequeño Nicolás y Miguel Carcaño, asesino de Marta del Castillo. Incluso la actriz, vedette y celebrity Bárbara Rey, vaya usted a saber por qué, pues no hay en estas quemas sentencias razonadas ni fundamentos jurídicos. Es una fiesta y punto.

Los quemados no se quejaron, si es que llegaron a enterarse del ritual del que habían formado parte. Sólo el año pasado, un Movimiento contra la Intolerancia, contradiciendo su nombre, denunció la fiesta a la Fiscalía por haber puesto de Judas a la presunta asesina del niño Gabriel Cruz, Ana Julia Quezada. Pero es este año cuando los de Coripe han conseguido sus quince minutos de fama. Han puesto al prófugo Puigdemont, con su estelada de capa y un buen lazo amarillo, en el papel de Judas y el Gobierno catalán, siguiendo los pasos del movimiento intolerante, les va a poner una querella.

Los separatistas están horrorizados. El presidente Torra ha echado mano del vocabulario que usaba cuando era un articulista xenófobo para expresar su profunda consternación: "Sencillamente horrendo. Asco extremo. Intolerable". Hay que ver qué cosas más salvajes hacen las bestias con forma humana y baches en el ADN que pueblan ese bárbaro país que es España. El prófugo está disgustadísimo. Dice que ha sido muy desagradable la quema en efigie que ha sufrido entre las carcajadas de los vecinos. Lo ha llamado acto "indigno, impropio de ninguna sociedad civilizada", y ha puesto su denuncia también en inglés para internacionalizar el conflicto y el cachondeo.

Lo interesante de toda esta farsa no es, obviamente, la hipócrita indignación de los separatistas. Tampoco que aprovechen para darse a la autocompasión con ese axioma suyo de que en España hay un odio cerval a Cataluña o al catalanismo, que para estos sepulcros blanqueados son una y la misma cosa. Ni que el cortejo de plañideras gima que a ellos no les dejan poner sus lazos biliosos durante la campaña electoral y, sin embargo, los de Coripe pueden darse el gusto de pasar de neutralidades y quemar a su mártir de Waterloo. Bueno, quemar. Hablan de asesinato, de ametrallamiento o de fusilamiento "con saña", como adjetiva La Vanguardia, y eso que la munición era de fogueo.

La sobreactuación del separatismo ante ese ritual festivo en un pequeño pueblo y el hecho de que prensa y tele regionales le hayan dado rango de notición indican dónde está lo significativo. La exageración tremendista tiene un propósito, y ese propósito está en directa relación con los actos de violencia que se están perpetrando en Cataluña contra los partidos constitucionalistas. La campaña electoral muestra, de forma visible, sin paliativos, que los separatistas son enemigos de la democracia. Su actitud ante los que piensan distinto –su manera de dialogar– es el acoso, el insulto, la amenaza y el boicot. Su sentimiento más arraigado, el que más están exhibiendo, es el odio. Todo lo cual se sabía de antes. Pero en esta campaña lo están bordando. Es tan evidente que necesitaban darle la vuelta. Para poder decir que violencia es lo que sufren ellos, no lo que hacen ellos. Y así han llegado al extremo grotesco de calificar de "orgía de violencia" lo de Coripe.

Dos ministros del Gobierno socialista les han dado la razón. Borrell y Batet han lamentado mucho la broma del pueblo sevillano, cuyo alcalde, además, es del PSOE. Esto, en fin, cuando hemos visto quemar, en carnavales o en fallas, a los más altos dirigentes políticos de España y parte de Europa sin que nadie la armara. Lo malo es que la contemporización de los ministros socialistas con esta indignada farsa de los farsantes separatistas es otra farsa significativa.

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