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Vox y el milagro de la democracia

Vox es otro prodigio del boca a boca y de las redes sociales. Es posible pasar de la nada política a tener un importante grupo parlamentario en el Congreso.

Vox es otro prodigio del boca a boca y de las redes sociales. Es posible pasar de la nada política a tener un importante grupo parlamentario en el Congreso.
David Alonso Rincón

Ayer no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir a las diez y media de la noche. Como muchos, me equivoqué, aunque tengo la oportunidad de reconsiderar en esta columna aplazada un día. Pero, eso sí, daba por seguro que una de las grandes sorpresas de la jornada iba a ser Vox, que pasaría de no tener escaños en las Cortes a tener decenas. ¿Por qué? Simple como es uno, y sin las parafernalias carísimas de la sociología políticamente correcta, lo deducía de tres factores.

El primero, los resultados andaluces del pasado diciembre. Si sólo en Andalucía, sobre un universo de 109 escaños, Vox superó el 10 por ciento de escaños y votos (logró 12 y consiguió, de paso, que el PSOE de Susana Díaz fuera desalojado de la Junta), en el resto de España cabía esperar que su mensaje, como mínimo, tuviera eco en un porcentaje similar. Pintando con brocha gorda, eso significaría entre 20 y 40 escaños en el Congreso. Incluso las encuestas lo anunciaban.

El segundo, que la insistencia de algunos en borrar del mapa oficial las ideas y planteamientos de Vox, o en hacerlo superpresente como la gran cosa mala, provocaría la natural curiosidad en quienes acuden a las redes sociales para comprobar qué dicen los de Vox. Y eso es malo para los intrigantes manipuladores, porque cuando acceden al mensaje real resulta que Vox no les parece una alimaña peligrosa. Al contrario. Muchos simpatizan con lo que dicen.

El tercer factor tiene que ver con los durmientes, una parte muy importante de la población española, que han sido marginados durante décadas, que han callado durante años, que han sufrido la afonía política impuesta por quienes han decidido que su España, esa España, no debe existir. Pero esa España, acomplejada y encubierta, iba a ver, por vez primera en muchos años, que había quien levantaba su voz con claridad y les invitaba a existir, junto a otras visiones de Españas. O sea, los complejos de decir quién se es se han acabado.

Hasta ahora, muchos han tratado de presentar a Vox sólo como un exponente de la extrema derecha, afirmación que no comparto. Pero, a pesar del control asfixiante de medios de comunicación – repasen las televisiones mayoritarias, de la Primera a La Sexta y otros medios–, la España que representa Vox existe y tiene derecho a estar presente en el debate nacional. Creía, eso sí, que su aparición iba a ser más intensa. No lo ha sido.

Aun así, tal y como lo fue en su día el movimiento de los indignados, luego metamorfoseado en Podemos y otros partidos, Vox es un milagro de la democracia. Más milagro si se quiere porque ni ha tenido influencia decisiva ni influye en ninguno de los grandes medios de comunicación nacionales, regionales o locales. Vox es otro prodigio del boca a boca y de las redes sociales. Es posible pasar de la nada política a tener un importante grupo parlamentario en el Congreso.

Con la presencia activa de Vox se ultima el camino de la Transición. La España real, a derechas e izquierdas, libre de complejos y de violencias, debe estar representada en todas partes. Naturalmente, debe estar presente políticamente en las instituciones, pero muy especialmente en los medios de comunicación públicos y privados, para que la democracia funcione de verdad. Esa es una gran tarea pendiente. Sólo el voto bien informado puede ser libre.

La España resultante de esa confluencia, sin recursos a la fuerza ni a las exclusiones, y si es sensata y eficaz, será la España del futuro. Aquí no sobra nadie salvo los asesinos y atizadores de odio, los que no creen en la democracia por perfectible que sea su versión española, los que se autoexcluyen de España como nación y aquellos que reniegan de la civilización occidental, de la que formamos parte y nos da origen y sentido. Los demás tienen –tenemos– derecho a hablar alto y claro sobre qué caminos quieren para todos los españoles.

Ayer noche pasaron muchas cosas. Pero una de ellas es que derechas e izquierdas ya tienen todas las voces en el coro nacional. Faltaba Vox y ya está cantando. Ahora se trata de ver cómo maneja la batuta el director elegido, cómo cantan todos sus miembros, cómo andan de oído y cuál es la partitura que se va a interpretar. Si no nos gustan todas las voces, y cuando sea reglamentario, quitamos y ponemos. También al director, al que la democracia, ese milagro de la convivencia, nos permite mandarlo pacíficamente con su música a otra parte.

No me esperaba ni deseaba los resultados de anoche. Pero gracias a una generación impagable de españoles, la de la Transición, tenemos democracia, y los milagros en ella son posibles siempre que nos cojan trabajando, más eficazmente, eso sí y por favor, por lo que creemos.

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