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Cristina Losada

Quién acabó con ETA

Qué largas mentiras fabrica la mala conciencia.

Qué largas mentiras fabrica la mala conciencia.
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Malgré lui, el Partido Socialista ha tenido que ser consciente de que aquella coreografía del diálogo con la ETA, con pasos como los mediadores y la mesa de partidos que ahora vuelve a ejecutar con los separatistas –la segunda vez, como farsa–, no fue solamente un error. Fue una caída en el abismo, y lo fue principalmente porque puso en riesgo o extinguió, de hecho, la única posibilidad que una sociedad civilizada tiene de reparar el crimen, y el crimen terrorista en especial: la Justicia. Si se agregan, además, elementos como la duración, la magnitud, la crueldad y el ensañamiento de la organización terrorista, así como su propósito político y los efectos de su terror, incluso la Justicia, aunque necesaria, es insuficiente para una reparación que, por otro lado, nunca puede ser plena ni lo es para la víctima.

Ha tenido que ser consciente porque lo ha demostrado. De qué, si no, iba a poner en marcha el martillo pilón de la propaganda para asegurar contra toda evidencia que precisamente aquella negociación de Zapatero –la primera negociación política de un Gobierno español con la organización terrorista– había asestado el golpe definitivo a la ETA. En lugar de negar que hubiera sido un error, de ir contrarrestando las críticas, el PSOE subió la apuesta y afirmó tajantemente, como se hacen estas cosas, que la negociación de Zapatero había sido un acierto pleno, indiscutible. No es que dijeran que sin ella no se hubiera podido acabar con ETA. Dijeron que gracias a ella, y sólo a ella, se había podido acabar con ETA. ¿Por qué había que mentir tanto?

Después de aquella vindicación postmórtem de la negociación de Zapatero cuando ya no le importaba a nadie –sólo a los que tenían la espinita clavada–, el mundo socialista ha ido aprovechando las oportunidades que se presentaran para atribuirse en régimen de exclusiva el final del terrorismo de ETA. O como dicen siempre: el final de ETA. Que no es exactamente lo mismo. Pero queda francamente mal esa obsesión, ese narcisismo. Tiene algo de infantil la jactancia. Sin contar con que retiran todo mérito a otros Gobiernos, a otros partidos y a otras instituciones, muy destacadamente las fuerzas de seguridad y los órganos judiciales. Aunque fuera cierto, que no lo es, que el PSOE se pudiera colgar la colección entera de medallas por el final del terrorismo, sería antiético y antiestético exhibirlas. Estas cosas, en el mundo civilizado, no son para la ostentación, no son para que un partidito saque pecho.

Aquí sacan pecho y a lo hecho. Lo que hicieron fue tan desastroso, tan de iluminado y de aprendiz de brujo, que tienen que sacar mucho pecho para expulsar bien lejos los hechos. Hasta han adornado la elegía de Rubalcaba como hombre de Estado con la joya de que fue él quien acabó con la ETA. Ahora ya no fue la negociación de Zapatero. Olvidemos aquel capítulo. Ahora el artífice ha sido Rubalcaba. Ningún otro ministro del Interior aportó nada a la lucha antiterrorista. Sólo él. Sólo él se desvelaba y desvivía. Es magnífico cómo reparten los de Pedro Sánchez los laureles, qué generosidad desbordante. Y cómo se aceptan.

Pues acaba de aparecer otro hombre para compartir el podio, siempre según nuestros socialistas. Conocida la detención de Josu Ternera en Francia, Eguiguren ha dicho que en 2005 y 2006 "se demostró que quería acabar realmente con el terrorismo", aunque no pudo imponer su decisión hasta más tarde. Ternera, dijo Eguiguren, es "un héroe de la derrota". ¿Era necesario llamarle "héroe"? Era. Eguiguren también tiene que vindicarse. Lo hace a través de quien fue su interlocutor en las negociaciones. Las que abrió Zapatero al mismo tiempo que Rubalcaba diseñaba aquel pacto antiterrorista, firmado por el PSOE y el PP, estableciendo lo contrario de lo que pensaban negociar. Qué largas mentiras fabrica la mala conciencia.

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