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Javier Somalo

Marlaska sale gratis

Para el ministro del Interior, el acoso fue merecido –¿y justo para un ex juez?– por tener Cs la posibilidad de negociar con un partido legal como Vox.

Estupefacción general en la redacción de Libertad Digital. Este viernes no se escuchó ni una sola pregunta a la portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, sobre el escándalo de la semana, si no del mes y por qué no del año: el caso Marlaska o cómo un ministro del Interior dijo que la presencia de Ciudadanos en la manifestación del Orgullo debería tener consecuencias… y vaya si las tuvo.

Pues los periodistas preguntaron una y otra vez por Pablo Iglesias y los pactos de investidura. Hasta Celaá se mareó antes que la perdiz y llegó a confundir al comunista de finca con el primer marido de Isabel Preysler. Todos querían obtener un titular allí donde era imposible pero nadie quiso –esta vez, Ketty Garat no disfrutó de turno de preguntas– tocar el delicado caso Marlaska. No cabe duda alguna de que la investidura de Pedro Sánchez es un asunto del máximo interés pero resulta evidente que tendrá un desenlace tras los plazos que comienzan el próximo lunes 22 de julio. Es, por tanto, una cuestión con final ineludible en la que, de momento, sólo cabe la sana especulación política y periodística. Pero el escándalo mayúsculo de lo sucedido en la manifestación del día del orgullo gay lleva camino de perderse en el olvido, de salir gratis.

Fernando Grande-Marlaska dijo de Ciudadanos que "pactar de forma obscena con quien limita los derechos LGTBI debe tener consecuencias". Todo lo merecen porque algo han hecho para merecerlo. Esa fue la llamada, el zafarrancho de combate del ministro y ex juez al más puro estilo de aquella "alerta antifascista" que promulgó Pablo Iglesias, posible socio de Gobierno. Es el consabido "jarabe democrático" que sólo se censura cuando duele en carne propia. No sé por qué no le hacen ministro si en el PSOE ya ejercen sin complejos con sus maneras.

Pagó la fiesta el partido de Albert Rivera pero imaginemos qué no habría sucedido si alguien del PP o de Vox hubiera querido pasar por allí. El caso es que hicieron bien en no acudir a un aquelarre político disfrazado de lucha social donde el presunto perseguido –no en España aunque sí en muchos países y culturas que no se quieren mencionar– se convierte en perseguidor. Desde luego, si esta es la norma, que no sea con dinero de todos porque cualquier subvención al lobby gay izquierdista es incompatible con la pretendida lucha por la igualdad.

Al tipo que nos enseño el espejo de su alma con intención evacuatoria como para dejar gráficamente rubricado sobre el asfalto el odio al adversario hay que agradecerle el simbolismo de su militancia socialista. Gaizquierdistas, sí; fachas maricones, de ninguna manera. ¡Al armario, a la taquilla, a la grúa de Teherán, a los campos del Che! Y a limpiar con lejía por donde pasen, como hacen los homicidas pero jamás homófobos de Bildu, siempre bienvenidos por lo pacífico de sus sacrificios. Era de prever que sucediera algo cuando un acto público tiene reservado el derecho de admisión con la tendencia política como criterio. Lo que resulta del todo inadmisible es que el acoso fuera instigado por un ministro del Interior que, en vez de proteger como es su cometido, puso en la diana a los que no eran bien recibidos.

Al ministro que abrió la veda lo defendieron los organizadores recomendando a Ciudadanos "hacer autocrítica y analizar por qué las personas a las que supuestamente dice defender con sus políticas les impiden avanzar en una manifestación convocada para reivindicar sus derechos".

El PSOE tampoco tardó en arropar al instigador: "Condenamos las infamias que se están vertiendo sobre el ministro Grande-Marlaska. Un referente para muchos y muchas". En cuanto a lo que se estaba vertiendo sobre las cabezas de Inés Arrimadas, Ignacio Aguado, Marta Rivera de la Cruz o Miguel Gutiérrez no hay infamia posible porque, como han mantenido muchos políticos y medios de comunicación, lo merecían, estaban avisados y buscaban la foto.

También quiso dejarlo claro el chavista Íñigo Errejón: "No se puede pactar con homófobos, venir al Orgullo y esperar que les sonrían". O el propio Pablo Iglesias: "No les puede extrañar que cuando van de la mano de Abascal y Monasterio a defender políticas homófobas el colectivo LGTBI les diga que eso no les gusta mucho". No se puede esperar, no les puede extrañar… La izquierda tiene derecho al acoso, a la agresión y a la amenaza. Además, avisan.

Pero si grave es la provocación del ministro, más lo es la trama de ocultación posterior. Se ha convertido en costumbre muy española ignorar la realidad adversa para buscar comprobaciones ajenas sobre lo que queda groseramente a la vista. Se trata de fingir la investigación del delito fabricando un informe policial al margen de los hechos. Ya pasó durante el golpe de la Generalidad de Cataluña donde destrozar coches patrulla de la Guardia Civil, robar el armamento reglamentario de su interior y subirse encima a proclamar la independencia tampoco era indicio de violencia. Sí, es costumbre en España que la evidencia sea inútil cuando pueda resultar incriminatoria. Estallan cuatro trenes asesinando a 192 personas y buscamos polvillo de un extintor, un clavito y muchos informes de papel. Lo que quede a la vista no vale, lo que cuenta es el oportuno informe. Y más si lo publica en exclusiva filtración –como siempre– el diario El País, BOE de excepción del PSOE.

Lanzaron orines embotellados, latas aplastadas y objetos de lo más normal que no matan a nadie y aunque a algunos no les cabían más venas en el cuello y los ojos se les salían de las órbitas para caerse en un vaso de calimocho, no había peligro de agresión a unos políticos que hacían caso omiso a las indicaciones de las fuerzas del orden. Lo dice un informe policial que tiene de auténtico lo que el Ecce Homo de Borja y lo ratifica otro posterior por el que ya pujan en Netflix. Y lo peor es que las cámaras de televisión y de teléfono móvil no dejaron lugar a dudas. Sin informe no hay delito.

Para el ministro del Interior, el acoso fue merecido –¿y justo para un exjuez?– por tener Ciudadanos la posibilidad de negociar con un partido legal como Vox en varios lugares donde la izquierda pierde o no alcanza el poder. Pues no es protesta, es agresión. Y el autor intelectual fue un ministro del Interior, antes juez, llamado Fernando Grande-Marlaska. Lo de menos es el parte de lesiones y la cantidad o ausencia de rasguños: hubo instigación oficial, consecuencia violenta e intento de ocultación. ¿Orgullo? Vergüenza. No puede salir gratis.

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