El triunfo de Inés Arrimadas en las primarias de Ciudadanos, imponiéndose de forma clara y contundente a su rival, Francisco Igea, abre un periodo lleno de incógnitas sobre el futuro de este partido, herido de muerte tras el descalabro que sufrió en las elecciones generales del pasado 10 de noviembre.
Lo que marca fundamentalmente la razón de ser de un partido político es que sea útil, para la sociedad en general y para sus electores en particular. La pérdida de ese elemento fue la principal causa del desplome de Ciudadanos hace cuatro meses. La gente dejó de percibir que el partido, entonces presidido por Albert Rivera, fuera útil para hacer frente a la situación que ya se dibujaba en el horizonte: un Gobierno frentepopulista PSOE-Podemos con el apoyo de los independentistas catalanes, los nacionalistas vascos del PNV y los herederos de ETA.
Rivera y su núcleo de confianza, del que formaba parte Arrimadas, se negaron a intentar formar un Gobierno de coalición con el PSOE tras las elecciones de abril, en las que consiguieron 57 escaños. En su descargo convendría recordar que el primero que seguramente no deseaba ese Gobierno era Pedro Sánchez. Asimismo, Rivera y su gente pensaban que si aguantaban la presión podían dar el sorpasso al PP. Siete meses más tarde, los electores dictaron sentencia: pasaron de 57 a 10 escaños, y el PP subió de 66 a 91. Es decir, los naranjas dejaron de ser percibidos como útiles.
Ahora, Inés Arrimadas, una mujer corajuda y valiente, tiene por delante una tarea hercúlea. Lo normal es que se empecine en intentar recuperar a Ciudadanos, pero la pregunta es: ¿en qué espacio ideológico?; ¿en el centro, en el centro-derecha, en el centro-izquierda, en la socialdemocracia, en el liberalismo? Ese ha sido también uno de los grandes problemas de Ciudadanos desde que decidió dar el salto de la política catalana a la nacional: su relativismo ideológico, que le ha llevado a no saber muy bien lo que quería ser de mayor.
Para ganar unas elecciones generales, todo lo que está a la derecha del actual PSOE necesita entenderse y buscar fórmulas que minimicen el castigo sobrevenido de la Ley D’Hondt. De momento, Inés Arrimadas ha sido, junto con Pablo Casado, uno de los principales impulsores del entendimiento con el PP de cara a las próximas citas electorales en el País Vasco y en Galicia, el 5 de abril. En el País Vasco lo han conseguido, y habrá que decir que el PP ha sido extremadamente generoso con Ciudadanos al cederle dos puestos de salida en las listas, lo cual, para un partido que no tiene ninguna representación institucional en la Comunidad Autónoma Vasca, no está nada mal. En Galicia no ha sido posible ese acuerdo –Feijóo estaba cargado de razones para no aceptarlo–, y habrá que ver qué pacto se alcanza cuando se convoquen las elecciones en Cataluña.
Pero, más allá de estas próximas citas electorales de carácter autonómico, lo importante es saber si el proyecto de España Suma, o como se quiera llamar, es posible llevarlo a cabo en unas elecciones generales. Y ahí va a ser trascendental la posición de la nueva lideresa de Ciudadanos, que de momento ha dado muestras de manejar bien el concepto de flexibilidad a la hora de negociar. También lo será la actitud del PP y de Casado, porque un excesivo afán de voracidad respecto al partido naranja puede dar al traste con ese necesario entendimiento.
Al final, como debe ser en un sistema democrático, serán los electores los que tengan la última palabra sobre el futuro de Ciudadanos. Aun corrigiendo los errores cometidos en un pasado reciente, nadie les puede asegurar su viabilidad como proyecto independiente. Otra vez volvemos al punto clave: la utilidad que perciban los electores en dar el voto al partido naranja.