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Cristina Losada

Fernando Simón y el 'relato'

Que no estuvo a la altura del desafío parece obvio. Pero cualquiera que lo reemplace hará lo mismo, mientras el Gobierno sustituya la información por el 'relato'. 

Que no estuvo a la altura del desafío parece obvio. Pero cualquiera que lo reemplace hará lo mismo, mientras el Gobierno sustituya la información por el 'relato'. 
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón. | EFE

Los Colegios de Médicos de España, con la excepción del de Cataluña, quieren el cese de Fernando Simón como director del CAES y portavoz de Sanidad en la gestión de la epidemia. La petición ha desatado las hostilidades entre la facción pro Simón, que es la que aprueba la gestión –y cualquier otra cosa– del Gobierno Sánchez, y la facción anti Simón, que es más heterogénea. Reúne no sólo a los que critican la gestión –y cualquier otra cosa– del Gobierno, también a los que censuran la labor de Simón en sus dos vertientes: como responsable del Centro de Alertas y como encargado de comunicar a la población todo lo que hay que saber de la epidemia.

Un problema de esta petición de los Colegios de Médicos es que la actuación de Simón –lo que ha hecho y lo que no– responde perfectamente al tipo de gestión y de comunicación que adoptó el Gobierno desde el instante en que se tuvo conocimiento de que el coronavirus de Wuhan se estaba extendiendo por otros países del mundo. Resultó que el director del CAES, el mismo que había tranquilizado a la población cuando una auxiliar de enfermería contrajo el ébola en octubre de 2014, tenía el perfil adecuado para ello: era un tranquilizador.

La primera fase consistió en la tranquilidad total y absoluta. Estábamos en el nirvana, lugar al que no llegan virus. La comunicación de riesgos fue que para los españoles no había riesgos: eran insignificantes. Esto lo bordó Simón, porque es su estilo, y ya lo había hecho, con éxito, en la crisis del ébola. Entonces, sólo se criticó al Gobierno de Rajoy. Con particular dureza, a la titular de Sanidad, Ana Mato. Agua pasada. Aunque no tanto. Lo que había funcionado en aquella breve crisis –frente al alarmismo, calma– se aplicó en una epidemia sin precedentes en incidencia, gravedad y duración.

La experiencia ha demostrado que aquello que más se necesitaba no era tranquilizar, sino alertar e informar. Informar secamente, sin piedad. Naturalmente, no podía ser ésa la opción del Gobierno progresista. Se ajustó a sus querencias: el progresismo sólo es seco y despiadado con sus adversarios; para lo demás, es un amor. O lo finge. Quiere ser cariñoso, comprensivo, animoso y dulce con los ciudadanos-niños. El Gobierno progresista iba a ser como una madre para los niños-ciudadanos durante la epidemia.

La opción del Gobierno fue fabricar un relato infantilizado en el que, por más que se hablara de guerra contra el virus, se describía una batalla de flores. Una batalla de flores con animadores y eslóganes de autoayuda. Esto lo paramos unidos. Todo va a salir bien. Salgamos a aplaudir. Saldremos más fuertes. Pronto nos abrazaremos. Y ahí estaba Simón, no para darnos los datos secamente, como un técnico, sino para infundir ánimos a través de comentarios, valoraciones y pronósticos, por lo general errados, y dar opiniones y moralina a los niños-ciudadanos. Que no estuvo a la altura del desafío parece obvio. Pero cualquiera que lo reemplace hará lo mismo, mientras el Gobierno sustituya la información por el relato. 

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