En este triste año “pandémico” en el que tanto hemos oído hablar de la muerte y en que ha habido tan poca cabida para la alegría y el optimismo, las prisas de nuestro gobierno por legalizar la eutanasia reflejan una fijación obsesiva por este tema; no importa que el Parlamento se encuentre en situación excepcional, hay que “garantizar” cuanto antes a los españoles el supuesto derecho a la muerte asistida.
La eutanasia es, como el aborto, uno de los puntos innegociables para la ideología de extrema izquierda, y en ambos casos no es tan sencillo ni tan lógico explicar las razones de una fijación tan obsesiva; se podría pensar que se trata de una oposición a las posturas religiosas, no sólo cristianas, que hacen referencia a la espiritualidad o a la trascendencia, ya sabemos, aquello del famoso “opio del pueblo”. Pero seguramente hay mucho más tras los objetivos de los aspirantes a Doctor muerte.
No hace falta ningún master en demagogia para envolver en el papel coloreado de las supuestas intenciones humanitarias la inmensa tragedia de la eutanasia, ni resulta sencillo rebatir todos y cada uno de los argumentos de los partidarios de aplicarla; de manera que vamos a empezar por plantear dos verdades estadísticas irrefutables.
1.- España figura a la cola de Europa en servicios y financiación de paliativos.
2.- Tras la aprobación por el 'Parlamento de emergencia' de la nueva Ley de Eutanasia, España se coloca a la cabeza de Europa en la promoción de este mecanismo de tránsito a la muerte.
Pocos españoles tienen derecho a unos paliativos dignos
Según las estadísticas solo cuatro de cada diez de los pacientes terminales que lo necesitan tienen acceso a cuidados paliativos, y no será por falta de profesionales preparados y vocacionales capaces de acompañar y mitigar el dolor de estos pacientes, sino por la falta de financiación y de atención a este delicadísimo tema tan pronto como las izquierdas, supuestamente progresistas, olfatean el poder: la recientísima decisión de nuestro Parlamento así acaba de demostrarlo.
El aumento de la media de edad en la población española que se traduce en que muchas personas llegan a la ancianidad extrema, no siempre exenta de dolor y de carencias, así como nuestra incapacidad para erradicar el fantasma del cáncer, deberían haber generado en nuestros dirigentes una especial sensibilidad acerca de la mejora de los paliativos, con su correspondiente traducción en la dotación económica de los mismos. En definitiva, habría que pensar más en la solución difícil, mejorar la calidad de vida de los pacientes terminales, que en la más fácil: acelerar su tránsito a la muerte.
¿Qué opinan los médicos?
Como es natural dentro de un colectivo profesional tan amplio pueden caber muchas opiniones, así como diferentes variantes de las mismas; pero a través del estudio de sus declaraciones, podemos afirmar que la gran mayoría de nuestros médicos considera precipitado y temerario que el gobierno facilite el derecho a morir en lugar de luchar por hacer accesible y lo más perfecta posible la atención del enfermo o del anciano en los últimos momentos de su vida, con eliminación total del dolor, que hoy ya se puede conseguir con medicación y acceso a la compañía y el afecto de quienes los rodeen, sean personas queridas o personal médico vocacional cuando falten aquellas.
Ante la desidia gubernamental en la financiación de cuidados paliativos, el enfermo terminal es abocado, muchas veces de forma pasiva debido a la incapacidad que puede acompañarle, a una disyuntiva inhumana, morir o seguir sufriendo: es este el momento de alejar el fantasma de la eutanasia y recurrir a los paliativos.
No piensen los políticos de la izquierda radical que el Juramento Hipocrático es de derechas, no se extrañen que quienes lo han practicado al enfocar sus estudios y sus vidas a la práctica vocacional de la medicina se amparen de manera abrumadora en el derecho de objeción de conciencia, aunque sea necesario mucho valor para declararlo ante gobiernos sectarios de corte comunista como el que actualmente estamos padeciendo. La compañía de “su médico” en los trances finales de la vida es uno de los mayores consuelos que manifiestan desear los abocados a morir, y esto debe de ser extremadamente reconfortante para médicos y enfermeros especializados en cuidados paliativos.
Creemos que en estas reflexiones sobre la reciente y ¿progresista? Ley de Eutanasia con que nos obsequia nuestro Parlamento no hemos incurrido en incursiones ideológicas que nos aparten de la realidad objetiva que supone la obsesión de las izquierdas por acelerar el tránsito a la muerte: apostar por los paliativos es lo realmente progresista, y demostrar tanta prisa por aprobarla, incluso con el Parlamento a medio gas por la emergencia sanitaria en que nos encontramos, es signo revelador de que se pone por delante la obsesión ideológica, dejando a un lado la prudencia y la sensibilidad.
Porque dice muy poco a favor de la sensibilidad de nuestros próceres el “nombrar la bicha” cuando estamos saturados de muerte y de noticias relacionadas con la misma. Los médicos que trabajan por obtener la vacuna, los sanitarios que la aplicarán y todos los que apuesten en estos momentos por la vida, son nuestra esperanza.