Menú

De Altamira a la Maestranza

Los ancestros del toro bravo.

Los ancestros del toro bravo.
Bisontes de las cuevas de Altamira | C.Jordá

A lo largo de la evolución, durante los últimos veinte mil años la Península Ibérica fue perdiendo sus "megabestias bovinas". Primero fue el bisonte, aquel gigantesco bisonte que pintó en Altamira el artista prehistórico; después el uro, Bos primigenius, un gran bóvido directamente emparentado con el ganado vacuno doméstico.

El bisonte de las cavernas de la cornisa cantábrica no pertenecía a la misma especie del bisonte europeo que, tras superar grandes dificultades, aún sobrevive en reductos boscosos polacos y en los parques zoológicos. Científicamente es este bisonte moderno el Bison bonasus; el de Altamira pertenecía a una especie de mayor tamaño, el Bison priscus.

bisonte-altamira.jpg
Bisonte de Altamira

También posaron para el artista primitivo los uros, Bos primigenius, toros ancestrales de grandes cornamentas en forma de lira que reconocen parentesco directo con la mayor parte de las razas bovinas domésticas y que se extinguieron en plena Edad Media en el Centro de Europa.

Sin bisontes ni uros, España conservó, desde la antigüedad hasta el presente, puntas asilvestradas de ganado arisco, tanto procedentes del uro europeo como probablemente también de otras de origen africano relacionadas con el uro camita asiático. Especial interés científico presenta la evidencia de la antigüedad del ADN del ganado bovino asilvestrado que pasta en las marismas de Doñana, cuyo origen histórico parece muy digno de investigar.

El ganado arisco, incluso agresivo, descendiente del uro en el continente europeo, fue desapareciendo progresivamente en épocas históricas dada su difícil manejabilidad; razas de comportamiento manso y, por tanto, más cómodo para los ganaderos, fueron proliferando y mejorando en cualidades zootécnicas y rentabilidad económica especializándose en variedades lecheras, cárnicas o de trabajo. Sólo la Península Ibérica conservó a lo largo de los siglos el ganado arisco, cuyo manejo implicaba peligro hasta el extremo de que su aprovechamiento necesitaba previamente una verdadera cacería, comparable a la captura de las piezas de otros bóvidos silvestres.

¿Por qué no se extinguió el ganado arisco?

Para explicar la supervivencia del ganado de comportamiento agresivo en la Península Ibérica hay que recurrir a la antropología y la sociología. Posiblemente fue la costumbre ancestral ibérica de pelear con los toros ariscos lo que evitó su extinción antes de la Edad Moderna. Llamemos "lidia" a estas luchas en cualquiera de sus formas y nos estaremos acercando a las bases de este fenómeno único en Europa.

La lidia de toros ariscos, especialmente como actividad venatoria a caballo propia de los nobles, que se trasladaba del monte a las plazas de los pueblos, está mucho mejor documentada que su correspondiente a pie llevada a cabo por los estratos populares. En ambos casos ilustres historiadores se han ocupado de conservar y relatar los detalles y la casuística.

Desde luego no es comparable la costumbre ancestral ibérica de luchar contra los toros ariscos con otros tipos de juegos frente a bovinos antiguos que se desarrollaron en épocas históricas, en otras culturas, como por ejemplo en la civilización micénica; debían de ser aquellos juegos de tipo gimnástico, más o menos aderezados con rituales de culto.

Los juegos ibéricos con el toro, por el contrario, cabe suponer que tenían carácter bélico, y en mucho casos venatorio, con inclusión de aspectos espectaculares como se deduce de los restos de recintos adecuados para la contemplación de los mismos.

No hemos conseguido interpretar restos arqueológicos como la famosa "estela de Clunia", que muestra la cabeza y el torso de un guerrero ibero provisto de espada y protegido con rodela que se enfrenta a un bóvido cuya cabeza y su cornamenta de lira evocan sin lugar a duda a un uro. ¿Qué sucedía cuando guerrero y bóvido se acometían? Se emprendería una lucha cuyas fases y resultado apenas podemos imaginar.

Y llegamos al siglo XVIII, cuando la ancestral costumbre hispana de lidiar con el uro, y con sus descendientes los toros ariscos, se ha desarrollado hasta establecer los cimientos de la primitiva tauromaquia con sus iniciales reglas y su evolución, que necesitaría un toro cada vez más agresivo, pero también de acometidas más condicionadas por una selección tendente a hacer posible un mayor lucimiento de los lidiadores; será en esta época cuando comiencen a tallarse la morfología y el comportamiento del actual toro de lidia.

Es en aquellos comienzos del toreo reglamentado cuando se inicia la selección de las castas originales del toro bravo: Gallardo, Cabrera, Vázquez, Vistahermosa, Raso del Portillo, Jijona, y otras lamentablemente perdidas y casi desconocidas.

No podemos afirmar que el toro bravo sea una especie en el concepto de tal según la sistemática zoológica; es una raza, conocida zootécnicamente como "raza de lidia" dentro de la especie Bos Taurus, a la que se quiere dignificar añadiéndole Bos Taurus ibericus. Esta raza distingue, en función de su selección por los ganaderos, diferentes sub-razas que llamamos "encastes". Cualquier buen aficionado a la tauromaquia distingue, no sólo por su morfología sino hasta por su comportamiento, a los especímenes típicos de cada uno de ellos, como los llamados "Núñez", "Miura", "Pablo Romero", "Atanasio", "Pedrajas", "Conde de la Corte", Parladé" o "Domecq", y habla con horror de la tendencia a la uniformidad y al "monoencaste".

La historia del toro bravo y su selección y evolución, que ha sido calificada de "milagro genético", no se relaciona sólo con el mundo científico, sino también, en buen parte, con la intuición genial de unos hombres de campo entusiastas y románticos cuyos nombres no deberían olvidarse, como tampoco los de aquellos frailes de la Cartuja de Jerez que fueros maestros en la selección de toros y caballos. Hasta un rey, Fernando VII, quiso ser ganadero de toros bravos, aunque su paso por la tauromaquia fuera poco más que un capricho.

toro-bravo-wikimedia.jpg
Toros bravos en una dehesa

En próximos artículos abordaremos en detalle la historia del milagro de la selección de un animal prodigioso y de los hombres que la hicieron posible. España perdió a sus grandes bóvidos salvajes y tuvo necesidad de reconstruir a su "uro extinguido", hoy, tras su transformación en el toro bravo, convertido en el mejor guardián de nuestras dehesas.

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.

En Tecnociencia

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Alta Rentabilidad