La ciencia es una forma de conocimiento sistemático bastante rara. El hecho es que, solo, se ha producido, de una forma plena, en unos pocos países, a partir de la época moderna. La explicación proviene de que no basta la voluntad de unas pocas personas para dar lugar a ese conocimiento sistemático y acumulado. Hace falta una organización educativa apropiada y, sobre todo, una mentalidad prevalente en la minoría de la población instruida. No es fácil determinar en qué consiste.
Desde luego, con la apariencia de precisión del lenguaje matemático, la actitud característica del científico es la constante duda metódica. Y no solo en su trabajo, sino respecto al orden social en el que se desenvuelve. Los científicos no suelen hallarse bien integrados en las sociedades donde moran. En su tarea profesional, las asociaciones entre los datos y las observaciones no son seguras. Todas las evidencias son “falsables”, esto es, deben someterse a la prueba de la continua experimentación. El primer paso de tal menester es comprobar que “las cosas no son como parecen”, que “lo que se sabe” hay que ponerlo en cuarentena. El caso inicial más famoso fue la observación de que “parece” que el Sol gira en torno a la Tierra. La grandeza de Copérnico, Galileo y otros pocos sabios de la época moderna fue poner en duda esa falsa creencia, que parece tan de sentido común.
A partir del siglo XIX, menudearon las arriesgadas expediciones para llegar a los polos de la Tierra, el Norte y el Sur. En seguida, se comprobó otra evidencia, alejada del sentido común. No existía tal punto fijo como el del Polo Norte o el Sur, donde colocar el monolito correspondiente. Se trata de un campo, dentro del cual oscilaba el punto simbólico, de acuerdo con los constantes movimientos de la Tierra.
La ciencia puede verse, simbólicamente, como una especie de herejía, por el continuo cuestionamiento de las creencias establecidas sobre los fenómenos naturales o físicos (y aun los políticos). Solo un sistema educativo muy liberal puede facilitar la eclosión de vocaciones científicas. Para lo cual, se necesitan “centros educativos de excelencia”, donde pueda florecer la mentalidad científica, el modo peculiar de conocimiento de la realidad. Digo “mentalidad” porque permea todas las disciplinas intelectuales.
Citaré un ejemplo de un campo, que he roturado con alguna constancia: el de las encuestas de opinión. Los porcentajes resultantes son, realmente, el punto medio del intervalo correspondiente, determinado por el inevitable margen de error estadístico. Es decir, el 20% significa, realmente, el punto medio de un intervalo, que puede estar entre el 18% y el 22%. Pues bien, en la práctica de las encuestas de opinión, levantadas en España, lo corriente es que se den los porcentajes con un decimal. Es una aparente precisión fuera de lugar, injustificada. Se ofrece, así, porque parece más “científica” la aparente exactitud de un decimal. Se trata de una práctica errónea, alejada de la forma de razonar de la modesta ciencia estadística.
Cabe otra ilustración pertinente de estos días de pandemia. Al menos, en España y en otros países europeos, se proporcionan datos diarios del número de contagios y de fallecidos. A lo largo del tiempo, la curva dibuja una tendencia oscilatoria con una sucesión de olas. Se dibujan puntos culminantes (cenit, cumbre) y mínimos (nadir, valle). Esa trayectoria ondular resulta incompatible con la constancia de una serie de medidas profilácticas, por todos consensuadas, para hacer que descienda la incidencia de los contagios y los fallecimientos. Se impone un argumento científico para interpretar la curva oscilatoria. Cabe pensar que las medidas profilácticas (mascarillas, aforos limitados, reducción de movimientos, vacunas, etc.) no son tan efectivas como se presume o no se cumplen como se debería. Dicho de otro modo, junto a las medidas acordadas, debe de haber (probabilidad desconocida) algún otro factor, que explique la trayectoria dicha. Caben dos explicaciones: (a) Las medidas no se han seguido de forma correcta. (b) El virus no siempre es el mismo. Ninguna de esas dos explicaciones ha merecido, en España, una investigación pertinente. El argumento propuesto resulta impecable, pero ninguna autoridad sanitaria española lo sostiene. Es una buena demostración de que la mentalidad científica, en España, es bastante ajena al sentir general.
Parecerá que la mentalidad científica es una cuestión racional. No solo eso. La ciencia es, también, pasión, creatividad, intuición. Son rasgos que identificamos, más bien, como típicos de los artistas. Siempre se ha dicho que Alberto Einstein, de no haber triunfado en la Universidad, podría haberse ganado la vida como violinista de una gran orquesta.
No hay que idealizar la figura del científico como ajena a los intereses materiales, la codicia, la vanidad, el poder. Antes bien, tales asociaciones se hallan muy presentes en los casos de científicos eminentes.

