Es muy fácil decirlo a toro pasado, pero se veía venir que la manifestación de Colón no iba a batir un récord de concurrencia. Aunque la cifra de 25.000 personas que ha facilitado la Delegación del Gobierno está muy por debajo de la realidad, lo cierto es que la multitud que se congregó en la misma plaza en febrero de 2019 fue bastante más numerosa. A los dos factores disuasorios conocidos de antemano —las precauciones sanitarias derivadas de la pandemia y una solanera extemporánea de treinta grados—, hay que añadir el que, a mi juicio, ha sido determinante para explicar la contención del aforo: la falta de determinación de los partidos de la derecha para secundar con entusiasmo la convocatoria. Unión 78 había diseñado un acto de protesta abierto a la sociedad civil, sin sopa de siglas en las pancartas, pero para convertirlo en abrumadoramente multitudinario hacía falta que los aparatos partisanos pusieran su infraestructura organizativa al servicio de la causa. Y no lo han querido hacer. No han fletado autobuses, no han promovido expediciones provinciales y no han difundido llamamientos entusiastas a la participación masiva.
Por encima del interés común, que era el de alzar la voz en contra de los indultos a los caudillos del procés, han primado cálculos de conveniencias particulares. Al manido debate fotográfico sobre la promiscuidad de las tres derechas, que por razones que nunca he alcanzado a entender provoca en su ánimo el mismo efecto desmotivador que el bromuro en el rancho de la tropa, hay que añadir el desinterés de Vox por contribuir a la propaganda del PP, que hubiera sido el principal beneficiario de un éxito arrollador, y el del propio PP por compartir con Vox la paternidad del triunfo. De Ciudadanos, mejor no hablar. Es lo más piadoso. La concentración que impulsó Inés Arrimadas el viernes pasado ante la Delegación del Gobierno en Barcelona apenas concentró a 500 valientes. Sic transit gloria mundi.
Abascal y Casado se miran de reojo. El hecho de que el PP haya heredado la parte mollar del electorado centrista le garantiza un poderoso crecimiento electoral que le sitúa como partido de referencia del voto útil. Se vio en las elecciones del 4 de mayo en Madrid y se está confirmando, por vía demoscópica, en las encuestas que se han publicado últimamente a propósito de Andalucía o Castilla-La Mancha. El catalizador del rechazo transversal a Pedro Sánchez es el candidato con más posibilidades de ganarle en las urnas. A él se encomiendan los electores socialistas dispuestos a cambiar de apuesta (en el caso andaluz, uno de cada diez, según Sigma Dos) y los votantes de Vox (otro diez por ciento) que sobrepujan la derrota del PSOE al sorpasso al PP. Algunos creíamos que ese efecto se iba a producir con más claridad en Madrid, en torno a la figura de Díaz Ayuso, que en el resto de España. Pero las encuestas lo desmienten. Casado puede reproducir, a escala nacional, lo que consiguió en su Comunidad la lideresa madrileña. Después de tocar techo parece que Abascal cede terreno en favor de su rival colindante.
A mí me parece que ese hecho inesperado debería haber animado a los populares a convertir la manifestación de Colón en el primer gran acto de campaña. Es evidente que el viento ha girado en contra de los intereses del presidente del Gobierno. El olor a vuelco electoral, hasta hace poco inapreciable, empieza a extenderse por todos los rincones de España. No aprovechar esa circunstancia para colocar al PSOE contra las cuerdas, poniéndose al frente del hartazgo de la calle, es un error que pueden pagar caro. No se entiende nada bien que el partido que va en cabeza prefiera mantener alejado a quien debe ayudarle a gobernar antes que incrementar la distancia con su adversario real. Si la mitad del tiempo que han invertido los estrategas de Génova en conseguir que la distancia física entre su jefe de filas y el de Vox no diera lugar a fotografías equívocas lo hubieran dedicado a batir un récord de asistencia en la plaza de Colón, a estas horas el panorama sería distinto. Hace dos años, Rivera no tuvo ningún empacho a la hora de liderar un acto parecido. Incluso obligó a Valls a hacer acto de presencia en contra de su voluntad. El resultado fue, pocos meses después, el mejor resultado electoral de su historia. Las urnas huelen el hambre de victoria.