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Cristina Losada

Pablo Iglesias, radiado

El que iba a ser nuestro Lenin se ha quedado en tertuliano corriente y moliente.

El que iba a ser nuestro Lenin se ha quedado en tertuliano corriente y moliente.
Pablo Iglesias sin coleta. | Dani Gago/Podemos

Sigo con atención el reestreno de Pablo Iglesias en los medios de comunicación. No por el interés de lo que dice en las tertulias que le han contratado, sino porque la prensa lo considera noticia, y ello a pesar de que las propias noticias prueban que no es noticiable. Nada de lo que se destaca de sus intervenciones es brillante, sobresaliente u original. Dice lo mismo que tantos otros tertulianos de su tendencia, y hay otros que lo dicen mejor. Lo último que tenemos es que en su estreno en la emisora RAC1 se ha metido con Ayuso. Uf. Estar ahí y no atacar a Ayuso, eso sí que sería extraordinario. Y dijo que es "la candidata de la ultraderecha". ¡Casi no lo ha dicho nadie! La única rareza es que la tratara de candidata. Es como si Iglesias siguiera todavía en la campaña de Madrid. Tanto que una de sus más sentidas preocupaciones es que Ayuso y Madrid tengan "capacidad de irradiación". Ha de ser su estrés postraumático.

Se dirá que el interés por el desempeño tertuliano de Iglesias se debe a que ha sido vicepresidente del Gobierno, algo que la gran mayoría de los que opinamos en la radio no hemos llegado a ser. Yo no lo creo. Ha debutado en una tertulia con Carmen Calvo, que fue vicepresidenta del mismo Gobierno, y nadie se fijó en lo que dijo la buena mujer. Sólo interesaron las palabritas de Iglesias. Y en las noticias sobre el debut –señal inequívoca de que la estrella es él– el nombre de Iglesias precedía siempre al de la exvice.

Iglesias ha sido uno de los políticos más sobrevalorados de nuestra historia reciente. Hay dirigentes a los que en algún momento se tuvo por seres superiores. A Felipe González algunos socialistas lo apodaban "Dios", aunque no está claro si con sarcasmo o con unción. Pero es más habitual que a quienes han ocupado sillas de gobierno, no digamos presidencias, se los menosprecie, y se canten sus defectos antes que sus virtudes. A Iglesias se le ha criticado mucho, y ha desarrollado un victimismo megalómano, según el cual ha sido el más ferozmente atacado en toda la democracia. Pero incluso en la crítica o desde la distancia ideológica le han visto cualidades excepcionales. Su salto del anonimato a la primera fila, fundando un partido que llegó a tener cinco millones de votos, dio pie a una admiración rayana en el éxtasis, y a la sobrevaloración de su inteligencia política.

No voy a discutir su habilidad para la demagogia en tiempos de la crisis o para ver que el modo de capitalizar el descontento pasaba por desprenderse de las antiguallas retóricas y simbólicas de la extrema izquierda. Pero los análisis políticos que produjo, y en los que basó su estrategia, se demostraron equivocados. La pieza escrita con la que inauguró, a principios de septiembre, su segunda vida en la prensa es sintomática. No hay ahí más que vaticinio tras vaticinio, una típica vía de escape al análisis real. Y sus augurios sobre qué pasará si gobiernan PP y Vox son tópicos manidos, inverosímiles o desmentidos por la experiencia.

Meter miedo a un posible futuro Gobierno de derechas es un recurso fácil y pobretón, y alertar del peligro que representa el "dominio cultural de los medios de derechas" raya en el ridículo. Pero de algo hay que vivir, e Iglesias está defendiendo su nuevo medio de vida. Como se le tiene, en ciertos sectores, por un superdotado en lo que a política se refiere, las perogrulladas que pasarían desapercibidas de venir de cualquier opinador adquieren, firmadas por él, el aura de las grandes visiones estratégicas que sólo conciben los cráneos privilegiados. La verdad es que ha tenido suerte Iglesias de que le contraten en tantos medios, en los tiempos que corren. Pero es una suerte agridulce. El que iba a ser nuestro Lenin se ha quedado en tertuliano corriente y moliente.

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