He de admitir que en los últimos años he leído muchos informes y publicaciones contra Israel escritos por académicos, periodistas, organismos internacionales y organizaciones de derechos humanos. No todo lo que se ha publicado contra Israel es mentira, un libelo de sangre, puro antisemitismo. Israel no es perfecto. La crítica es legítima. Pero la ola de informes en que se le acusa de practicar el apartheid, que comenzó con B’Tselem, continuó con Human Rights Watch y siguió la semana pasada con Amnistía Internacional (AI), es un despropósito total. Resulta incluso mortificante ponerse a refutarlos. Debo agradecer a organizaciones como NGO Monitor y Camera que se hayan tomado la molestia, ahorrándome el tedio. Al fin y al cabo, son textos que reúnen todas las características propias del antisemitismo funcional.
No obstante, si quiere tomar conciencia del bagaje que ha ido acumulando en los últimos años AI, y sobre los individuos que se han hecho con su control, quizá quiera leer el informe Amnistía International: de la tendenciosidad a la obsesión, escrito por el periodista británico David Collier. En esas 200 páginas, Collier somete a escrutinio a los principales activistas de AI radicados en Oriente Medio e Israel y da cuenta de cómo se han atrincherado en el espacio que media entre la obsesión antiisraelí y el antisemitismo desembozado. Tomar en serio a estos activistas por los derechos humanos cuando publican un nuevo informe contra Israel es más o menos como tomar en serio un informe sobre los afroamericanos elaborado por militantes del Ku Klux Klan.
En el informe que dio a conocer la semana pasada, Gaza es mencionada más de 600 veces. El bloqueo que pesa sobre la Franja, 40. Hamás, sólo 26, y con una única mención crítica. Es asombroso: no hay ni una sola palabra sobre la incitación de Hamás al exterminio de los judíos. Tampoco sobre el rechazo de Hamás a las condiciones del Cuarteto para poner fin al bloqueo. Ni siquiera se menciona el rechazo palestino a aceptar cualquier acuerdo basado en la solución de los dos Estados.
En cambio, hay decenas de referencias favorables al "derecho de retorno", lo que quiere decir que hay un solo pueblo en el mundo que no tiene derecho a la autodeterminación: el judío. Es comprensible: dudo de que haya alguien entre los jerarcas de AI que respalde alguno de los planes de paz presentados en las últimas décadas. Un visitante de otro planeta podría pensar que Israel es un país maléfico que se interpone en el camino de una entidad inocente que aspira a la libertad.
AI niega persistentemente el derecho a la existencia de un Estado judío, mientras considera la Ley de Retorno israelí y la negación del derecho al retorno de los palestinos como pruebas que abundan en la acusación de que Israel practica el apartheid. Una vez le comenté al portavoz de AI en el Reino Unido: en la primera mitad del siglo pasado, 60 millones de personas se convirtieron en refugiados como consecuencia del establecimiento de distintos Estados nacionales y de una serie de intercambios forzosos de población; entre ellas había 850.000 judíos que escaparon o fueron expulsados de países musulmanes, y cuyas propiedades fueron, por lo general, confiscadas: ¿acaso ha reclamado usted también el derecho al retorno para esas decenas de millones de personas? La respuesta fue como sigue: si (quienes huyeron de los países árabes) tuvieron lazos reales con dichos países, tenían derecho a regresar y a ser indemnizados; ni una palabra sobre las otras decenas de millones de personas refugiadas.
"Yihad defensiva"
La conexión entre Amnistía Internacional y la yihad no se estableció la semana pasada y no está relacionada solamente con Israel. En febrero de 2010, The Times publicó un reportaje sobre una directiva de la ONG, Gita Sahgal, que dirigía la división de género y osó quejarse de la cooperación su organización con un hombre llamado Moazam Begg, "el mayor partidario de los talibanes en Gran Bretaña", según la propia Sahgal. El mismo día en que se publicó el texto, Sahgal fue suspendida y dos meses después despedida, pese a sus tres décadas de experiencia en la lucha por los derechos humanos.
Según el a la sazón secretario general de AI, Claudio Cordone, Begg formaba en las filas de la "yihad defensiva", y precisamente por ello fue considerado apto. En aquel entonces, Cordone se enfrentó también conmigo. Pero no quedó en una mera disputa entre nosotros dos. El clamor contra AI creció: activistas pro derechos humanos hicieron circular una petición en apoyo de Sahgal, y hasta Salman Rushdie hizo un llamamiento contra la organización.
Las informaciones sobre la conexión entre AI y la yihad han seguido produciéndose. En 2015 y 2016, The Economist y The Times informaron al respecto y la propia Saghal advirtió posteriormente del apoyo de AI al terrorismo en Cachemira, que es principalmente islamista, contra la India.
Esto es la historia ya no de AI sino de otras organizaciones de derechos humanos de todo el mundo que se rigen por una agenda extremista antiisraelí.
Caja de resonancia
Las posiciones de AI y otras organizaciones contra Israel son otra prueba de la conformación de dos campos cuando se hace referencia al conflicto israelo-palestino. Por un lado está el del odio y la demonización, por el otro el de la paz y la normalización. En el primero se encuentran desde Irán, Hezbolá y Hamás hasta diversas entidades del BDS que se han hecho casi por completo con las organizaciones de derechos. Casi todas las decenas de organizaciones citadas en el informe sobre el apartheid israelí forman parte del BDS y de los organismos demonizadores de Israel, y siempre agregan las dos palabras mágicas, "derechos humanos", a sus autodefiniciones para aparecer como benéficas. Así, B’Tselem es mencionada en el informe de marras más de 100 veces; Adalah, 157, y el [periódico izquierdista] Haaretz, más de 140. De hecho, se trata de una burbuja. En su libro Post-sionismo, post-Holocausto, el profesor Elhanán Yakira hablaba de "autismo intelectual" para refirse a los académicos que se citan entre sí en sus libros, formando una suerte de caja de resonancia. Las organizaciones de derechos humanos como AI son parte de esa burbuja.
El segundo campo no exime a Israel de la crítica, alberga a cada vez más habitantes de los países árabes y a organizaciones como Sharaka, que trabaja por extender la cooperación entre los pueblos de la región. También incluye a todo aquel que prefiera la paz y rechace la incitación y el odio. Es triste, pero lo cierto es que la mayoría de las organizaciones de derechos se alinean con la yihad, el odio e Irán. Un informe de AI no es una herramienta para el cambio mediante la crítica digno de atención, sino otro texto más que genera más odio.
Lo que hemos de plantearnos
A pesar de que los informes apartheid son parte de la propaganda antiisraelí –y en ocasiones antisemita–, las acusaciones fundadas no deben ser ignoradas. Cuando, por ejemplo, Netanyahu anunció que aun después de la anexión del Valle del Jordán a los palestinos de la zona no se les concederían derechos civiles o de residencia, se trató de una estratagema electoral especialmente dañina que reforzó las acusaciones de apartheid. Esto, por supuesto, se recoge en el informe de AI y en otras publicaciones. Si existe entre nosotros un campo que apoya la anexión de Judea y Samaria sin la concesión de derechos, eso da fuerza a la campaña del apartheid. El asentamiento judío en barrios árabes –como el que se da en Silwán o en Shimon HaTzadik, en Sheij Yarrah– son una insensatez que nos sale cara. Son una fuente de conflicto, dan validez a la restitución de bienes árabes y refuerzan las acusaciones de apartheid. El hecho de que haya informes absurdos salpicados de antisemitismo no nos libra de la cuestión fundamental que tenemos planteada: ¿queremos un Israel judío y democrático o un Israel binacional y antidemocrático? La respuesta nos la debemos a nosotros mismos. No a Amnistía Internacional.