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Pablo Planas

¿Y si hay que repetir las elecciones?

El efecto del descrédito y de los cordones sanitarios mediáticos contra Vox es contraproducente para quienes los practican.

EFE

Hay una cierta propensión a confundir una mínima parte por el todo en el caso de Castilla y León, comunidad que ha sido presentada por no pocos medios y analistas como una especie de España profunda compuesta por aldeanos ignorantes, demasiado viejos y palurdos como para tener en cuenta sus votos, salvo que hayan ido a parar al saco de la izquierda o de las candidaturas localistas. Así, la explicación fácil para la práctica desaparición de Ciudadanos o de Podemos es el perfil de ese supuesto votante cazador subido a un tractor y que luce orgulloso un palillo en la boca.

Además del retrato rural más o menos pintoresco, se ha definido Castilla y León como la "España de provincias", como si Barcelona o Huesca, por poner dos ejemplos, no fueran igual de provincias en esa misma España desvertebrada por la erosión del Estado de las Autonomías, un invento letal para la cohesión social, económica y cultural.

Durante las dos semanas de campaña electoral, Castilla y León ha sido, pues, una región más bien maltratada e incomprendida en gran parte de los medios de comunicación, en los más aficionados a los tópicos y también en aquellos que han puesto la venda antes de producirse la herida de la izquierda, porque estas elecciones no sólo han confirmado la estulticia de Pablo Casado y García Egea, los promotores y valedores del amigo Casero, sino el declinar de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Claro que las altas expectativas concebidas por los populares benefician al PSOE en el día después de unas elecciones que se han interpretado de manera generalizada como un tiro en el pie del PP.

Que quienes votaron a Ciudadanos hace cuatro años hayan migrado a Vox en vez de al PP o al PSOE desautoriza todas esas monsergas sobre el carácter ideológico del elector del partido naranja. El efecto del descrédito y de los cordones sanitarios mediáticos contra Vox es contraproducente para quienes los practican. Sus trece procuradores son una enmienda a la totalidad de las campañas de manipulación contra el partido, cuyo primer hit es tacharlos de "extrema derecha" o "ultraderecha" en vez de "derecha" a secas.

El partido de Ortega Lara, tal como lo definió Isabel Díaz Ayuso, no necesita la bendición de gabilondos y jorgejavieres sino todo lo contrario, y soporta perfectamente el bombardeo persistente de insidias. También es cierto que está en ese punto dulce en el que una formación es inmune incluso a sus propios errores.

Las elecciones en Castilla y León dejan también al director del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), José Félix Tezanos, hecho un guiñapo. La estrategia de utilizar la empresa pública para mentir al servicio de los intereses partidistas de Sánchez no funciona. Costará años recuperar el crédito del CIS, a pesar de que dispone de muchos más medios que sus competidoras privadas. Ya tarda en dimitir Tezanos.

Pero lo de este personaje es lo de menos. Tras la resaca se avizora una sombra, la de la repetición de las elecciones. Si el candidato del PP, Alfonso Fernández Mañueco, se mantiene firme en las órdenes de Génova de no pactar la inclusión de Vox en el Gobierno regional, cabe esa repetición, salvo que Vox acceda a mantener su virginidad institucional hasta las próximas generales y se limite a sostener un Ejecutivo cuyos miembros reniegan de sus muletas. Otra opción que se abre para el PP es tratar de llegar a un acuerdo con el PSOE, sueño húmedo de una cierta clase empresarial en España del que Castilla y León podría ser un improvisado laboratorio. Hasta el diputado Casero se da cuenta de las negativas implicaciones que eso tendría no sólo para el futuro, ya de por sí complicado, de Casado sino del propio partido.

Será interesante contemplar el cambio de discurso del PP para evitar un escenario, dicha repetición electoral, del que sólo saldría beneficiado Vox. Por mucho que se empecinen, a los prebostes del PP no les queda más remedio que empezar a hablar con Vox de un programa de gobierno compartido. Que la izquierda ponga el grito en el cielo con sus fantasmas sobre la ultraderecha señala el camino. Todo lo demás sería para el PP otro tiro, pero no en el pie.

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