
Una buena parte de la vida humana consiste en entender la del prójimo cercano, y valga la redundancia. Es, siempre, una operación compleja y sinuosa, pues son tantas las circunstancias de las personas. Mención especial requiere la comprensión de los comportamientos de las personas destacadas, los famosos, los hombres públicos, los políticos. Esta es tarea que acucia, especialmente, a los historiadores, los escritores, los analistas políticos. No es fácil llegar a conclusiones definitivas, al ser tan variados los móviles de la conducta humana. Los personajes estudiados no se dejan ver con claridad, tratan de dar una buena impresión de sí mismos por encima de sus merecimientos. En menos palabras, quieren quedar bien. Hasta tal punto llega el disimulo que a veces no parecen actuar en defensa de sus propios intereses. No es por benevolencia o altruismo, sino por algo cercano a la hipocresía. No digamos cuando dicen que les mueve algo sublime, pero en el fondo se orientan por derroteros inusitados y ocultos. El más común es seguir en el candelero a toda costa.
Cumple, por tanto, pararse a analizar las acciones humanas, especialmente las de las personas públicas. Habrá que descartar la primera impresión, la de apoyarse en el deber ser, en la sustitución de la realidad percibida por los deseos o intenciones. Por ejemplo, de poco servirá indagar que la conducta es una respuesta a las voliciones íntimas, a lo que se considera más auténtico. Los comportamientos de las distintas personalidades tendrían que ser muy parecidos. Empero, en la realidad, las variaciones son enormes. Se incluyen las respuestas de pura imitación, tan corrientes. En las entrevistas periodísticas a los políticos se observa este truco: las respuestas no contestan a las preguntas; sustituyen ese planteamiento por los deseos, por las cuestiones de principios. Eso es lo que se llama irse por los cerros de Úbeda. Se dijo así de los caballeros que se despistaron por tales andurriales. Era un modo de evadirse de la obligación de sumarse a las fuerzas cristianas que iban a combatir en la batalla de las Navas de Tolosa. Es una táctica de escaqueo muy frecuente.
En un análisis concienzudo, debemos prescindir de las conductas instintivas, reflejas. Son muy comunes, pero su mismo automatismo las hace poco interesantes. Hay que fijarse en el complejo abanico de las formas de proceder racionales o, por lo menos, que pretenden serlo al encaminarse hacia un fin presentable. La variedad es infinita, aunque las podemos reducir a algunos tipos frecuentes, dependiendo de la finalidad perseguida. En general, se busca que la acción suponga algunas satisfacciones. Aunque habría que concretar más, pues, como dice la sabiduría popular, sobre gustos no hay nada escrito.
Más corriente es el modo de obrar a la búsqueda del aplauso de los demás, singularmente, el de las personas cercanas. Es fácil confundir ese motivo con otros menos legítimos, cual es, por ejemplo, el de llamar la atención. Se trata de una respuesta pueril, que tanto repiten los adultos de una forma bien estudiada.
El sujeto suele intentar ser coherente con su historia inmediata, cosa que no es fácil de cumplir. De modo más general, el individuo analizado tratará de representar el papel asignado en el drama en el que participa. El papel es lo que los otros significativos esperan de él. Siempre hay espectadores atentos a nuestro modo de proceder. Incluso fue así en el caso de Robinson Crusoe. Su audiencia invisible estaba escrita en su mente, en sus recuerdos. Es lo que llamamos conciencia.
Hay que desengañarse. Los personajes públicos no se distinguen mucho de las personas corrientes. Por ejemplo, en unos y otros cuenta a veces el ánimo de molestar al prójimo. Es una reacción que puede darse por despecho, venganza o cualquier otro motivo. La diferencia está en que los capitostes o empingorotados pueden hacerlo con menos sentimiento de culpa. La razón es que en ellos priva la obsesión de llegar al poder o de conservarlo. Todo lo demás cuenta poco.
Se verá que en todos estos enfoques está de más la condición ética o estética de si el modo de proceder es el auténtico, el que sale de dentro, el que impone el catálogo de deberes.
Con cierta frecuencia ocurre que el personaje analizado, por su gran visibilidad, se estudia a sí mismo y trata de evaluar si su conducta inmediata le va a dejar, o no, satisfecho. En consecuencia, bien puede pararse a recapacitar y tomar otra dirección. En la cultura española, propensa a la simpatía y lo espontáneo, no se tolera fácilmente tal volubilidad. Es decir, los papeles que se distribuyen en el teatro de la vida pública suelen ser bastante fijos. Por desgracia, la libertad nunca ha sido lo nuestro. Mucho tendrán que cambiar las cosas para que procedamos de otra forma. El coste social de tal rigidez es un especial encono en las discusiones, que entre nosotros se entienden como trifulcas. Debatir es otra forma de batirse.
