Patricia Bullrich ha protagonizado una larga navegación en la política argentina. Criada en una familia de la alta burguesía, se inició en la vida pública militando en una organización, la Juventud Peronista de los años 70, cercana a la guerrilla e inmanejable para el propio Juan Perón. Esa iniciación le hizo conocer el exilio en un país, tan cercano como desconocido para los argentinos, como es Brasil.
Desde aquel entonces, Bullrich ha caminado hacia las ideas del liberalismo. Sin embargo, en su comportamiento sobreviven rasgos de aquella iniciación. Por ejemplo, ella conoce bien cómo funciona la cabeza de sus rivales del peronismo populista, que hoy se denomina kirchnerismo, muchos de los cuales tuvieron el mismo punto de partida. Esta peculiaridad aflora en los debates. Bullrich carece por completo de esa inhibición que deriva de aceptar la presunta superioridad moral que reclama para sí la izquierda.
Hay algo más que se conserva: seguimos estando ante una combatiente. Tal vez por eso, las dos veces en que tuvo responsabilidades ejecutivas, se le encomendaron problemas que en la Argentina no se pueden encarar sin firmeza, coraje, y cierta fascinación por el conflicto. Durante la presidencia de Fernando De la Rúa (1999-2001) fue ministro de Trabajo. Es decir, le tocó enfrentar al sindicalismo peronista, una organización con inclinaciones corporativas y, muchísimas veces, mafiosas, que ha sido uno de los principales obstáculos que encontraron en el país las reformas favorables al mercado. Ya que había ensayado con los gemialistas, en el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) le pidieron un poco más: que se haga cargo del problema de la Seguridad en el ámbito federal, donde lo que se tiene por delante es el crimen organizado.
Esos antecedentes pueden ser, aun en un plano subliminal, los que convierten hoy a Bullrich en una figura muy atractiva para los que creen que el país enfrenta dos problemas principales. El peso insoportable de un Estado que ha quebrado, y que sólo conserva su capacidad para sofocar cualquier iniciativa individual. Y la urgencia por resolver el drama de la inseguridad cotidiana, en cuyo centro está la expansión del tráfico drogas, destinado a hacer más dolorosa la vida de los más pobres.
Bullrich aborda esta encrucijada desde dos condiciones. La de candidata a Presidente, que debe pasar todavía por el test de las primarias; y la de máxima autoridad del Pro, uno de los partidos que integra la coalición opositora Juntos por el Cambio, que triunfó en las últimas elecciones legislativas. Esta duplicidad es un enorme desafío para Bullrich. La competencia electoral le exige nitidez en los conceptos y cierta agresividad en el estilo. Pero la necesidad de construir con los demás protagonistas de su alianza una fuerza homogénea, le demanda ductilidad y espíritu negociador. Va a ser interesante observar, desde ahora y hasta las elecciones de octubre del año que viene, como administra esa tensión.
De todas las horas de la trayectoria de Bullrich, ésta es la que parece ponerle más cerca del poder. No sólo por esa sintonía entre el perfil que ella ofrece y la demanda de una gran franja del electorado. También porque sus características personales le permiten prestar un servicio a su coalición frente a la aparición de un inconveniente delicado: como le sucede al Partido Popular con Vox, en España, Juntos por el Cambio y, sobre todo, el Pro, están siendo desafiados por una corriente liberal que interpela a su electorado con argumentos y valores familiares, pero de forma mucho más clara y categórica. Bullrich está parada en la frontera de esos dos universos. Ahí está el otro frente de esta combatiente. Ahí está su oportunidad. Ahí está su riesgo.
Carlos Pagni es un analista político argentino, columnista en el diario La Nación y contertulio habitual en el canal de televisión La Nación Más (LN+).
Carlos Pagni es un analista político argentino, columnista en el diario La Nación y contertulio habitual en el canal de televisión La Nación Más (LN+).