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Polonia y Ucrania son los nuevos líderes morales del mundo libre

Pase lo que pase con la guerra de castigo de Putin, el Kremlin no exterminará al pueblo ucraniano ni podrá someterlo

Pase lo que pase con la guerra de castigo de Putin, el Kremlin no exterminará al pueblo ucraniano ni podrá someterlo
El monumento al duque Richelieu en la ciudad de Odesa, cubierto con sacos de arena en el bulevar Prymorskyi. | Cordon Press

Pase lo que pase con la guerra de castigo de Putin, el Kremlin no exterminará al pueblo ucraniano ni podrá someterlo. Sin despreciar la magnitud de la tragedia que provocan los bombardeos a civiles y otras tácticas de terror del autócrata, Ucrania saldrá de esta guerra mas fuerte y unida que nunca. La Ucrania que quiere destruir Putin era hasta hace muy poco una nación vibrante y dinámica pero extremadamente fragmentada. El hostigamiento de Putin ha conseguido unirla por encima de las viejas diferencias étnicas y lingüísticas.

Hasta hace bien poco, las zonas mayoritariamente rusófonoas del este y el sur de Ucrania votaban abrumadoramente por candidatos pro Kremlin. Ya no. El presidente Zelenski y la mayor parte de quienes le acompañan en el Gobierno son rusófonos dispuestos, literalmente, a dejarse la vida por la independencia y la integridad territorial de Ucrania. Además de ser judío, el líder de la nueva Ucrania unida que impresiona al mundo con su heroísmo fue votado masivamente en la parte del país rusohablante que ahora repele el avance de sus supuestos liberadores.

Uno de los grandes méritos de la movilización genuinamente nacional que estamos viendo en Ucrania es haber superado los viejos esencialismos chovinistas que siguen envenenando el día a día de muchas naciones de Europa Central y del Este. En Rumanía, que entró en la Unión Europea hace 15 años, las autoridades y una parte de la opinión pública siguen mostrando hacia Ucrania un recelo digno de mejor causa. La razón, el resentimiento que décadas de propaganda nacionalista han construido en torno a la pérdida de Bucovina del Norte a manos de la URSS y su integración en la República Soviética de Ucrania.

La Bucovina del Norte sigue siendo hoy parte de Ucrania. Según los cálculos más ambiciosos, actualmente viven en Ucrania cerca de medio millón de ciudadanos de origen rumano. Según el relato dominante en Bucarest, el Gobierno de Kiev discrimina gravemente a los rumanos negándoles el derecho a una educación integral en su idioma. Es cierto que Ucrania ha restringido en los últimos años los derechos lingüísticos de las minorías. Pero el objetivo de la medida no era en ningún caso atacar a los rumanos o a los húngaros, sino poner coto a la influencia disolvente que a través de la educación en lengua rusa ejerce el Kremlin en todos los países donde reivindica minorías.

Kiev ha intentado amortiguar el golpe que el entendible proceso de fortalecimiento nacional haya podido tener sobre otras lenguas distintas al ruso. Pese a que Rumanía tiene a más de cinco millones de sus propios ciudadanos emigrados cuya identidad se disuelve, como es natural, en la de las sociedades de acogida, Bucarest insiste en la centralidad de unas reclamaciones a Ucrania que mantienen bajo mínimos las relaciones de dos países vecinos de compartida vocación euroatlántica.

Algo parecido puede decirse de la Hungría de Orbán, que ha invocado repetidamente los supuestos atropellos a la minoría magiar de Ucrania para negarle el pan y la sal a un vecino que sufre hoy la embestida del mismo imperialismo ruso que en 1956 aplastó los sueños de libertad del pueblo húngaro.

Frente a actitudes como estas, que confirman lo peor del estereotipo balcánico, el flamante patriotismo ucraniano brilla estos días con luz propia libre con un discurso centrado en la libertad y la democracia frente al etnonacionalismo agresor de Rusia. La Ucrania de los discursos de Zelenski y sus ministros, la de sus diplomáticos y la de los centenares de periodistas, artistas, intelectuales y ciudadanos de toda condición, cuya frescura y audacia nos seducen cada día en Twitter, no busca legitimidad en pasados remotos o relatos nacionales utópicos. Ucrania, nos dicen, quiere ser libre porque es un Estado democrático que respeta las leyes internacionales y aspira a vivir como ya tenemos la suerte de hacerlo nosotros.

Además de Rumanía y Hungría, al lado bueno de la línea divisoria de la OTAN y la UE está también Polonia. Ucrania y Polonia tienen una larga historia compartida llena de tensiones, y sin embargo Varsovia está apostando como nadie en el Occidente consolidado por el presente y lo fía todo a la defensa de los valores comunes de libertad, prosperidad y seguridad que otros matizan, por tacticismo y pequeñez enmascarada en querellas históricas.

Mientras termino de escribir estas líneas, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, se dirige en tren al Kiev asediado por los rusos para ofrecer, junto a sus homólogos de Eslovenia y Chequia, el apoyo de su nación al presidente Zelenski. Pase lo que pase en el campo de batalla, Ucrania y Polonia saldrán de esta crisis como nuevos líderes morales del mundo libre.

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