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Dios Mundo, Rey Sol

Sánchez es el fiel reflejo de su tiempo, hasta el punto de convertir su tiempo en reflejo de sí mismo.

Sánchez es el fiel reflejo de su tiempo, hasta el punto de convertir su tiempo en reflejo de sí mismo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EFE

Más allá de sus repercusiones evidentes, hay algo en todo eso de la carta perdida y hallada de Pedro Sánchez que convendría analizar. Algo como de "cambio de paradigma", de "punto de inflexión", y demás expresiones diseñadas para rellenar discursos presidenciales. En ella se esconde un no sé qué difícil de definir, un aire que ni confirma ni desmiente, velado por una concatenación de frases anecdóticas que ilustran sin pretenderlo la consumación de un cambio histórico. Para empezar, Sánchez es ya rey, aunque nadie se haya dado cuenta. Su coronación, posiblemente, tuvo lugar en su cabeza nada más palparse el cuerpo tras su resurrección política. Y todo lo acontecido desde entonces no habría hecho más que confirmar sus intuiciones mesiánicas. Sánchez actúa como pretende y transforma, por pura fuerza de convicción, la realidad a la medida de sus ilusiones. Es progresista porque lo dice él, doctor en Economía sin necesidad de tesis, político por aclamación individual y rey absolutista, ahora ya no quedan dudas, porque de momento nadie ha demostrado lo contrario. Si nos fijásemos bien, descubriríamos que tampoco nadie le votó para que fuese nuestro presidente. Fue su inquebrantable fe y la implantación paulatina de una serie de ademanes principales en su andar lo que terminó por convencernos de aquello de lo que él llevaba convencido toda la vida.

Desde sus mismísimos inicios, la suya ha sido la trayectoria del perfecto hombre sin atributos, empeñado en hacer creer que los posee todos a base de simular caras de concentración profunda. Y su prosa, hablada o escrita, simplemente es un reflejo de ese rasgo. A su dicción melosa se adhieren palabras como pelusillas en el velcro. Arrastra los adverbios con la misma gravedad con la que frunce el ceño, y por eso sus cartas se alargan mucho más de lo que deberían. Todo forma parte de una estrategia discursiva rebuscadamente artificiosa. La misma que utilizan los juristas para enmarañar sentencias. Pero no es tanto culpa suya como de su pulsión expansiva incontrolable. Sánchez es el fiel reflejo de su tiempo, hasta el punto de convertir su tiempo en reflejo de sí mismo. Su método de conquista funciona así. Abraza el mundo hasta engullirlo. Y después lo regurgita y lo anexiona a su persona. Desde su perspectiva, todo es una extensión de su conciencia. Todo lo que conoce forma parte de su ser. Cada individuo y cada planta, cada animal y cada átomo que se adentran en su campo de acción participan de él y lo conforman. Un día reclamó lo que era suyo y pudo dormir en la Moncloa. Recorrió España en su Peugeot y España se hizo Pedro Sánchez. Si rezase, sería ya Dios él.

Teniendo en cuenta todo eso, nada sorprende en el episodio de la carta. Desde luego, no sorprende que durante días sólo conociese su contenido él mismo, además de su ahora homólogo, el rey marroquí. Ni que escribiese acerca del pueblo español como si le perteneciese. Cuando, arrebatado en la vorágine de expresiones burocráticas, quiso garantizar que "España actuará con la absoluta transparencia que corresponde a un gran amigo y aliado", no gastó ni un segundo en pensar en la falta de transparencia parlamentaria que estaba teniendo su decisión. Él no necesita consultar nada con los españoles porque los españoles son él y él es toda España. Por eso precisamente debería andarse con ojo el rey marroquí. Le perjudicará pensar que esto ha sido una vulgar bajada de pantalones. En su misiva, Sánchez consiente pero también exige. Intercala frases inextricables con sentencias claras e imperativas. La cosa debería alarmarle porque no es ningún secreto que desde esta vieja piel de toro Pedro Sánchez partirá a la conquista del globo. Y nadie duda de que no se detendrá hasta que el universo entero sea un páramo sostenible y progresista. Hay incluso quienes nos vanagloriamos de haber desentrañado el enigma de su siguiente objetivo. Detrás de la cortina de humo de sus numerosas erratas, la más importante de todas era la que inmiscuía al títere Albares, nombrado sin el consentimiento de nadie ministro de Asuntos Europeos. Podemos pensar que el fallo fue inocente, pero no hay que olvidar que falta poco más de un año para que España –o sea, Sánchez– ostente la presidencia del Consejo de la Unión.

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