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Rafael Rubio

Hacia dónde va Colombia

La realidad es que el ingeniero Hernández, 'el viejito', es inclasificable.

La realidad es que el ingeniero Hernández, 'el viejito', es inclasificable.
Cartel electoral de Rodolfo Hernández en Bucaramanga. | EFE - Mario Caicedo

El domingo Colombia afrontó la primera vuelta de sus elecciones presidenciales en medio de una profunda crisis, reflejada en las protestas masivas del año pasado contra la reforma fiscal del presidente Duque, que calaron en una sociedad con índices elevadísimos de desigualdad, con un Gobierno incapaz de dar soluciones al enorme malestar generado.

Colombia pedía un cambio de rumbo, en línea con las últimas nueve elecciones presidenciales celebradas en Latinoamérica, que se han decantado todas en contra del oficialismo. Lo que no estaba claro era hacia dónde. Las recientes elecciones legislativas y todas las encuestas parecían indicar que había llegado el momento de Gustavo Petro. El enorme desgaste de los partidos tradicionales y las desastrosas campañas de Sergio Fajardo y Federico Gutiérrez provocaron que el 72% de los colombianos apostaran en estas elecciones por una ruptura con lo de siempre; la sorpresa es que mostraron también que el cambio no era exclusiva de Petro. En el último momento apareció una figura, la de Rodolfo Hernández, que hasta la última semana había permanecido al margen de cualquier quiniela y que, pasada la primera vuelta, se perfila como favorito, amenazando el sueño de Petro de alcanzar, al tercer intento, el palacio de Nariño.

Parece que la revuelta anti élites, que hasta el momento canalizaba el candidato del pacto histórico, ha acabado arrastrando a sus promotores, facilitando la aparición de un candidato que subió la apuesta de la antipolítica. La necesidad de una terapia de choque encontró en Hernández un candidato más creíble que un político que lleva más de 30 años en política. Ese es el problema de las propuestas populistas: cuando uno apela al pueblo, el pueblo sale por donde quiere.

La segunda vuelta se celebrará el próximo día 19. Por un lado está Hernández, un candidato con fama de buen gestor (abandonó su cargo en la alcaldía de Bucaramanga con un 84% de aprobación) que con sus mensajes sin matices, entre la sencillez y la simpleza, ha logrado atraer al votante medio, aquel que está más allá de la ideología y decide su voto en función del momento, actualmente de hartazgo y de cabreo. Por ahora su votante es más de centro que de derechas, en un país donde el antiuribismo está muy extendido; pero lo atrae más por su discurso antipolítico y su personalidad que por su ideología. Su promesa principal de terminar con la corrupción, "Contra la robadera", parece estar funcionando.

Su estilo directo, su condición de empresario, así como su edad –77 años– y su físico, han facilitado que, tras su victoria, muchos quieran presentarlo como el Donald Trump colombiano, pero la realidad es que el ingeniero Hernández, el viejito, es inclasificable. Ha conseguido un equilibrio casi imposible: atacar a los políticos dejando a salvo el sistema en su cruzada anticorrupción. Detractor de la reforma tributaria de Duque, favorable a implementar el acuerdo de paz con el ELN (a pesar de que el grupo terrorista secuestró y probablemente asesinó a su hija), a restablecer las relaciones diplomáticas con Venezuela (casi en la frontera de su Santander natal), al matrimonio y la adopción por parte de parejas del mismo sexo y al aborto; contrario al fracking y al uso de glifosato, partidario de la legalización del uso terapéutico y recreativo de la marihuana, la rebaja del IVA al 10% y la renta básica, Hernández cuenta además con una candidata a la vicepresidencia afrocolombiana. Visto así, se parecería más a Joe Biden, como se empeña en destacar su propia campaña.

Aunque sus resultados, que pasaron desapercibidos a las encuestas hasta el final, se han tratado de explicar en términos de avalancha repentina, las redes sociales apuntaban al fenómeno hace ya semanas. El uso de lo digital en su campaña recuerda al de Xavier Hervás en Ecuador, que aunque a este no le alcanzó para llegar a segunda vuelta fue replicado por Guillermo Lasso para alzarse con la victoria. A través de lo digital ha ido construyendo una comunidad alternativa y motivada y bien articulada gracias a la tecnología, una base social para afrontar con garantías la segunda vuelta. Su trabajo se basó en la utilización de canales digitales para comunicarse directamente con sus comunidades, construidas durante meses, su uso de TikTok con mensajes claros y directos que eran reproducidos en otras redes sociales, su interactividad en Facebook y el empleo de Instagram (donde se hacía eco de cómo iba calando el mensaje), la gestión de grupos territoriales de WhatsApp gestionados por organizadores comunitarios y la creación de una plataforma social gamificada, rodolfistas, que se ha convertido en fuente de contenido para la campaña y lugar de articulación de la misma. Una vez consolidada su comunidad, ha evitado los debates y los actos masivos, llegando a contraprogramarlos con directos en sus redes y superarlos en audiencia.

En el otro lado se encuentra Gustavo Petro. Tras más de 30 años en política, su primera candidatura presidencial se remonta a 2010. Su imagen ha transitado desde la extrema izquierda hasta la izquierda, consiguiendo aglutinar a la izquierda colombiana. Tras un par de oportunos rifirrafes públicos con Maduro, logró, en línea con otros presidentes latinoamericanos como Boric o López Obrador, disipar el miedo en la sociedad colombiana, que en 2018 lo rechazó como representante del castrochavismo. Con fama de intelectual arrogante y sin una gran historia de gestión (terminó su mandato como alcalde de Bogotá en 2015 con un 34% de aprobación), nunca ha logrado conectar con las bases más populares, lo que no le ha impedido liderar las encuestas de manera indiscutida hasta este domingo.

Aunque su alianza venció en la elección con más de 10 puntos porcentuales de diferencia, para ser elegido Petro necesita crecer un 10% extra, y no está muy claro dónde ni cómo podría obtener este apoyo. Entre sus opciones para lograrlo se apunta a la movilización de los abstencionistas, algo poco probable a la luz de la experiencia reciente, o a la desmovilización de la derecha mediante la promoción del voto en blanco, opciones en gran medida contradictorias. Solo en dos días Petro ha pasado de decretar el fin del uribismo a proclamar su resurrección, en una muestra de las dificultades estratégicas que va a tener que afrontar en esta segunda parte. El problema no es sólo que sea demasiado tarde para atacar a un candidato al que ha ignorado durante todos estos meses, y que ha sabido convertir en fortaleza el haber sido ignorado por todos, sino que además estos ataques suelen fortalecer a los outsiders cuando son capaces de presentarlos como la resistencia al cambio de los políticos de toda la vida.

Desde el domingo por la tarde han comenzado las cábalas sobre el posible trasvase de los votos de los candidatos que no pasaron a la segunda vuelta. Los más preciados, por su maquinaria, son los de los partidos tradicionales, a los que Petro se ha dedicado a destruir desde 2018, preparando el camino por el que Hernández ha construido su alternativa.

Descartada la posibilidad de arrebatar al viejito la bandera del cambio, y ante la dificultad de polarizar ideológicamente sobre el eje izquierda-derecha, lo que provocaría el trasvase masivo del 24% de los votantes de Fico Gutiérrez hacia el ingeniero Hernández, la única alternativa de Petro pasa por manejar ese equilibrio inestable entre miedo e ilusión, tan presente en las últimas campañas presidenciales de la región, pero la creación de ambos sentimientos requieren tiempo. Tras los resultados del domingo, hoy la ilusión parece estar en el bando de Rodolfo Hernández, y, en lo que se refiere al miedo, tras la derrota del uribismo hoy la petrofobia es la fuerza con más capacidad de movilización en Colombia.

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