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Miguel del Pino

La "basuraleza"

Con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente millares de ciudadanos cargados de buenas intenciones se lanzan a la conquista de la limpieza de nuestros medios naturales.

Con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente millares de ciudadanos cargados de buenas intenciones se lanzan a la conquista de la limpieza de nuestros medios naturales.
La reina Sofía y el consejero delegado de Ecoembes, Oscar Martín (2i), limpian el Barranco de Prado del Espino en Boadilla del Monte por el Día Mundial del Medio Ambiente | EFE

Cada año, con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, millares de ciudadanos cargados de buenas intenciones se lanzan a la conquista de la limpieza de nuestros medios naturales. Van provistos de gigantescas bolsas de basura y en las imágenes publicitarias aparecen encabezados en su labor por Su Majestad la reina Doña Sofía.

Nada que comentar sobre las evidentes buenas intenciones tanto de organizadores como de participantes, pero en cuanto se refiere a los posibles resultados pedagógicos de tal campaña anual, cabe recordar la anécdota que solía contar el eminente catedrático de historia Don José María Igual, que se refería a una experiencia vivida por él en sus aulas.

Lleno de generosidad, de humildad y de buenas intenciones llegó un día el eminente profesor a su clase para iniciar la jornada, y encontró el aula plena de alumnos y de basura diseminada por el suelo: papeles, restos de lo que hoy llamamos "chuches" y demás inmundicias. Don José María se dedicó de inmediato a la ejemplarizante labor de limpiarlo todo bien a fondo.

No escatimó esfuerzos ni eludió adoptar toda clase de incómodas posturas, entre ellas las de arrodillarse, retorcerse y arrastrarse; en fin, todo lo que pudiera contribuir a avergonzar a los descuidados estudiantes al pregonar con el ejemplo, pero…

Una muchacha de pronto le espetó: "¿Qué hace usted profesor?". Respondió el sabio: "Limpiar lo que he encontrado tan deteriorado"; la respuesta de la chiquilla debió de helar el entusiasmo de sus buenas intenciones: "Pues menudo trabajo tiene, porque hay que ver lo sucio que está".

El hecho de que la alumna no se avergonzara en absoluto denotaba la falta de los principios educativos de que adolecían los "cochinos" muchachos. En contra de lo que preconizaban las teorías derivadas de la filosofía krausista y de la Institución Libre de Enseñanza, la ejemplaridad llegaba tarde; faltaban principios de educación elementales que los jóvenes ya deberían haber aprendido con anterioridad.

De manera que la acumulación de basura que denuncian los ecologistas implicados en la limpieza de nuestros espacios naturales debe combatirse desde la misma infancia de los ciudadanos: es un problema de métodos de enseñanza.

Por otra parte en mi condición profesional de biólogo me da miedo ver tanta alegría popular con niños jugando incluidos en la labor de recogida de objetos diseminados por el campo. Basta mover una piedra o una lata que ya ha empezado a integrarse en el suelo para que se corra el riesgo de acabar con multitud de invertebrados, o de sus puestas de huevos que se escondían bajo su cobijo. "Las piedras deben dejarse en la misma posición en que se encuentran" nos decían nuestros venerables profesores en tiempos ya remotos.

En pura práctica ecológica las campañas populares de limpieza deberían restringirse a medios urbanos ajardinados, nunca a espacios naturales, en los que la simple presencia de miles de personas pisando y escarbando, así como los sonidos que su bulliciosa alegría puedan emitir, suelen ejercer un efecto destructivo inimaginable. "De buenas intenciones están empedrados los infiernos", reza el conocido dicho.

Ensalzar la labor de quienes trabajan en los servicios de limpieza forma parte de los elementos de la educación ambiental, es evidente, pero no hace falta que tratemos de emular a los profesionales, basta con que los respetemos y que colaboremos con ellos deteriorando lo menos posible y, por supuesto, no arrojando basura.

No resulta sencillo implicar en la lucha contra el desperdicio a una juventud que vive sumergida en el seno de la civilización del despilfarro, sobre todo en el de lo que se viene llamando "obsolescencia programada": sus juguetes, incluidos los electrónicos, tienen caducidad prestablecida, su ropa se rompe por moda o se compra ya rota, a veces hasta hecha jirones, sus modelos humanos musicales o "del corazón" caducan de manera vertiginosa. Todo es en el mundo del consumo juvenil "de usar y tirar" y esto es lo que hay que cambiar de inmediato.

La primera escuela y la metodología empleada en ella encierran el secreto de la lucha contra el despilfarro; los cambios de modelos estéticos, de tecnología para el juego digital, los instrumentos para la comunicación y la vestimenta son voraces monstruos que han colmado de satisfacciones a esos infelices consumistas que luego los tiraron junto a las latas o las botellas de refrescos y que terminan en las bolsas de "basuraleza" mientras nos creemos ecologistas.

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.

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