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Carmelo Jordá

Justicia poética en Nueva York

La política es muy difícil pero entre la excelencia y la idiocia existe una infinita gama de matices y hay que ser muy burro para meter la pata así.

La política es muy difícil pero entre la excelencia y la idiocia existe una infinita gama de matices y hay que ser muy burro para meter la pata así.
El cuarteto viajero en el exterior de lo que se supone que es la Casa Blanca pero no lo parece. No sabemos cómo han podido soportar tanta bandera de EEUU. | Twitter/Irene Montero

Es muy difícil saber qué es peor de la excursión de la chupipandi de Igualdad a Nueva York: si el desprecio a los contribuyentes gastándose nuestro dinero como quién come pipas; si la actitud hortera a más no poder del que no se ha visto en otra y se comporta como si fuese la primera vez que sale del pueblo; o, finalmente, si la exhibición pública de todo el asunto en redes sociales, como adolescentes necesitadas de notoriedad, hambrientas de likes y sin la más mínima inteligencia política.

Fíjense ustedes que yo casi me quedaría con lo último; siempre he dicho que hacer política es algo muy difícil y me reafirmo en ello, pero entre la excelencia y la idiocia es posible encontrar una infinita gama de matices aceptable y hay que ser muy burro para meter las cuatro patas de una forma tan clamorosa, ¿pero es que nadie piensa en ese ministerio? ¿Es que nadie viene del mundo normal en el que la gente tiene que ahorrar años para hacerse una foto en Times Square, si es que puede llegar a hacérsela? ¿Es que nadie se ha enterado de la situación real a la que empiezan a enfrentarse esos españoles que se las ven negras para pagar los impuestos que ellas van por ahí dilapidado entre selfi y selfi?

El caso es que la cosa ha caído en la opinión pública como una bomba H y es normal: en un país en el que llenar el depósito es ya un deporte de alto riesgo y pagar la factura de la luz una gesto desaforado de valor, ver a una comitiva de inútiles haciendo las memas a todo tren y con cargo a nuestros bolsillos es más de lo que la gente está dispuesta a soportar.

Y tiene algo de justicia poética: alejada para que no diese la tabarra durante la cumbre de la OTAN, Irene Montero se ha cargado ella solita –bueno, con la inestimable ayuda de la chupipandi– todos los rescoldos benéficos que los fastos pudieran haber dejado todavía ardiendo. En sólo unas horas nadie se acuerda de Biden, de la cena en el Prado o de Sánchez y Gómez codeándose –y manoseándose– con los líderes del mundo libre: solo se habla de las cuatro bobas por Manhattan.

Quizá piensen ustedes que esto es algo anecdótico y que, como todas las noticias hoy en día, si subió como espuma bajará de la misma forma y en unos días estaremos a otra cosa. Es posible, pero la ola de cabreo que el asunto ha generado ya les digo que no es tan pasajera, sobre todo porque llega cuando la paciencia de la gente está al límite, con la situación poniéndose negra por minutos y con la máquina de fabricar trolas de Moncloa en un estado calamitoso.

No, la excursión de Montero y amigas ha sido un clavo más en el ataúd de un Gobierno que está muerto y no lo sabe, pero que en la desesperación de los últimos estertores y en el sálvese quién pueda nos va a ofrecer espectáculos tan risibles como este, en algunas ocasiones más bien dramáticos y la mayor parte de las veces terroríficos. Lo que nos queda por ver.

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