
Igual que Scott Fitzgerald hablaba con la autoridad que le daba el fracaso, yo lo hago con la que me confiere el haber sido usuario durante décadas del transporte ferroviario de Barcelona y su provincia. Una experiencia, la mía personal, que me fuerza a ser escéptico a propósito de la viabilidad práctica esa vistosa promesa, la de los trenes gratis total en los servicios de Cercanías y Rodalies, o sea, en los en Cercanías de Madrid y en los de lo mismo en Cataluña. Alguien cuyo nombre no recuerdo ahora mismo definió la demagogia como el arte de ofrecer soluciones muy sencillas a cuestiones muy complicadas. No conozco ninguna mejor.
Y resulta que la movilidad cotidiana de varios millones de personas en una de las tramas urbanas e interurbanas más densa del mundo -estoy hablando de Barcelona y su área de influencia- es asunto de complejidad técnica extrema e implicación simultánea de varias administraciones públicas, cada una de ellas con sus recursos privativos y sus competencias exclusivas de gestión, cuyo funcionamiento operativo no se puede revolucionar de la noche a la mañana solo gracias a un gesto torero del presidente del Gobierno desde el Hemiciclo de las Cortes. Y es que la letra pequeña de ese alegre brindis al sol va a resultar endiabladamente minúscula y enrevesada.
Porque lo habitual para un barcelonés corriente es manejarse con un abono único que permite el acceso a medios de transporte colectivo de titularidad estatal, autonómica y municipal. Son tarjetas que permiten combinar trenes, autobuses, tranvías y metro. Lo que ahora aboca tanto a los ayuntamientos de la Gran Barcelona como a la Generalitat al dilema financiero de ofrecer también gratis todos sus servicios de transporte o, segunda opción, desmantelar el consorcio que permite integrar las tres redes en el mentado abono común. Eso tan bonito del Gobierno bien puede acabar provocando un caos de mil pares de abonos en el área metropolitana de Barcelona, con fugas masivas de la tarifa autonómica a la no tarifa estatal, y con colapsos de ocupación en unos trenes frente al semivacío repentino de otros. Y en Madrid, lo mismo.
