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Javier Arias Borque

El ataque a la base aérea en Crimea, ¿un punto de inflexión en la invasión rusa de Ucrania?

Introduce de lleno a la península en el conflicto bélico y hace cuestionarse a Moscú las capacidades reales del ejército ucraniano y las suyas propias

Introduce de lleno a la península en el conflicto bélico y hace cuestionarse a Moscú las capacidades reales del ejército ucraniano y las suyas propias
Imagen satelital de cómo ha quedado una parte de la base aérea rusa de Saki, en Crimea | Planet Labs

Moscú mantiene desde hace años una política de negar los éxitos en combate de cualquiera de sus adversarios. Un tic de opacidad heredado de la época soviética. Por ello atribuye la devastación de la base aérea de Saki, en Crimea, a un accidente interno y rechaza haber sufrido daños materiales o humanos. Una versión gemela de la que mantiene todavía hoy en día sobre el hundimiento del crucero lanzamisiles Movska.

No hay dudas de que miente. La existencia de explosiones coordinadas en diferentes puntos de la base deja de manifiesto que lo acontecido no fue un mero accidente. Las imágenes por satélite que se han filtrado en los últimos días muestran grandes cráteres en puntos estratégicos e importantes daños materiales que todavía no han podido ser cuantificados con exactitud. Sí se sabe que el número de aviones perdidos es importante.

Los últimos datos apuntan a que podría haber perdido una veintena de aeronaves. Se habla de 8 cazas Su-27, 6 helicópteros de transporte pesado Mi8, 5 cazas Su-24, 4 cazas Su-30M –la versión más moderna de este aparato, de los que solo ha recibido una decena y del que ya se auto derribaron una unidad hace unas semanas– y un pequeño avión de transporte il-20 RT. La mayor catástrofe de la fuerza aérea rusa desde la Segunda Guerra Mundial.

El número de bajas no es importante si se tiene en cuenta la capacidad real de la aviación rusa, ni tampoco si se tiene en cuenta que Moscú tiene más bases aéreas en la anexionada Crimea, pero sí es muy importante porque los rusos no saben ni cómo lo han hecho los ucranianos ni por qué no lo han visto venir. Este hecho cambia totalmente la perspectiva de qué partes del despliegue y la retaguardia de los invasores rusos es segura y cuáles no.

La base aérea de Saki se encuentra situada a 218 kilómetros de la línea del frente de combate del oblast ucraniano de Jersón. La distancia parecía suficientemente segura hasta hace unos días. Rusia y la opinión pública internacional tenían claro que para Ucrania resultaba imposible llevar a cabo ataques quirúrgicos o de gran precisión a esa distancia, pero ha quedado claro que lo pueden hacer perfectamente.

A Rusia le toca ahora analizar cómo el ejército ucraniano pudo llevar a cabo ese ataque. Es un hito necesario para reevaluar la seguridad de sus bases y contingentes. Debe analizar qué capacidades militares pueden estar en riesgo crítico tras el ataque a Saki. Puede depender de ello la victoria en la guerra o que siga acumulando fracasos uno detrás de otro. Y lo más complicado es que las opciones de cómo se hizo son múltiples.

Estados Unidos y Reino Unido entregaron hace unas semanas unidades del lanzacohetes de alta movilidad Himars. Iban equipados con misiles que alcanzaban hasta 80 kilómetros de distancia, pero estos sistemas también funcionan con misiles ATACMS, cuyo rango llega a los 300 kilómetros. Ni Washington ni Londres han informado de la entrega de este último tipo de armamento. ¿Están enviando material a Ucrania más allá del que reconocen públicamente?

Otra opción es que el ataque haya sido perpetrado por un equipo de operaciones especiales y que haya contado con el apoyo de población de Crimea que sigue siendo leal a Kiev pese a que la península fue anexionada por Moscú en 2014. De ser así, Moscú debe evaluar cómo es posible que las fuerzas ucranianas hayan penetrado así dentro de una de sus bases y, de existir partisanos pro-Kiev, qué información han podido recabar en los últimos ocho años.

Un alto mando ucraniano ha dicho en las últimas horas a The New York Times que el ataque se perpetró con armamento fabricado y diseñado en Ucrania. Por la distancia todo indicaría que podría ser el sistema de misiles balísticos Grom-2, con un alcance de hasta 300 kilómetros, cuyo programa estuvo parado varios años por falta de fondos pero que recibió un impulso a finales de 2021. De este sistema habría al menos un demostrador o unidad fabricada.

También existe la posibilidad de que los ucranianos hayan empleado misiles de crucero anti-buque R360 Neptune, una derivación del soviético KH-35, modificados convenientemente para que puedan ser utilizados como misiles tierra-tierra. Este fue el sistema que emplearon el pasado mes de abril para mandar el Movska al fondo de las aguas del Mar Negro.

Ucrania no quiere dar ninguna pista de cómo diseño su hazaña –de hecho ha bromeado con la tradicional opacidad rusa y ha planteado que tal vez se debió a que había soldados rusos fumando en zonas donde no se debe fumar– e incluso estaría dentro de lo normal que toda información que facilitase sobre una operación que públicamente no reconocen haber llevado a cabo puede ser falsa, con el objetivo único de confundir a los rusos.

Lo que sí está claro es que el ataque a la base de Saki supone un cambio de tercio en la guerra de Ucrania, aunque no sabemos lo importante que será este hito. No sólo introduce de lleno a la península de Crimea en el conflicto bélico –un área ucraniana que parecía consolidada por los rusos desde 2014— sino que hace cuestionarse a Moscú las capacidades reales del ejército ucraniano y las suyas propias.

También, de paso, cuestiona el apoyo de una pequeña parte de la población rusa a la guerra iniciada por Vladimir Putin. Crimea es una zona veraniega y de recreo para muchos rusos, que llenaban las playas y los chiringuitos el día del ataque, y que horas después estaban metidos en un infernal atasco de 100 kilómetros de longitud originado en el puente de Krech para tratar de huir de esta península ucraniana ocupada unilateralmente por Rusia desde 2014.

Un golpe importante que se une a los problemas que Rusia arrastra desde el inicio de la invasión, allá por el mes de febrero, como las deficiencias logísticas de su ofensiva, la falta de moral o motivación de combate de sus efectivos, la heroica resistencia de los militares ucranianos y la falta de apoyo de una población local que en Moscú pensaban que les iban a abrir las puertas del este y sur ucraniano.

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