
El poder político constituye la inevitable circunstancia de cualquier persona, mínimamente, sensible a la suerte colectiva del vecindario. No basta solo con padecerlo; hay que conocerlo.
Un mundo absurdo o caótico es el que no facilita mucho la operación de hacer predicciones o, por lo menos, sacar conclusiones. Ese es el sentimiento que nos embarga cuando nos exponemos a las noticias y comentarios de los medios de comunicación pública. Da la impresión de que los titulares de los periódicos se producen un poco al azar. Por alguna misteriosa maldición, todo apunta a que las personas que dirigen, hoy, los grandes centros de poder en el mundo no parecen especialmente competentes. Empero, resulta estimulante penetrar en el agujero negro de lo que parece incognoscible, primordialmente, lo que entendemos por política, sea para cobrar impuestos o para gastarlos. La gran distinción social no es, hoy, entre burgueses y proletarios, sino entre los que mandan y los simples contribuyentes.
Siento una gran admiración por los profesionales que saben interpretar los episodios de la política, la economía o la cultura. Son verdaderos nigromantes, puesto que adivinan lo que está por suceder con, solo, examinar las entrañas de los muertos.
Si difícil es interpretar los hechos relevantes de la vida pública, más arduo resulta entender el juego de las ideas, que son invisibles, y, solo, se advierten por sus efectos. Por ejemplo, a ver quién sabe explicar lo del cambio climático, la memoria democrática, la ideología de género, el lenguaje inclusivo, el progresismo o la globalización. El galimatías podría continuar enredándose hasta conseguir que los que mandan se sintieran verdaderamente seguros en sus poltronas, que es de lo que se trata.
No es fácil hacerse cargo de lo que significan las decisiones políticas, sobre todo, las de índole económica, que son las más. Por mucho que se apoyen en la base democrática, siempre, habrá una parte del vecindario que no se sienta satisfecho con tales medidas. Parece harto discutible el criterio del interés general en las normas dictadas por el Gobierno o el Parlamento. Otra limitación es que, incluso, en las decisiones legales más sabias, siempre, surgen efectos indeterminados y perjudiciales para mucha gente. Decididamente, el arte de la política se hace un empeño imposible. Esa es una razón por la que siempre resultará polémica. Por eso, las dictaduras y toda suerte de regímenes autoritarios derivan hacia lo injusto. No se trata de una categoría metafísica. El autoritarismo significa que los que mandan se distinguen de los mandados por vivir asentados en el privilegio.
Descendamos al caso español actual. La gran aporía que se añade a las decisiones del Gobierno es que se toman con el apoyo de ciertos dirigentes políticos que no se consideran españoles. Técnicamente, eso debería ser considerado como alta traición. No caerá esa breva.
El conocimiento sistemático de la realidad física o social es una necesidad que se impone como un dispositivo asociado a la evolución del género humano. Los obstáculos para conocer los hechos del mundo circundante no se derivan, solo, de nuestra limitada razón. La realidad gusta de ocultarse, disfrazándose para que no la entendamos bien. Por eso, para los sabios griegos, el descubrimiento de la "verdad" era como descorrer la cortina que tapaba un recinto para que entrara la luz. En la realidad de las cosas de la política, todavía, está más presente esa condición del ocultamiento. La razón es que los gobernantes son los que controlan el erario, el tonel de las Danaides, que tiene que llenarse con el esfuerzo incesante de los contribuyentes. Por tanto, siempre quedará la sospecha de la corrupción, o sea, el beneficio particular de los dineros públicos. Basta con que se lucre el partido político en el poder. Sin llegar a tanto, siempre, permanece la inmensa ventaja de que los gobernantes reparten el presupuesto del Estado. Esa acción genera una inmensidad de reconocimientos por parte del público, la base de la legitimidad para seguir mandando. Por eso mismo, ante la competición electoral, el partido del Gobierno siempre contará con una ventaja inicial. Es lo que se podría considerar como inercia autoritaria. La cual se redobla porque son muchos los contribuyentes que se sienten más seguros votando a los que mandan.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología de la Universidad Complutense. Realizó estudios de postgrado en la Universidad de Columbia y ha sido profesor visitante en las de Yale y Florida y en el Colegio de México. Ha profesado, además, en las universidades de Valencia y Barcelona. En 2008 fue profesor visitante en la Universidad de Texas (San Antonio).
Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos.
